jueves, octubre 19, 2006

Sin perder la ternura jamás

Milenio Diario
Miércoles 18 de octubre de 2006.

HISTORIAS DE NADIE
Diego Osorno

Sin perder la ternura jamás

Para Yolanda y todos lo que son como Javier

Amanece Oaxaca. Por el Cerro del Fortín el sol sale poco a poco. Los vecinos ya levantan su barricada. Una noche más en vela esperando dignamente su destino: llámese caravanas de la muerte o llámese Policía Federal Preventiva, para el caso es la misma porquería.
Son muchas las horas de andar por acá oyendo la indignación popular y de ir viendo cómo ésta se va organizando poco a poco, lentamente, como lo que se forma para siempre.

Por eso pienso que esta gente y esta ciudad ya no serán nunca más las mismas. Nunca más tiranías al estilo de José Murat o Ulises Ruiz (amigos del gobernador González Parás) podrán permanecer tranquilas en sus tronos sin que haya un maestro, un mecánico, un panadero, una comerciante, dispuestos a luchar, a no dejarse.

Por la radio rebelde La Ley suena una canción de León Chávez Teixeiro. “Somos muchos desgraciados, pero muy desperdigados. Y por eso un puñado de asesinos y rateros nos manejan con sus hilos, pero unidos ganaremos”, dice la indignada letra.

Entonces es que recuerdo Nuevo León y recuerdo a mucha de la gente que lucha, entre ellos a Javier Orellana. “Al rato le llamo”, me propongo.
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Del otro lado del teléfono mi hermano, el periodista Raymundo Pérez Arellano: “¿Cómo estás? Tengo que decirte algo. Se acaba de morir Javier”. Viene la noticia como chingadazo.

No puede ser, reflexiono. No puede ser, los pequeños y diferentes como Javier -que sin embargo son los humanos más grandes- no deberían morir, tal y como lo aconseja Kavafis a todos los dioses existentes.
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Javier eligió la inconformidad como camino, decidió desde muy joven sumergirse en las corrientes subterráneas de la resistencia crítica.

En algún momento me tocó ser testigo de una verdadera campaña de mentiras y de linchamiento en su contra. Empleadetes de medios de comunicación manipularon sucesos, fechas y palabras y se pusieron al servicio de la mentira y no de la verdad, tal y como ha sido su costumbre, y será.

Uno o dos de ellos, ahora, con el cuerpo de Javier convertido en cenizas, hasta escriben artículos honrando la memoria de uno de los fundadores de la Alianza de Usuarios del Transporte Público. Qué hijos de perra son, sin duda.

Y esta campaña contra Javier sucedía porque en esta sociedad hay quien tiene dinero y quien no. Quien lo paga y quien no lo paga. Javier y su Alianza no tenían dinero para comprar lo que el maestro Pierre Bourdieu definió como el consenso mediático.

Pero Javier tampoco quería comprarlo. Su interés en difundir la injusticia fue motivado por algo esencialmente humano. Motivación por demás extraña en estos lares donde la gente es enseñada a comportarse como mercancía.
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¿Qué sentirán, qué sienten esos cínicos encubiertos como periodistas que todo el tiempo preparan y ejecutan campañas de desprestigio en contra de gente noble y buena como lo fue Javier?

Quizá nada, pero que sigan. Al cabo abajo cada vez menos gente le cree a los de arriba.

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Esos ecos amaestrados siempre nos quieren presentar como criminales a gente de la talla de Javier.

Pero cómo creerles si nosotros, muchos, los hemos visto pelear a contracorriente en los momentos más difíciles sin pedir nada a cambio, solo dando -como siempre dio Javier- su alicaída fuerza física y su ejemplar apoyo moral.

A pesar de los linchamientos mediáticos, nunca dudé de que Javier era una persona honesta, cabal, de las que necesita este país para transformar tanta desigualdad en algo más justo. Gente como él, incluso, sería la que debería gobernar Nuevo León. No la bola de bandidos que tenemos ahora.

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“Te enterramos, te lloramos, te morimos,/ te estás bien muerto y bien jodido y yermo/ mientras pensamos en lo que no hicimos/ y queremos tenerte aunque sea enfermo./ Nada de lo que fuiste, fuiste y fuimos,/ a no ser habitantes de tu infierno”.

De “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, de Jaime Sabines.
diego.osorno@gmail.com

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