Intercambio en Chapultepec |
Opinión Invitada El Norte
26 Jun. 11
Luis Alberto Herrán Ávila
Varios meses de confrontación, caminata y movilización llevaron al movimiento encabezado por Javier Sicilia a una mesa de diálogo, de frente y sin tapujos, con el Ejecutivo y varios miembros de su gabinete.
Ahí, con claridad, Sicilia planteó severos cuestionamientos hacia aspectos nodales del discurso oficial sobre la lucha contra el crimen organizado. Entre ellos, la defensa a ultranza del uso del Ejército para combatir al crimen; y el impacto social de la violencia en términos no sólo del número de muertes, sino también por la percepción de indefensión frente a la violencia, y la corrupción anquilosada en los aparatos de seguridad.
La respuesta del Ejecutivo fue firme y sin salirse del guión que ha seguido a lo largo del sexenio: el Ejército está en las calles porque ésa es la única vía; y los muertos son o miembros de los cárteles y bandas, o víctimas de estos mismos.
En ese ánimo, el Presidente aceptó pedir "perdón" por no haber podido defender a las víctimas, pero no por haber llamado a una "guerra" contra el crimen, ni por haberla implementado.
Sicilia apuntó también que "los malos también están adentro" (es decir, dentro del Estado), y su interlocutor sólo pudo hacer una vaga condena a la colusión de algunos jueces con el crimen a través de las llamadas "narconóminas", además de defender a capa y espada el patriotismo e integridad de las Fuerzas Armadas.
Así, los casos de corrupción, abuso o negligencia estatal que han resultado en muertes o daños a civiles fueron relegados y puestos bajo el tapete. En síntesis, la postura del Presidente no cambió, ni hubo señales de alguna disposición a siquiera reconsiderar la estrategia hasta ahora seguida.
Chapultepec fue, pues, escenario de un diálogo inédito, en parte esperanzador, pero también incierto. Por un lado, vimos un coqueteo con el misticismo y el mesianismo, por ejemplo, en el uso del escapulario como lazo entre Sicilia y el Ejecutivo; en el lenguaje compartido sobre "el bien y el mal"; o la insinuación de que quien debe impartir justicia es el Ejecutivo.
Se aprecia, además, un énfasis excesivo en nociones de perdón y victimización, que convirtieron este simbólico acercamiento entre Gobierno y sociedad civil en una plataforma para reproducir el mismo esquema que sacrifica la complejidad de los problemas a una cuestión de reconciliación, o a decir "los enemigos son aquellos".
Y es que, de acuerdo a la retórica gubernamental construida a lo largo de los últimos meses, es la unidad entre Gobierno y sociedad lo que llevará a la "victoria" contra "los enemigos de México". Fue, pues, un diálogo extraño, de cuya lectura posterior ya se quiere extraer una supuesta reconciliación para suavizar las graves divergencias y las críticas sustanciales.
Fue importante, eso sí, constatar que los cuestionamientos no se están dando en los términos simplones de los videos promovidos por el vocero de seguridad, Alejandro Poiré, quien, como el Ejecutivo, sigue en el afán de convencernos de que el Estado tiene la razón, que el Estado no es quien ejerce violencia, y que las fallas se han corregido y los abusos han sido castigados.
Pero poco se escuchó en Chapultepec acerca de la reforma política, la legalización de drogas, o la cuestión del fuero militar y los problemas del uso de elementos castrenses para reforzar la Policía Federal.
Fue una reunión de debate, con cierto espíritu democrático, pero un diálogo no entre iguales, sino entre dos instancias, una con poder y la otra sin él, que perciben el problema de la seguridad pública de manera muy distinta: una, el Ejecutivo lo ha tomado ya como una cuestión de fuerza gubernamental y de orgullo casi personal, sin lugar para titubeos, y aguantando, mas no entendiendo, las críticas.
Del otro lado, el problema es el del riesgo de limitar la movilización al drama excesivo y sórdido, haciendo hipérbole del dolor infligido a las familias por la pérdida de seres queridos, de la impotencia y el miedo en la vida pública, la desconfianza frente a las autoridades y la expectativa de que las cosas no mejoren, y que sólo nos quede el consuelo.
Y en medio aparece todavía un vacío, un puente sin amarras que el diálogo en Chapultepec no alcanzó a sostener, y que nos deja, por lo menos, con la certeza de que falta un largo trecho para que la crítica proveniente de la sociedad recupere el terreno perdido por la inmediatez y la urgencia de la "guerra".
El autor es candidato a Doctor en Ciencias Políticas e Historia por la New School for Social Research
narrehl@gmail.com
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