martes, mayo 26, 2009

Nota: Aquí van dos artículos viejitos, sin embargo por tocar el tema del voto los incluimos. Acuérdense, hay que tomar todos los elementos en cuenta, reflexionar y en conciencia ir a votar.


Abstención, trampa aritmética

Miércoles, 4 Marzo, 2009

No ir a votar en las próximas elecciones o en cualquier elección es una trampa. Una trampa aritmética en la que no se gana nada y en cambio sí se pierde mucho. Porque un voto nulo no es lo mismo que una abstención y porque, por mucho que se diga que la abstención es una postura política, la verdad es que en México es más un acto de hueva.

En las últimas semanas, diversas voces han expresado que el crecimiento del abstencionismo es un claro mensaje que la gente envía a sus políticos en el tiempo de la elección. Dicho mensaje es: ninguno de ustedes me convence, nadie ha hecho un buen trabajo y por lo tanto ninguno de los partidos políticos merece que yo vote por él. Y es posible que así sea, pero si de verdad eso es lo que se quiere expresar, la forma no es la correcta, ni la más eficaz y por el contrario, al faltar a la votación, lo único que se consigue es que los demás decidan por mí.

Me explico. En México somos 106 millones de habitantes según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI). De esos 106, poco más de 78 millones conforman el padrón electoral en el país, según datos del Instituto Federal Electoral (IFE). Esos 78 millones, el 100 por ciento, son quienes pueden decidir quiénes quieren que los gobierne. Pues bien, en la práctica no es así. En las elecciones de 2006 sólo votó 58.55 por ciento de la lista nominal y en el año 2000 votó 63.97 por ciento, pero ellos se volvieron 100 por ciento. Según el IFE, a la hora de los resultados lo que cuenta es el universo de votantes, no el universo de los que estaban apuntados para votar.

Y las cifras son escalofriantes, en el año 2000, 36 por ciento del padrón decidió abstenerse, y en 2006 se abstuvo 41 por ciento y ¿sirvió de algo? No, porque 38 por ciento de los que sí votaron decidieron que Vicente Fox fuera el presidente en el año 2000 y, peor aun, el 35.89 por ciento decidió que lo fuera Felipe Calderón en el año 2006. Pongámoslo al revés. Si el abstencionismo sirviera de algo, Felipe Calderón no habría llegado a ser presidente de este país, porque los que se abstuvieron son 41 por ciento y él ganó con el 35 por ciento del 59 por ciento restante, o sea, con poco más de quince millones de votos.

Distinto sería si sucediera lo que el premio Nobel José Saramago planteaba en su Ensayo sobre la lucidez. ¿Qué pasaría si de verdad, mañana, en estas próximas elecciones no tuviéramos ese 41 por ciento de abstenciones, sino un 41 por ciento de votos nulos? (Saramago plantea votos en blanco, pero aquí somos tan transas que los votos en blanco desaparecerían y le aparecerían de más a los partidazos). Ésa sí sería una postura política. Que la gente se tome la molestia de ir a las urnas, formarse, registrar su voto, dar la cara y decirle a todos los partidos que ninguno de ellos lo representa, que no han hecho buen trabajo. Eso tiene más significado que no ir a votar. Porque esa cantidad de votos nulos sí serían contados y formarían parte del universo de votantes. No serían excluidos del resultado. Ahí estarían: 41 por ciento dijo no. No fuimos capaces de convencer al 41 por ciento se dirían los partidos y eso debería abrir necesariamente un debate sobre qué hicieron mal (su lista sería larga) y qué debe hacerse para conquistar de nuevo esas voluntades. O mejor aún, pondrían sobre la mesa el debate de si nuestra democracia es de verdad representativa y sobre la necesidad de que quien gobierne tenga la mitad más uno de los votos, para que sean gobiernos legítimos, como en las democracias avanzadas de este mundo. No gobiernuchos del 35 por ciento, del 59 por ciento.

Hoy los políticos están muy cómodos sentados en sus curules, en sus sillotas, en su presupuestazo, aunque sólo unos cuantos los hayan elegido, porque 41 por ciento sólo guardó silencio el día de la elección y nada dice durante los gobiernos. Por eso, el abstencionismo no puede interpretarse como una postura política, es sólo un acto muy cómodo para los que deciden o sin decidirlo siquiera no votan, pero es más cómodo para los hombres y mujeres del poder a quienes se les llena la boca diciendo que ganaron porque la mayoría así lo decidió, aunque no sea cierto.

