domingo, julio 08, 2007

Herencias del 2 de julio


Alberto Aziz Nassif.
El Universal, 3 de julio de 2007
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Después de un año de distancia de la jornada electoral del 2 de julio de 2006, muchas cosas han cambiado en el panorama político nacional. El primer aniversario de las elecciones presidenciales más competidas del país abre una oportunidad para ponderar qué pasó, cómo evolucionaron los acontecimientos y qué perspectivas se abren en el futuro próximo.
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Los antecedentes del 2 de julio de 2006 se remontaron a una sórdida lucha por el poder que tuvo episodios estratégicos desde dos años antes: los videoescándalos, el desafuero de López Obrador, a lo que se sumó la campaña electoral más sucia que se recuerde en décadas. El país llegó “en vilo” a la jornada electoral y así nos quedamos, porque la noche del 2 de julio el IFE no dio información. Con muchos jaloneos salió un ganador cuatro días después con el cómputo distrital. Sin embargo, el balance de una parte importante de la sociedad fue negativo: para unos, el PAN se hizo de una victoria pírrica, a la mala, por la ilegalidad y las alianzas mafiosas; para los partidarios de López Obrador, hubo fraude, cuatro de cada 10 ciudadanos, según encuestas de agosto de 2006, así lo consideraron; para el panismo se trató de una victoria legal.
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Alrededor del tema del fraude se tejió una complicada crisis postelectoral que dejó al país en suspenso durante dos meses. Prácticamente hasta que el Tribunal Electoral validó el proceso —5 de septiembre— hubo mucha turbulencia y una gran incertidumbre. El perredismo tomó las calles del centro del Distrito Federal y mantuvo un plantón de casi 50 días. El fraude no se pudo comprobar, porque estas operaciones sólo dejan indicios. Pero las huellas de la maquinaria magisterial afectaron la limpieza del proceso. Desafortunadamente, tampoco la autoridad supo resolver el conflicto.
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De forma completamente letrista se interpretó la ley, y sus resultados dejaron al IFE mal ubicado por descuidos, parcialidad y errores estratégicos; el Tribunal Electoral generó un galimatías de dictamen desde la lógica más elemental, pero no generó certidumbre. Se rechazó la salida de la crisis, un nuevo conteo voto por voto, por razones absurdas. Hubiera podido haber una salida institucional a la crisis, pero la coalición de derecha prefirió quedarse con un triunfo cuestionado de legitimidad antes que aceptar una resolución de fondo.
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Los errores se cargan a la parte perdedora. López Obrador tuvo errores críticos durante la campaña (no ir al primer debate, no responder inmediatamente a la guerra sucia, enfrentar intereses empresariales poderosos, etcétera). De igual forma, hubo errores durante el movimiento postelectoral (el plantón, el no reconocer la derrota y la figura de “presidencia legítima”). Se puede debatir sobre cada uno, pero hay que tener en cuenta las otras piezas: el Consejo Coordinador Empresarial, aliado al PAN, violó la legalidad (artículo 48 del Cofipe sobre el derecho exclusivo de los partidos a contratar tiempo para promocionar el voto); la guerra sucia fue tolerada por el árbitro (artículo 38 de Cofipe, los partidos no pueden usar la diatriba, calumnia, infamia, injuria, denigración).
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Fox —el primer activista de la campaña panista— realizó un intenso trabajo y ya como ex presidente lo dijo así: “Con el desafuero perdí, pero después me desquité, cuando ganó mi candidato”. Si a ello sumamos los operativos magisteriales, se pueden tener al menos abiertas sospechas de la falta de equidad en una contienda que dejó una diferencia de medio punto porcentual. Un recuento voto por voto ordenado por el Tribunal hubiera resuelto la crisis.
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Desde lejos, la actitud de López Obrador se puede considerar como extrema; sin embargo, hay que poner el problema en contexto: una parte de la gobernabilidad del país en esos meses de la crisis postelectoral estuvo en la conducción pacífica de un movimiento social que podía haberse desbordado, llegar a la violencia, y no ocurrió.
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El problema fue que para la parte perdedora el resultado electoral era inaceptable, así que simplemente decidió no acatar los resultados porque no se había tenido un proceso limpio, sino plagado de suciedad mediática e inequidad política. Si la salida de un recuento se hubiera aceptado, probablemente no hubieran cambiado los resultados, pero eso nunca lo vamos a saber con certeza. Lo que sí hubiera cambiado con el recuento es haber mantenido la legitimidad del pacto político electoral que hizo posible la transición democrática en México. Ese pacto lastimado, incluso para algunos está roto, es la herencia del 2 de julio de 2006.
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El gobierno de Calderón se instaló con dificultades y empezó su gobierno cuesta arriba, pero poco a poco ha ganado más apoyo social. El eje de la política contra el narcotráfico, que ha sido popular, deja saldos muy discutibles y polémicos. El manejo económico se ha mantenido en los mismos moldes de los anteriores gobiernos, de Salinas en adelante; sin embargo, los graves problemas como desigualdad, pobreza, informalidad y migración, se acentúan día con día. La operación con el Congreso ha cambiado, Calderón es un político profesional y no ha cometido los dislates de Fox, pero tampoco genera expectativas de cambio o entusiasmo, simplemente administra la Presidencia.
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¿Qué se puede hacer hoy desde la oposición? López Obrador sigue sus recorridos por el país, lleva más de 500 municipios y el contacto con sus seguidores habla de un millón de representantes de su movimiento. Su presencia mediática es completamente marginal. Una democracia necesita contrapesos y ese lugar no está resuelto. No se ve a una izquierda moderna y poderosa que pueda moderar los excesos de un panismo gobernante que ha acentuado su carácter de derecha y ha extraviado la parte del centro. La oposición que encabeza AMLO trabaja para tener una nueva oportunidad, pero por lo pronto se trata de una apuesta incierta.
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A un año del 2 de julio de 2006 se ha roto el empate político entre izquierda y derecha, el gobierno panista se quedó con la Presidencia, pero con una legitimidad cuestionada; el pacto político sigue lastimado y la contraparte no ha logrado recuperar presencia y liderazgo. La polarización se mantiene con un bajo perfil y la crispación ha bajado; sin embargo, la democracia mexicana sigue metida en el túnel del desencanto.

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