El rostro de Slim del que pocos saben: la minería
María Elena Padilla
A partir de la Colonia, se desató en nuestro país la
fiebre por metales preciosos. Los
españoles tuvieron especial interés y pusieron máximo empeño en la extracción
minera, a cargo, claro, de mano de obra indígena, que a ojos hispanos era demasía en número y poca en
valor. A partir de entonces, esta actividad enorgullece a muchos
mexicanos pero beneficia a bastante menos.
Las empresas mineras solían penetrar en el subsuelo a
través de socavones que, extendiéndose en longitud y profundidad llegaban a donde
la actividad humana pudiera extraer rocas que contuvieran el metal preciado.
Hoy día, estas galerías subterráneas son aún usadas, tanto en los llamados pocitos, donde las condiciones para el trabajador son
infrahumanas, como en mineras que utilizan teconología de punta.
Pero lo nuevo, lo moderno (la
primera vez que se usó fue hace menos de 35 años, contra los varios siglos de
la extracción tradicional) son las minas que se explotan a tajo o cielo abierto. Y aquí es donde debemos, según nos dicen los gobiernos y las empresas
mineras, postrados agradecer a la
civilización por tan gran portento. Este modo de extracción de mineral utiliza
explosivos capaces de dinamitar montañas, que dejan cráteres de 1.5 a 3 km de
diámetro y desde 200 hasta 900 metros de profundidad. Obviamente lo que se
obtiene son miles de toneladas no del elemento buscado (oro, plata, zinc,
níquel), sino de tierra que contiene en su seno el mineral, el cual deberá ser
separado mediante procesos que utilizan cianuro o mercurio. La actividad minera
se convierte así en altamente contaminante, no solo para quienes trabajan en
ella sino para todo el entorno natural puesto que se forman montañas -a los
lados de la gran sima provocada-
que ensucian el aire y los mantos acuíferos a donde escurren los residuos
químicos usados.
La minería a cielo abierto es
ampliamente utilizada en países de Latinoamérica o África por parte de empresas
provenientes de naciones que no permiten en su propia geografía tal tipo de
proceso de extracción. Eso sucede porque en las citadas regiones subdesarrolladas hay gobiernos permisivos que se benefician y leyes
laxas que lo posibilitan.
Si
bien muchos conocemos la existencia de mineras Canadienses que generan el
desacuerdo y descontento en las poblaciones donde se establecen, también
incursiona en este rubro –no podia defraudarnos- el mexicano más rico del
mundo, Carlos Slim, con su empresa Frisco. Acabamos de leer sobre la huelga de
los trabajadores de su minera en Chihuahua, por un justo reparto de utilidades.
Pero se nos viene a la memoria el caso de Salaverna, una comunidad del
municipio de Mazapil, Zacatecas, que, fuimos testigos, está a punto de
desaparecer por designio del magnate y autoridades locales. Apenas 60 familias
en un lomerío asentadas ahí por décadas
son convencidas, por las malas o por las regulares, de dejar sus tierras a
cambio de casas ¡nuevas! en la colonia Nueva Salaverna. Cuentas de colores a
cambio de la tierra donde subyace la riqueza minera que Slim necesita para no
bajar ni un escaño en la lista Forbes. Muy cerca de Salaverna se encuentra
Peñasquito, de la minera canadiense Goldcorp, que anualmente extrae 500 mil
onzas de oro. Si, como afirma la empresa, el oro es de baja ley, a
lo más de un gramo por tonelada, hagan ustedes la cuenta del número de
toneladas removidas y contaminadas que se producen. Es natural, y más estando a
tiro de piedra, que don Slim busque emular las cifras de la canadiense. Si eso
significa engañar a poco más de medio centenar de familias, que ni apellido de
alcurnia tienen, qué importa. Además, dicen que hacen lo que hacen para
promover el desarrollo de la comunidad. Nomás falta quién se los crea.
Anexamos el siguiente video
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