Tlatelolco 44 años después
Elena Poniatowska
El 68 no puede
compararse a los más de 60 mil muertos y desaparecidos de hoy, tampoco
puede compararse al trato que se les ha dado a las víctimas por las que
se preocupa Javier Sicilia desde el día en que le asesinaron a su hijo,
en Cuernavaca, Morelos. Sin embargo, el movimiento estudiantil de 1968 y
la masacre del 2 de octubre, en Tlatelolco, es el punto de partida de
la violencia que ha sufrido México en los pasados 50 años.
Diez días antes del 2 de octubre, don Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca y primo del general Cárdenas, porque los dos se llamaban Del Río, dijo en su homilía: “Estoy indignado por el apego a las riquezas, por el apetito de poderío económico, por la ceguera. Por los falsos pretextos de mantener el orden, por la cortina de humo del ‘progreso’, el espejismo del ‘prestigio’ y por el uso abusivo de la religión en los privilegiados”.
Aliado del movimiento estudiantil también habló del futuro con una frase que Javier Sicilia podría suscribir:
Tengo una gran esperanza al contemplar este movimiento, aurora del despertar cívico, de la unión de las generaciones, son de trompeta inolvidable, de exigencias de un cambio rápido y profundo.
El 2 de octubre, el gobierno envió a la llamada Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, a 5 mil soldados y a 5 mil policías vestidos de civil, apoyados por tanques y metralletas para disparar sobre la multitud, sin importarles si tiraban sobre niños, mujeres o viejos. El escritor Carlos Fuentes declaró:
Un tanque es un tanque en Chicago, en París o en México.
Más de 30 miembros del Consejo Nacional de Huelga fueron arrestados y sometidos a las peores vejaciones físicas y morales para hacerlos confesar delitos que no habían cometido, y con esta represión el gobierno contrajo una deuda con el pueblo mexicano. Por eso, hoy, 44 años después, propongo que al Distrito Federal se le llame
El D.F. de los estudiantes. En Estados Unidos varias ciudades son estudiantiles: Berkeley, Harvard, Davis. En Inglaterra, también lo son Cambridge y Oxford. En Francia, Montpellier y Estrasburgo. Bien podría ser el DF ciudad estudiantil, bicicletera y pacífica que redimiera su pasado de autoritarismo y de represión.
Ceremonia en la Plaza de las Tres Culturas, en homenaje a las víctimas
del 2 de octubre en Tlatelolco, el primero de noviembre de 1968, en
imagen incluida en el libro La fotografía y la construcción de un imaginario, del investigador Alberto del Castillo Troncoso
El 2 de octubre de 1968, en la noche, las maestras María
Alicia Martínez Medrano y Mercedes Olivera regresaron del mitin en
Tlatelolco con un shock nervioso. Aún no se enteraban que
habían dejado atrás a la antropóloga Margarita Nolasco, quien pasó toda
la noche buscando a su hijo. Gritaba piso por piso, corredor tras
corredor, puerta por puerta del edificio Chihuahua: “Carloooos…
Carloooos… Carlooooos… Carlitooos”.
El 3 de octubre, a las siete de la mañana, dos tanques de guerra
hacían guardia frente al edificio Nuevo León. Ni luz ni agua, sólo
vidrios rotos; los zapatos tirados en las zanjas, entre los restos
prehispánicos, las puertas de los elevadores perforadas por ráfagas de
ametralladora, las ventanas hechas añicos, la sangre en las escaleras y
en los corredores, la sangre encharcada y negra en la plaza. Los
habitantes desvelados hacían fila frente a una llave del agua. Un
soldado esperaba a que otro liberara la caseta del teléfono. Rogaba:
Pónme al niño, no seas mala, quiero oír al niño, quién sabe cuantos días nos tengan aquí. Nadie barría los escombros, la desgracia era finalmente una foto fija. Entre las piedras descubrí una corcholata:
Amo el amor.
Más de cien estudiantes fueron encarcelados en Lecumberri con sus
maestros Manuel Marcué Pardiñas, Eli de Gortari, Heberto Castillo,
Armando Castillejos, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Gilberto
Guevara Niebla, el gran escritor José Revueltas que se echó la culpa de
todo el Movimiento Estudiantil y tantos más. La Chata María Fernanda Campa, la primera doctora en geología de México:
Pasé mi juventud en ir y venir de la cárcel de Lecumberri a la de Santa Marta Acatitla. En Lecumberri veía a Raúl (Álvarez Garín), en Santa Marta Acatitla a mi papá (Valentín Campa).
Un nuevo movimiento de jóvenes, #YoSoy132, surgió como protesta
contra la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana,
el 11 de mayo de 2012. Desde entonces la presencia de los muchachos en
la calle y en los espacios públicos ha crecido y no ha cejado en su
intento de decirnos lo que tienen en el corazón. Ojalá y sepamos
escucharlos y construir con ellos una nueva comunidad en la que campeen
la pluralidad y la alternancia. A pesar de sus fallas y contradicciones,
el Movimiento Estudiantil de 1968 es una hazaña del México
contemporáneo. Más allá de los partidos, las iniciativas ciudadanas
respondieron a una necesidad profunda, la de la democracia que nos
enseña a curar nuestras heridas y a manifestar nuestro amor por la
libertad.
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