Así que quedan varias opciones. El voto de castigo: votar por el contrario al que ahora gobierna para darle de coscorrones por su mal trabajo. El voto útil: votar por un partido que no me convence mucho pero que prefiero que gane a que sigan los mismos. O el voto nulo: ir a decirle a todos en sus narices que ni sus propuestas, ni sus acciones, ni sus omisiones, ni su plataforma, ni su ideología nos representa. Y entonces sí, meterlos en problemas.


Oídos sordos

María Amparo Casar
21 Abr. 09


Quizá sería exagerado decir que la democracia mexicana está en peligro pero de que hay signos ominosos los hay.

Según todas las encuestas recientemente publicadas, hay un fuerte descenso en el aprecio que los mexicanos tienen por las principales instituciones que definen a la democracia: las elecciones, los diputados, los senadores y los partidos políticos.

La cuarta edición de la Encuesta Nacional Sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas de Segob dada a conocer el pasado jueves aporta un dato alarmante: el 66% de la población piensa que en México las elecciones no son limpias.

Siete de cada diez mexicanos confían poco o nada en los partidos políticos; 66% no sabe (o no responde a la pregunta) por qué partido inclinarse; tres de cada cuatro encuestados expresan que los diputados y senadores toman más en cuenta sus propios intereses o los de sus partidos al elaborar las leyes; sólo uno de cada diez ciudadanos cree que estos funcionarios públicos toman en cuenta los intereses de la población.

De participación, ¡ni qué hablar! Menos de 10% de los ciudadanos afirman haber estado involucrados en actividades típicas de las democracias como la participación en la toma de decisiones de su comunidad, en la formación de comisiones vecinales, en marchas y protestas, en el envío de cartas de inconformidad a un medio o a la autoridad, en la colocación de mantas y firmas de desplegados o en la simple portación de un distintivo.

Todos estos signos se dan en el peor momento. En el momento en que el sistema le pide a los ciudadanos que refrenden su fe en el sistema democrático a través de la única participación política generalizada: el voto.

Aún no puede hablarse de un movimiento para boicotear las elecciones pero el asunto está a debate y cada vez se escuchan más voces que cuestionan la utilidad de participar en las elecciones o que llaman a abstenerse o a protestar a través de la anulación del voto.

A las redacciones de los periódicos llegan cada vez más cartas de los ciudadanos que los editores nos hacen el servicio de reproducir y que prenden focos rojos. El domingo Reforma nos regala dos en su sección de Cartas del Lector en las que se sugiere concurrir a las urnas pero no votar por las opciones que vienen impresas en las boletas.

A nuestro correo electrónico también llegan presentaciones -por ejemplo la de "México ya no Aguanta Más"- conminándonos a cancelar el voto el próximo 5 de julio y explicando las razones por las que debemos observar esta conducta: ninguna de las opciones atiende las necesidades ciudadanas, todas son cómplices de los poderes fácticos; estamos hartos de los partidos políticos.

En el número de Nexos que circula actualmente, especialistas en política plantean el dilema entre votar y no votar, exponen las estrategias utilizadas en otras democracias, analizan las razones detrás de los llamados al abstencionismo o a la anulación del voto y debaten sobre las consecuencias que cada una de estas opciones acarrearía.

Ni los preocupantes datos que arrojan las encuestas, ni la opinión de ciudadanos más politizados que se buscan la manera de dar a conocer sus opiniones, ni la cada vez más extensa discusión en los medios están haciendo mella en los políticos. No han ofrecido respuesta alguna. Mucho menos han articulado una estrategia para atajar conductas que más allá de otras consecuencias sí militan en contra de la consolidación democrática.

Ante las amenazas del abstencionismo o la anulación del voto los partidos nos responden con oídos sordos y nos ofrecen más de lo mismo: candidatos que transitan de un partido a otro porque no lograron la nominación en el de origen, personajes que migran de un partido a otro porque el lugar que se les ofrece en la lista es más ventajoso, partidos que en lugar de confrontar alternativas de política confrontan ineficiencias o corruptelas, militantes de un partido que hacen campaña abierta o soterrada por candidatos de otros partidos, partidos que hacen trampas en los procesos de selección interna para evitar que algunos de sus propios militantes obtengan una candidatura...

La señal es clara: no hay principios, no hay ética, no hay ideología, no hay proyecto. Hay poder, empleo, dinero, fuero e impunidad.

Las democracias son regímenes en los que los ciudadanos piden mucho y dan poco. De lo poco que dan es el voto. Si incluso éste se escatima, la democracia está en problemas. La nuestra comienza a estarlo y los políticos no acusan recibo.



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