n los años 90 se nos dijo que la globalización era el retroceso del Estado frente al mercado, la desaparición de las fronteras nacionales y la internacionalización benéfica de las empresas. Era mentira. La globalización fue el avance de las multinacionales productivas y financieras del centro sobre los mercados periféricos, el debilitamiento de los estados (periféricos) frente a las corporaciones (sobre todo extranjeras) y la integración pasiva a una economía mundial comandada desde los países centrales. Así, el poco dinámico capitalismo español encontró una oportunidad de extender sus poco eficientes empresas fuera de sus dominios, a costa de los países latinoamericanos asolados por el neoliberalismo.
Teóricamente, puede haber puntos de convergencia entre los negocios de las multinacionales y las necesidades nacionales de un país periférico. Para eso se requieren dos condiciones: que la especialidad de las multinacionales no sea la depredación de las economíashuéspedes
y que los países receptores sepan muy bien cuáles son sus metas, y estén en capacidad de establecer condiciones que les resulten favorables.
En el caso de Aerolíneas y Repsol, no existió ninguna de las dos condiciones apuntadas.
YPF-Repsol se transformó, por decisión propia, en una traba al desarrollo nacional. La actitud extractiva, sin inversión y con remisión absoluta de utilidades al exterior, dejó de tener coincidencia alguna con lo que el país necesita en materia de progreso.
Si Argentina no reaccionaba, se confirmaba la maldición de la globalización: los estados periféricos valen menos que las multinacionales, y lo único que existe son los intereses del centro.
La decisión adoptada ayer implica un desafío enorme en dos planos. Hacia el exterior, la construcción de una relación soberana e inteligente con el capital multinacional que no puede estar basada nunca en la renuncia a una perspectiva nacional en las negociaciones. Esta relación fue siempre conflictiva en nuestra historia, dadas las debilidades del Estado nacional y la falta de orientación estratégica de muchos gobiernos.
Hacia el interior, el desafío es volver a demostrar la posibilidad de un Estado eficiente, capaz de gestionar bien y ofrecer resultados positivos a la sociedad. Nadie crea que esto es más sencillo que negociar bien con el resto del mundo. Muchos años de anomia han creado una moral pública bastante endeble, y se requiere un esfuerzo extraordinario para poner en pie una empresa de grandes dimensiones que nos enorgullezca. Los recursos potenciales argentinos son enormes, teniendo en cuenta el petróleo convencional y el no convencional. Pero los intereses que están involucrados son poderosos y agresivos. Las placas tectónicas del poder mundial se están moviendo, y la Argentina ha dado un paso en la dirección correcta.
* Docente de la Universidad de Buenos Aires-Plan Fénix
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