domingo, marzo 18, 2007

Cien días de involución

Diego Petersen Farah, Milenio, 18 marzo 2007

En una reunión de empresarios, los lugares del podio que tradicionalmente ocupaban los líderes obreros, ahora estaban ocupados por el arzobispo de la localidad y por el general encargado de la región militar. La escena, natural ya para los asistentes, pues el arzobispo lleva diez años en ese lugar (no así el representante militar) no llamó la atención de nadie, ya que la desaparición de los obreros de la mesa principal ha sido un proceso que ha caminado despacio, pero consistentemente.

El mensaje no puede ser más claro. Los interlocutores del poder económico ya no son los obreros, sino factores de poder real de la sociedad. Las organizaciones obreras ya no representan nada ni a nadie. Son, en el mejor de los casos, instituciones que están desquebrajándose, pero detrás de ellas no viene, o al menos no se vislumbra, nada nuevo.

La transición golpeó duro al corporativismo. Desde 1997, cuando el PRI tiene su primera gran derrota electoral, el diseño de poder por cuotas del partidazo quedó hecha añicos. Perdieron muchos diputados del PRI, pero fundamentalmente los candidatos obreros que eran quienes competían en los distritos urbanos. Sin duda es para festejarse la desaparición del corporativismo que tanto daño le hizo al país, el problema es que de las cenizas del sector obrero dinosáurico no ha nacido absolutamente nada.

De los muchos errores que se le achacan a Vicente Fox, muchos sin duda exagerados, está el no haber atendido y promovido una democratización del sector obrero. Dejó, como en la mayoría de los casos, que las cosas las resolviera el tiempo, pero como siempre sucede, al tiempo le faltó tiempo.Dice la teoría que el vacío de poder no existe: lo que uno pierde lo ocupa otro u otros, y en aquel presidio era más que evidente. Desde Carlos Salinas (esto no es un asunto exclusivamente de panistas) los gobiernos le han dado visibilidad y poder a la Iglesia.

No se trata de un nuevo rol de las iglesias en general, sino de un espacio de poder creado específicamente para la Iglesia católica, mayoritaria, pero no única, en este país. Fue Salinas el que pactó con los obispos y el entonces delegado (y posteriormente, ya con relaciones reestablecidas, nuncio) Girolamo Priggione. Ahora Felipe Calderón está haciendo algo similar con los militares. No sólo les dio un lugar preponderante e inusual en su toma de posesión (como lo hizo Salinas con la Iglesia) sino que los ha convertido en el interlocutor preferido de su gobierno. En apenas cien días Calderón tuvo diez actos oficiales con las fuerzas armadas y, en medio de un presupuesto de austeridad, les concedió un aumento de 46 por ciento (amistad que no se refleja en la nómina no es amistad, parece ser el nuevo lema del PAN).

Más allá de ideologías, preferencias o creencias, el nuevo rol de la Iglesia y del Ejército representan una involución (vuelta hacia dentro) del Estado mexicano. Una de las grandes virtudes que tuvo el PRI (que fueron casi tantas como defectos) fue haber sacado a los militares y a la Iglesia de la lucha por el poder. Fueron luchas que costaron mucha sangre: la de los cristeros y la de los que recibieron las balas cristeras; las de las tropas leales a uno u otro caudillo militar.La modernización del Estado mexicano se logró porque se superaron los enfrentamientos con la Iglesia, y porque los militares dejaron de buscar el poder. En nuestros 186 años de vida independiente como país, los gobiernos civiles no han sido ni mayoría ni la constante. Hace apenas 60 años que los militares dejaron el poder.

La construcción del Estado laico ha sido la mejor garantía de la libertad de creencia. No es, en sí misma la presencia de un arzobispo en una toma de posesión o en cada vez más actos públicos lo que representa un problema para el Estado laico, sino el que esta presencia se traduzca en influencia y en políticas públicas. Finalmente, los curas han logrado colocar, por ejemplo, la idea de que la mejor sexualidad es la que no se ejerce. Esa es una creencia, muy respetable, de la Iglesia católica, pero el gobierno de Calderón la ha convertido en política pública de salud al publicitar que la mejor forma de evitar las enfermedades de transmisión sexual es la abstinencia (los anuncios ya están en la radio).

No se trata de rasgarse las vestiduras ni de inmolarse en la vía pública, pero esta tendencia involutiva que comenzó con Salinas está tomando con Calderón una velocidad preocupante, en sólo cien días.

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