Nota: Aquí van dos artículos viejitos, sin embargo por tocar el tema del voto los incluimos. Acuérdense, hay que tomar todos los elementos en cuenta, reflexionar y en conciencia ir a votar.
Abstención, trampa aritmética
No ir a votar en las próximas elecciones o en cualquier elección es una trampa. Una trampa aritmética en la que no se gana nada y en cambio sí se pierde mucho. Porque un voto nulo no es lo mismo que una abstención y porque, por mucho que se diga que la abstención es una postura política, la verdad es que en México es más un acto de hueva.
En las últimas semanas, diversas voces han expresado que el crecimiento del abstencionismo es un claro mensaje que la gente envía a sus políticos en el tiempo de la elección. Dicho mensaje es: ninguno de ustedes me convence, nadie ha hecho un buen trabajo y por lo tanto ninguno de los partidos políticos merece que yo vote por él. Y es posible que así sea, pero si de verdad eso es lo que se quiere expresar, la forma no es la correcta, ni la más eficaz y por el contrario, al faltar a la votación, lo único que se consigue es que los demás decidan por mí.
Me explico. En México somos 106 millones de habitantes según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). De esos 106, poco más de 78 millones conforman el padrón electoral en el país, según datos del Instituto Federal Electoral (IFE). Esos 78 millones, el 100 por ciento, son quienes pueden decidir quiénes quieren que los gobierne. Pues bien, en la práctica no es así. En las elecciones de 2006 sólo votó 58.55 por ciento de la lista nominal y en el año 2000 votó 63.97 por ciento, pero ellos se volvieron 100 por ciento. Según el IFE, a la hora de los resultados lo que cuenta es el universo de votantes, no el universo de los que estaban apuntados para votar.
Y las cifras son escalofriantes, en el año 2000, 36 por ciento del padrón decidió abstenerse, y en 2006 se abstuvo 41 por ciento y ¿sirvió de algo? No, porque 38 por ciento de los que sí votaron decidieron que Vicente Fox fuera el presidente en el año 2000 y, peor aun, el 35.89 por ciento decidió que lo fuera Felipe Calderón en el año 2006. Pongámoslo al revés. Si el abstencionismo sirviera de algo, Felipe Calderón no habría llegado a ser presidente de este país, porque los que se abstuvieron son 41 por ciento y él ganó con el 35 por ciento del 59 por ciento restante, o sea, con poco más de quince millones de votos.
Distinto sería si sucediera lo que el premio Nobel José Saramago planteaba en su Ensayo sobre la lucidez. ¿Qué pasaría si de verdad, mañana, en estas próximas elecciones no tuviéramos ese 41 por ciento de abstenciones, sino un 41 por ciento de votos nulos? (Saramago plantea votos en blanco, pero aquí somos tan transas que los votos en blanco desaparecerían y le aparecerían de más a los partidazos). Ésa sí sería una postura política. Que la gente se tome la molestia de ir a las urnas, formarse, registrar su voto, dar la cara y decirle a todos los partidos que ninguno de ellos lo representa, que no han hecho buen trabajo. Eso tiene más significado que no ir a votar. Porque esa cantidad de votos nulos sí serían contados y formarían parte del universo de votantes. No serían excluidos del resultado. Ahí estarían: 41 por ciento dijo no. No fuimos capaces de convencer al 41 por ciento se dirían los partidos y eso debería abrir necesariamente un debate sobre qué hicieron mal (su lista sería larga) y qué debe hacerse para conquistar de nuevo esas voluntades. O mejor aún, pondrían sobre la mesa el debate de si nuestra democracia es de verdad representativa y sobre la necesidad de que quien gobierne tenga la mitad más uno de los votos, para que sean gobiernos legítimos, como en las democracias avanzadas de este mundo. No gobiernuchos del 35 por ciento, del 59 por ciento.
Hoy los políticos están muy cómodos sentados en sus curules, en sus sillotas, en su presupuestazo, aunque sólo unos cuantos los hayan elegido, porque 41 por ciento sólo guardó silencio el día de la elección y nada dice durante los gobiernos. Por eso, el abstencionismo no puede interpretarse como una postura política, es sólo un acto muy cómodo para los que deciden o sin decidirlo siquiera no votan, pero es más cómodo para los hombres y mujeres del poder a quienes se les llena la boca diciendo que ganaron porque la mayoría así lo decidió, aunque no sea cierto.
Así que quedan varias opciones. El voto de castigo: votar por el contrario al que ahora gobierna para darle de coscorrones por su mal trabajo. El voto útil: votar por un partido que no me convence mucho pero que prefiero que gane a que sigan los mismos. O el voto nulo: ir a decirle a todos en sus narices que ni sus propuestas, ni sus acciones, ni sus omisiones, ni su plataforma, ni su ideología nos representa. Y entonces sí, meterlos en problemas.
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