jueves, noviembre 19, 2009

El procurador de Morelos, excelso ejemplo de autoridades en tiempos del PAN


De la provocación al
feminicidio

Adolfo Sánchez Rebolledo

M
uy serio, el procurador general de Justicia de Morelos, Luis Benítez Vélez, aceptó llamar feminicidios a los delitos que el Código Penal califica como homicidios. Antes, la diputada Tania Valentina Rodríguez había denunciado que, de acuerdo a territorio y población, el estado disputa el poco honroso primer lugar en este trágico renglón, afirmación que el funcionario panista rebatió con suavidad diciendo que Morelos está “en el séptimo lugar en la incidencia de casos, ya que de 2005 a 2008 ha habido 85 –sin sumar los 25 oficialmente registrados en este año–, mientras que el estado de México tuvo 573, Distrito Federal 427, Chihuahua 360, Veracruz 282, Chiapas 275 y Jalisco 214”.

Según información del reportero José Luis García Tapia, de La Jornada Morelos, como las cifras no cuadraban, el funcionario y la presidenta de la comisión de equidad de género acordaron cotejar archivos, profundizar investigaciones en curso, iniciar las que hiciera menester y arribar a resultados a la mayor brevedad. En buena hora, pues ésa es la exigencia ineludible de la sociedad: un solo asesinato impune sería una afrenta intolerable para todos los ciudadanos. El funcionario se explayó diciendo que, además de los homicidios, existen otros delitos graves en contra de mujeres y menores de edad, como el abuso y explotación sexual y la trata de personas, que representan ganancias millonarias para el crimen organizado. Y dio un dato sorprendente: la venta de niños representa 10 veces más de ganancias que el narcotráfico, amén de que en Japón –consigna el reportero– las mexicanas son muy bien valuadas (sic).

A esas alturas de la comparecencia, cuando el procurador había librado ya los peores baches dialécticos, el diablo hizo de las suyas gracias a una frase que saltó de su boca como sapo indeseable al llamar a las mujeres a que aprendan a prevenir y a no provocar, repitiendo el mantra que autojustifica el más arcaico de los machismos. Si lo traicionó el subconsciente o si nada más recuperó la confianza para decir lo que en verdad estaba pensando sobre los feminicidios, poco importa.

Está probado que no es lo mismo –ni siquiera para un procurador haciendo filigranas retóricas– rendirse ante la utilidad circunstancial del lenguaje políticamente correcto que atender al significado, las implicaciones y las relaciones invocadas por términos como feminicidio, cuyo uso reiterado no lo consagra como sinónimo de otros ya existentes. En este rechazo a comprender dicho fenómeno delictivo tomando en cuenta su carácter específico actúa como una traba ética y conceptual que hasta ahora ha impedido a las autoridades enfrentar situaciones de una gravedad inimaginable, sea en Ciudad Juárez, en Veracruz o en Morelos.

Entiendo que se puede hablar de feminicidio sólo si la definición incluye la idea de que se trata del asesinato de mujeres por razones asociadas con su género, comprendiendo por tal la violencia ejercida por los hombres contra las mujeres en su deseo de obtener poder, dominación o control, según la cita que he tomado del ensayo de Francesca Gargallo, El feminicidio en la república maquiladora (La Jornada, 17/7/05).

Y en el caso que he tomado como ejemplo, o bien el procurador se pasó de listo y le tomó el pelo a los legisladores o no entiende la gravedad del feminicidio, lo cual en nada ayuda a resolver los casos pendientes ni a trazar políticas preventivas. Evidentemente, la postura del funcionario morelense no difiere de las que su partido defiende a título general, ¿No es lugar común –y el colmo de la hipocresía mojigata– responsabilizar a las víctimas de violación por ser, según eso, las portadoras del deseo, las verdaderas culpables originarias del pecado? Lejos de promover la cultura de la prevención sustentada en la valoración de los derechos humanos de la mujer, se argumenta como si fuera natural la recomendación medieval de pedir a las mujeres que se vayan a su casa y no que estén expuestas a ser violentadas. Que a un representante del Ministerio Público no se le ocurra, en pleno siglo XXI, otro consejo que devolver a la mujer al encierro purificador de la casa, da idea del tamaño del retroceso. Sin consideración por los cambios introducidos por la revolución femenina, como si las normas y las mutaciones de la relación hombre-mujer no hubieran cambiado la vida de la humanidad, en el imaginario de los políticos mexicanos a cuyo cargo está la observancia de las buenas costumbres y la elaboración de los códigos legales, persiste la opacidad conservadora, el prejuicio ético-religioso como sustrato moral e intelectual siempre en abierta y clara transgresión al laicismo del Estado. Ya no se reclama el candado de castidad como escudo del honor del varón, pero la épica del machismo cotidiano se regodea en una recomendación de orden medieval insostenible: evitar que los delincuentes se metan a las casas para agredir a las mujeres, pues, ojo, muchas de ellas le(s) abren las puertas. ¿No es esa incertidumbre cargada de riesgos potenciales, de violencia contra la vida, la materia prima para comenzar a prevenir el feminicidio? ¿No se trata de saldar cuentas con una cultura cuyos daños se advierten en casi todos los estados de la República?

La derecha política, enfrentada a la sociedad secularizada, está decidida a preservar la hegemonía moral de la Iglesia, sin respetar la libertad religiosa o el pluralismo. Incapaces de afrontar el feminicidio o el derecho de la mujer a la interrupción del embarazo, temas a los que las autoridades panistas se hallan unidos por finos vasos comunicantes, la maquinaria priísta se hunde en el vacío ideológico que ninguna mayoría le permitirá borrar. Pero le sirve a la derecha. Apenas ayer supimos que Veracruz vendría a ser el estado 17 en penalizar el aborto, claro retroceso que la historia no olvidará.

