Debiéramos asumir que la Universidad Autónoma de Nuevo León a través de alguno de sus departamentos o áreas de trabajo llevara a cabo una investigación de al menos el número exacto de estudiantes de la máxima casa de estudios desaparecidos a partir de las condiciones generadas por la delincuencia y rociadas del combustible ineficiencia, del inflamable negligencia, del carburante indiferencia y de tantos aceites que contribuyen a encender el fuego de una guerra de Estado que no prevé la protección de la población ante el actuar de la criminalidad; al contrario, el mismo estado desata y contribuye al clima de inseguridad, indefensión y miedo de los ciudadanos.
La mayoría de los desaparecidos y muertos a partir de la decisión gubernamental de declarar la "guerra al narcotráfico" son jóvenes. Las cifras las deben tener las instituciones que cuentan con recursos y equipo para un tipo de trabajo mínimo de indagación seria y efectiva, pero o no la tienen o no la dan a conocer.
Pero además del número, están las condiciones en que se llevó a cabo la muerte o la desaparición, para buscar patrones que intenten explicar los hechos. Podrán decir que esta labor es trabajo de las organizaciones de Derechos Humanos. Tal vez la hagan y la hagan bien, pero no estorba que una institución que se dedica al estudio y difusión del saber realice, coadyuve, apoye y dé soporte científico a un quehacer que se relaciona específicamente a la vulnerabilidad de su estudiantado. No con ello queremos decir que la situación de los chicos que no son universitarios no sea motivo de estudio, por el contrario, en lo que insistimos es en la necesidad de que la UANL tome cartas en el asunto, para contar con la información fidedigna que permita aproximarnos a posibles explicaciones y soluciones del problema.
Pero además del número, están las condiciones en que se llevó a cabo la muerte o la desaparición, para buscar patrones que intenten explicar los hechos. Podrán decir que esta labor es trabajo de las organizaciones de Derechos Humanos. Tal vez la hagan y la hagan bien, pero no estorba que una institución que se dedica al estudio y difusión del saber realice, coadyuve, apoye y dé soporte científico a un quehacer que se relaciona específicamente a la vulnerabilidad de su estudiantado. No con ello queremos decir que la situación de los chicos que no son universitarios no sea motivo de estudio, por el contrario, en lo que insistimos es en la necesidad de que la UANL tome cartas en el asunto, para contar con la información fidedigna que permita aproximarnos a posibles explicaciones y soluciones del problema.
Además de su participación en el estudio del fenómeno social que vivimos y sufrimos, a la UANL le hace falta gran dosis de solidaridad ante la realidad en que se encuentra inmersa. Como si no perteneciera a este planeta, la Uni nada de muertito en lugar de tomar su rol de vanguardia de la sociedad. Y cuando decimos Uni, nos referimos no sólo a funcionarios y directivos, cuyo papel es fundamental, pero también a las bases académicas, de investigación, técnicos y trabajadores. Hay grupos de estudiantes que están conscientes y activos, pero la mayoría sigue adormilada, siguiendo el ejemplo de la abúlica sociedad regiomontana. De qué sirve el conocimiento entonces? O mejor dicho, hay conocimiento en la Uni? Porque siempre hemos creído que la educación y el saber nos hace distintos, que el camino que se recorre al adquirir conocimiento no tiene punto de retorno, no se puede desandar y va siempre en ascenso. Entonces?
MEPS, enero 2013
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