miércoles, julio 25, 2012

Los cristianos no cedemos ante la mentira, luchamos por la verdad.

Los cristianos junto con las personas de buena voluntad, no cedemos ante la mentira, luchamos por la verdad

Homilía Dominical de Fr. Raúl Vera López, O.P., Obispo de Saltillo
Pronunciada en la Catedral de Saltillo, Coah.
22 de julio de 2012
Jesús vio mucha gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas. (Mc 6.34)
En la primera lectura, por el contexto en el que habla Jeremías, es evidente que los malos pastores a los que él se refiere, que son quienes han dispersado al pueblo, son las autoridades políticas y los falsos profetas de Judea, que es el país en el que Jeremías profetizó. Eso es evidente porque en el capítulo anterior al -Cap. número 23 de Jeremías- que hemos escuchado, el profeta habla de los reyes de Judea (Cf. Jer 22,1-19.24-30), y a partir del versículo 9, del Capítulo 23, Jeremías se refiere a los falsos profetas.
En este momento postelectoral que estamos viviendo en México, a la luz de la palabra de Jeremías, que es palabra que Dios pronunció por medio de ese profeta, al final del sigo VII y comienzos del siglo VI antes de Cristo, y que la Iglesia nos anuncia hoy, 22 de julio de 2012, domingo XVI del tiempo ordinario de la liturgia dominical, nos damos cuenta de que nuestro pueblo es un pueblo sin pastor, disperso, que camina sin rumbo, víctima de lobos rapaces que aprovecharon el abandono en que viven, para utilizar su ya grande desventura en medio de pobreza, desorientación y desinformación, para hacer de ellos y de ellas, instrumentos de acciones criminales, como es el lavado de dinero, vendiéndole falsas esperanzas de una vida mejor; pues esos lobos, que obtuvieron el voto de ese pueblo, recurriendo a negocios sucios, que ahora se están evidenciando, preparan un camino de muerte, de injusticias y violencia, para la vida del país.
El evangelio nos dice también que Jesús en su tiempo, encontró al pueblo en las mismas condiciones: “sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34).
Esta pauta que nos da Jesús para superar la situación dolorosa y caótica que vivimos en este momento en México, nos marca el camino para salir de esta situación: “se puso a enseñarles muchas cosas”, nos dice el Evangelio. El reclamo de parte de Dios a los pastores por medio de Jeremías, tiene que ver por una parte con en el incumplimiento de la institución política que no es generadora de vida digna para el pueblo. Este es el objetivo de la institución política, establecer el derecho y la justicia, que garantice a las ciudadanas y a los ciudadanos una vida pacífica, con progreso, educación, salud, vivienda. Que facilite el progreso integral de las personas y de la sociedad en su conjunto.
Para ello las instituciones públicas, deben responder a la satisfacción integral de los derechos de que gozan todas las mexicanas y los mexicanos, que son personas con dignidad, sujetas y sujetos constructoras y constructores de este País. Tales derechos los tiene que garantizar el aparato político que gobierna al Estado mexicano. De este modo quienes constituimos el entramado social del País, en todos sus aspectos, nos convertimos en sujetos activos que construimos, mediante una participación consciente y libre, nuestra Patria. Esto se logra en el cumplimento de todos los deberes que los ciudadanos tenemos, pero también el Estado debe garantizarnos el disfrute de todos nuestros derechos.
Por otra parte, Jeremías también reclamaba sus obligaciones a la institución religiosa, y le reclamaba que se sirviera de falsos profetas para obstruir la justicia y el derecho. El día de hoy quienes constituimos las diversas instituciones de índole religiosa, no podemos obstruir la justicia convirtiéndonos en falsos profetas, queriendo acallar las voces proféticas que hoy se levantan para reclamar justicia y rectitud de parte de quienes están al frente de las instituciones públicas, que deben clarificar a fondo el proceso electoral. No podemos, con la excusa de una falsa paz social, avalar un proceso lleno de irregularidades y hasta de faltas criminales como es el acudir al lavado de dinero, cuya procedencia se quiere cobijar por medio de procedimientos obscuros, que encubren delitos muy graves. De esta manera se quiere simular un proceso de justicia, aplicando sanciones débiles a delitos graves, presentando las cosas  ante la ciudadanía como si se tratara de faltas menores.
Hoy, en su Carta a los Efesios, que se proclamó como Segunda Lectura en la misa, San Pablo  nos habla de la paz que proviene del Hombre Nuevo recreado por Cristo, mediante su sangre derramada en la Cruz. Este Hombre Nuevo reconstruido en Cristo por el Espíritu Santo, nos da acceso a Dios, que es Padre de todos y todas e hizo de la humanidad entera una familia de hermanos y hermanas, mediante la Muerte y la Resurrección de Cristo (Cf. Ef 2,16.18).
Quienes somos discípulos de Cristo, formamos parte de ese Hombre Nuevo, constituido por Dios en Cristo como un solo cuerpo, con una perspectiva nueva de la vida personal y comunitaria, que transcurre en la justicia y en la paz, impulsada por el mandamiento del amor, que Cristo nos dejó:“Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn15,12-13).
Desde esta visión nueva de la vida y de la historia, quienes nos confesamos seguidores y seguidoras de Jesús, no podemos dejar de exigir a quienes tienen que verificar el pasado proceso electoral, que investiguen la procedencia del dinero que se introdujo en dicho proceso mediante artificios sucios, que forman parte de los circuitos del lavado de dinero, pues las mexicanas y los mexicanos, que ya estamos padeciendo bastante por la corrupción de las instituciones públicas, no queremos soportar en los próximos seis años un NARCO-EQUIPO POLÍTICO EN EL PODER.
Que María Santísima nos acompañe en la situación tan difícil por la que estamos pasando, y que nos de fuerzas y ánimo ante el mal que nos azota, para que lo venzamos a fuerza de bien.

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