Los Derechos Humanos.
María Elena Padilla,
RCP NL
El concepto de Derechos Humanos
pareciera ser autoexplicativo: los derechos que posee cada uno de los miembros
de la humanidad. Por eso mismo quizá
haya malinterpretaciones, porque lo que se sobreentiende varía entre los diferentes grupos sociales y los
individuos que la conforman. Esto es, no hay que dejar nada a la obviedad,
recordemos que Aristóteles (y con él, la sociedad griega de su tiempo)
consideraba la esclavitud como una condición natural y con ella la certeza de que los esclavos
pudiesen ser felices (sin mencionar –por supuesto- la felicidad que daba a los
patricios el trabajo esclavo). Pensamiento que compartieron los dueños de las
plantaciones sureñas de E.U. casi hasta fines del siglo XIX. La libertad del
hombre como un derecho, nos resulta ahora un hecho incontestable, pero es un
derecho que fue conquistado a través de luchas encabezadas por movimientos
libertarios u abolicionistas.
Con el ejemplo anterior hemos
querido poner de manifiesto que el género humano requiere de condiciones para
tener una vida digna y plena, y para alcanzarlas, comúnmente se suele necesitar
dar luchas más o menos sangrientas, más o menos largas. Es decir, nadie nos
regala o concede nuestros derechos, sino que el intelecto, la razón, la voluntad,
van develando los requerimientos para mejorar nuestra vida (la de la
humanidad), y hemos de lanzarnos a batallas para alcanzar nuestro cometido.
¿Por qué batallas? Pues porque hay grupos a quienes les va muy bien dejando las
cosas como están, aunque eso signifique que haya otros grupos cuya vida carezca
de garantías o pisos mínimos donde plantarse.
Históricamente, tenemos a la
Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, producto de la
Revolución Francesa (1789); la
Declaración de Séneca Falls (Nueva York, 1848) donde se reivindican los
derechos de las mujeres; la
Declaración Universal de los Derechos Humanos (Asamblea General de la ONU,
1948), y las Constituciones o Cartas Magnas de los países, que garantizan una
serie de derechos, la de México en 1917, y 1957. Además, existen una serie de Pactos
Internacionales de Derechos Humanos y sus Protocolos, la Carta Internacional de
Derechos Humanos, la mayoría de ellos son tratados internacionales que obligan a
los Estados firmantes a cumplirlos.
¿Esto quiere decir que la
humanidad toda puede dormir tranquila porque hay tratados, pactos y
declaraciones que hablan de sus derechos? No por mucho. Pero tampoco es de
ignorar la serie de leyes y acuerdos logrados, que no son perfectos pero son
piso para de ahí continuar. Que
los gobiernos no los aplican o los aplican mal , o no resuelven a favor de
quienes dicen defender, o no acatan resoluciones internacionales, etc. son
hechos incuestionables. Entonces, ¿no sirven y hay que tirarlos a la basura?
Nada de eso. Hay que aprovechar los medios con que se cuenta para defendernos,
resistir y persistir; pero ello implica nuestro involucramiento. Desde el
desconocimiento y la apatía no hay logros posibles.
En nuestro país hemos sufrido de
una violencia exacerbada: muerte, sangre, dolor diario de conciudadanos
conocidos o no. Lo que digamos es poco. Nos ahoga la impotencia de salir de una
prisión impuesta por la desconfianza y la
inseguridad. Nos hemos encerrado tras rejas de miedo o indiferencia. Es
necesario volcarnos hacia lo humano, a recomponernos como sociedad. Habrá que
seguir intentando arrancar nuestros derechos a quienes nos los han
arrebatado o conculcado: el derecho a la vivienda, a la alimentación nutritiva,
a la educación laica, gratuita y de calidad, al agua, a espacios públicos
verdes y sanos, a la recreación inteligente, a la salud integral, al trabajo
bien remunerado. Igualmente podemos exigir el derecho a una vida sin violencia,
de respeto al diferente, de real libertad de conciencia, del libre ejercicio
democrático.
Siempre habrá quien diga que no
se puede, que no hay presupuesto que alcance, que todo lo queremos regalado y
por eso no lo apreciamos. Habrá que recordarles que las arcas se han vaciado
para incrementar las cuentas bancarias de inescrupulosos funcionarios pero
también empresarios, que los recursos se han ido por el caño de la ineptitud y
de la corrupción, que necesitamos que los bienes que aún existen y producimos no tengan el mismo fin depravado e
inequitativo.
Tenemos que defender nuestros
derechos, pero para ello debemos saber cuáles son, qué instrumentos y vías
legales podemos usar, qué obstáculos podemos encontrar y cómo sortearlos, qué
agentes o grupos pueden ser nuestros aliados. Y aquí llego a donde quería: los
centros de defensa de los derechos humanos, que son organizaciones creadas para
defender a personas o grupos vulnerables por situación de pobreza,
marginalidad, persecución u hostigamiento. Acerquémonos a estos grupos y
preparémonos, convirtámonos en defensores, en observadores, en elementos de
apoyo solidario.
Desde aquí, agradecemos y
reconocemos al Centro Prodh, por su compromiso y trabajo para la consecución de
Justicia. Recién estuvo en la ciudad el grupo formado por Víctor, Aracely,
Pilar y Andrés, profesionistas jóvenes, expertos, que nos compartieron
conocimientos, información, puntos de vista, sugerencias para abordar los
problemas, logrando involucrarnos
en sus dinámicas para el acercamiento al tema. Su juventud aunada a su
compromiso nos hace pensar que hay esperanza para este país.
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