martes, agosto 04, 2009

" notas sobre Ostula


Miles de nahuas recuperan sus tierras


OSTULA, PUEBLO EN VILO
Gloria Muñoz Ramírez

· Los reciben a balazos pero resisten
· Nace un nuevo poblado
·

El reconocimiento de su territorio y de su policía comunitaria, entre sus demandas Xayakalan, Santa María Ostula. Aquí nace un nuevo poblado. Frente a la costa del Pacífico en Michoacán y de espaldas a la Sierra Madre del Sur, territorio ancestral nahua, en una semana cientos de indígenas construyeron con adobe y ladrillos las nuevas casas que serán habitadas por los verdaderos dueños de este paraje de más de 700 hectáreas, antes conocido como La Canahuancera y a partir de ahora nombrado Xayakalan.

El pasado 29 de junio los nahuas recuperaron este predio que durante 40 años estuvo invadido por supuestos pequeños propietarios provenientes de la comunidad de La Placita. Los indígenas que participaron en la restitución de sus tierras narran que, advertidos de la decisión de los comuneros, “los invasores de La Placita nos recibieron a balazos, hiriendo a quemarropa a uno de nuestros compañeros”. Posteriormente la recientemente formalizada Policía Comunitaria de Ostula repelió el ataque y consiguió que los comuneros llegaran al predio en disputa. De inmediato se instaló un campamento y aproximadamente 500 guardias comunitarias comenzaron la vigilancia de todos los alrededores, previniendo nuevas provocaciones.

Las tierras recuperadas no son cualquier cosa. Son cientos de hectáreas disputadas durante años por narcotraficantes, inversionistas inmobiliarios, los supuestos pequeños propietarios y empresas mineras. Sólo que pertenecen a los nahuas.

En alerta y construcción permanente

En el nuevo poblado las actividades no cesan. Mujeres y hombres se mueven de un lugar a otro. Las primeras echando tortillas en los humeantes comales y cocinando grandes ollas de caldo de pescado, arroz y frijoles. Los hombres trabajan en brigadas en la construcción de las casas. De manera sorprendente van apareciendo las viviendas donde hasta hace una semana no había nada, salvo los tamarindales y sembradíos de papaya de “los invasores”. En sólo cinco días se levantaron más de 20 casitas.

Los nahuas hablan del rescate de sus tierras con un gran orgullo, dejando claro que su movimiento es “civil y pacífico”. Como dice Rufino: “Nosotros no queremos violencia. No es la intención. Sólo estamos defendiendo nuestras tierras. Las queremos trabajar y pues de aquí ya no salimos”.

El campamento donde pernoctan cientos de nahuas que resguardan el terreno está conformado por techos de plástico, rústicas hamacas y un sinfín de camas improvisadas con hojas de palma al ras del suelo. Todo de cara al mar.

Los más de 500 miembros de la nueva policía comunitaria vigilan los alrededores y todas las entradas al nuevo poblado. Van y vienen cargando sus machetes, garrotes, escopetas y pistolas. Toda la zona se mantiene en alerta y únicamente transitan por la carretera principal (la federal 200 que va de Lázaro Cárdenas a Tecomán), camionetas con gente de los pueblos. Las pick up viajan repletas de diversos cargamentos: mujeres con cazuelas con comida para los puestos de control, hombres con materiales de construcción: cemento, varillas y arena, además de tambos de gasolina y todo lo que se va requiriendo. “Estamos viviendo algo que nunca nos imaginamos que era posible. Ya estamos aquí”, dice Rosa con un entusiasmo desbordado. Ella llegó aquí desde el poblado de La Cofradía con su canasta de tacos de frijoles.

En el centro del campamento ondea la bandera nacional y un altar repleto de veladoras ofrecido a la Virgen de Guadalupe. Aquí se hacen las asambleas y se “ofrece la palabra de Dios” que, señala el responsable, “nos dice que los indígenas no debemos de dejarnos, que no son buenas las injusticias y que nuestra lucha es verdadera. Nuestra Patrona nos cuida porque no estamos haciendo daño a nadie, ni robando ni lastimando. Sólo queremos nuestra tierra”.

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