P.D. La Presidencia ha puesto sordina a la guerra contra el narcotráfico una vez agotadas sus potencialidades propagandísticas más rentables, pero no cede en afirmar el talante duro del gobierno. ¿La ley, la transparencia, el respeto a los derechos humanos? La campaña contra el SME prueba, una vez más, que en ausencia de un proyecto reformador el vacío lo llenan los cantos guerreros. ¿Satisfecho, señor Presidente?


En Morelos, un procurador fallido

Octavio Rodríguez Araujo

E
s viejísima la interpretación machista que dice que las mujeres son violadas porque se lo buscan al vestirse de manera provocativa. ¿Qué quiere decir ser provocativa? Usar atuendos que resalten su belleza y no escondan los atributos femeninos. Vestirse como monjas sería una forma de no provocar. Esta versión, tan anacrónica como estúpida, ha sido corregida por el procurador general de Justicia del estado de Morelos, Pedro Luis Benítez Vélez. Para este peculiar personaje las mujeres provocan que las asesinen (y no sólo que las violen) por el hecho de salir de su casa o del domicilio de sus familiares; y su recomendación es que no salgan a la calle, que no se expongan a ser violentadas. Si el tema del debate con las comisiones de justicia, derechos, género y seguridad del Congreso de Morelos hubiera sido sobre los casos de violación, el procurador hubiera dicho lo mismo: las mujeres son violadas porque se exponen, porque lo provocan con su atuendo y su actitud, porque no se quedan en su casa.

Por esa sola declaración, que ha sido citada en diversos medios y no sólo en los diarios locales, el procurador debería renunciar o el gobernador Marco Antonio Adame ya debería estarle exigiendo la renuncia. ¿Cómo se puede esperar que se procure justicia a partir de formas de pensar tan primitivas y estúpidas como las del encargado de hacerlo?

Los feminicidios son una realidad en el país, más en Chihuahua y estado de México, cierto, pero existen en otros estados (Morelos ocupa el séptimo lugar), como también las violaciones, aunque a veces van juntos. Asesinatos y violaciones de mujeres son crímenes de odio, además de ser de género. Y como tales deben verse. La cantidad de crímenes contra las mujeres no permite pensar que se trate de un asesino serial o cosa semejante. Estamos hablando de miles, no de unos cuantos. Los casos más conocidos, y sobre los que se han escrito libros y decenas de artículos, son los de Ciudad Juárez, en Chihuahua, pero no por eso deben subestimarse los más de 500 ocurridos en el Distrito Federal entre 2005 y 2008 o los 145 en Morelos en el mismo periodo (datos de La Jornada Morelos, 17/11/09).

Los crímenes o delitos de odio son aquellos que se cometen contra personas pertenecientes a una raza, religión, género, afiliación política u orientación sexual. Con frecuencia este tipo de crímenes son motivados por prejuicios desarrollados por el entorno social e ideologías asumidas como verdades convenientes o ante amenazas subjetivas y enfermizas (poco o nada razonadas) a la propia existencia de quien o quienes los ejecutan. Cierto tipo de crisis son caldo de cultivo para los crímenes de odio.

El fenómeno es muy complejo, pero en las crisis suelen exacerbarse los odios y la creación de culpables, pero también los sentimientos de inferioridad de quienes las viven con mayor agudeza, por lo cual no sólo se buscan culpables, sino formas de realización personal basadas en la dominación sobre aquellos que son más fáciles de victimar, para el caso las mujeres y en ocasiones los menores de edad. El desempleo masivo, por ejemplo en Europa y en Estados Unidos, ha aumentado los crímenes de odio contra los inmigrantes que son vistos como competidores en el mercado de trabajo; en Ciudad Juárez, contra las mujeres que encontraron más empleo que los hombres en las maquiladoras, etcétera. El desempleo masivo, que padecemos en México desde hace tiempo (y que sigue creciendo), puede ser una de las razones por las que ha aumentado el número de feminicidios y no sólo el de robos, asaltos y otros delitos motivados por la desesperación de la pobreza sin salida.

Los asesinatos de mujeres son parecidos a las violaciones. Se llevan a cabo bajo el prejuicio ancestral y reaccionario de que el ser fuerte debe dominar al débil y desquitar sus frustraciones con éste. La violación de mujeres, niños y niñas e incluso de jóvenes varones (por ejemplo en las prisiones) obedece a la misma regla: la dominación. El que no puede dominar sobre sus iguales lo hace con aquellos que considera débiles, sin percatarse de que el débil es el que viola o asesina a quienes considera inferiores. En todos los casos se trata de un abuso, y sólo se puede abusar de quien tiene menos fuerza, igual se trate del abuso colectivo o individual o de quien tiene poder político o económico sobre el que no lo tiene.

Un hombre seguro de sí mismo, estable, feliz y realizado como ser humano, difícilmente será un asesino o un violador de mujeres o de menores de edad. Por lo tanto, aventuro una hipótesis: lo que debe hacerse es promover el empleo, la distribución de la riqueza y la justicia social, y no pedir a las mujeres que se queden en casa.

Si el Estado no puede proteger a las mujeres y a los niños del abuso de hombres frustrados que en compensación subjetiva se sienten muy machos, algo está muy mal en el país y quizá sí debemos hablar de un Estado fallido, cuya materialización son gobiernos igualmente fallidos, con procuradores de justicia más que fallidos.



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