jueves, noviembre 22, 2007

Las migraciones invierten el camino y van del Sur hacia el Norte


Miedo a los otros.

por Bimal Ghosh*, Augusto Zamora*
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-Después de siglos sirviendo a las colonias, las migraciones invierten el camino y van del Sur hacia el Norte, sacudiendo el tablero del capitalismo mundial.
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Entre 1821 y 1924 unos 55 millones de europeos emigraron a distintos continentes, fundamentalmente a América. Eran los expulsados de la revolución capitalista que sacudía la mayor parte de Europa occidental y que había encontrado en la emigración una válvula de escape a las legiones de miserables excretados por la industrialización. Los países americanos, a su vez, estaban necesitados de grandes contingentes humanos con los que poblar sus extensos territorios.
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Aquella complementariedad posibilitó que el capitalismo europeo pudiera desarrollarse sin desencadenar un caos, no obstante lo cual revoluciones y asonadas se sucedieron cíclicamente entre 1830 y 1934. La suma de miseria y guerras provocará la revolución bolchevique en Rusia y posibilitará el triunfo del nazismo en Alemania, éste favorecido por grupos capitalistas temerosos de una sublevación popular.
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El problema demográfico también fue acicate del imperialismo europeo. Merced a su dominio del mundo, las potencias coloniales promovieron la emigración hacia las colonias, lo que les permitía resolver dos problemas, hambre y desempleo por una parte; expolio de las colonias por otra. Grandes contingentes de europeos se establecieron de Argelia a Sudáfrica, de India a Australia. Las causas de la emigración eran la pobreza y la presión sobre la tierra provocada por la voracidad capitalista y el crecimiento poblacional.
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Países escasamente poblados como Noruega vieron emigrar a dos tercios de su población. La emigración se alimentó a sí misma. Los emigrantes irlandeses enviaron a su país de origen casi dos millones de libras entre 1850 y 1855, remesas que servían para pagar el viaje de familiares y amigos. La mitad de Irlanda emigró a EE.UU. Entre 1851 y 1880, 5.3 millones de británicos abandonaron las islas, principalmente a EE.UU., Australia y Canadá.
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A mediados del siglo XIX, pero sobre todo a partir de 1880, italianos y españoles se sumaron al flujo migratorio. De 1880 a 1914, más de 3 millones de españoles partieron a tierras americanas, fenómeno que, en el caso de España, se verá potenciada por la derrota republicana en la guerra civil y por la pobreza del país en las décadas siguientes. Hoy, unos 2 millones de españoles residen en el extranjero, de ellos 1.3 millones en Latinoamérica.
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Otras migraciones se produjeron a golpe de capitalismo, como la colonización rusa de Siberia y la polaca de la cuenca del Ruhr a finales del siglo XIX, o la emigración interna del campo a la ciudad, que continúa creciendo sin cesar. No obstante, ninguna tan trágica como la migración forzada de africanos por la trata de esclavos, que sigue siendo la página más negra de la rapiña europea. Regiones enteras de África fueron despobladas y otras desarticuladas para siempre.
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Se calcula que unos 12 millones de negros fueron esclavizados, cifra impresionante considerando que Holanda tenía 5 millones de habitantes en 1900 y Suecia 7 millones en 1950. Aunque abolida en el siglo XIX, la colonización de África restableció de facto la esclavitud, sumiendo al continente en un infierno que perdura y del que huyen, en riadas crecientes, millones de desamparados.
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Hasta 1960, aproximadamente, la emigración proporcionó enormes beneficios a los países europeos. Desde el dominio absoluto que ejercían sobre colonias y protectorados, éstos debían aceptar la emigración blanca que los despojaba de tierras y recursos, en tanto los nativos estaban impedidos de emigrar a las metrópolis. Hispanoamérica lleva 500 años recibiendo migración española, mientras los indios han tenido que esperar 500 años para emigrar a España. Una excepción hubo al impedimento de emigrar: cuando los indígenas eran necesitados como carne de cañón.
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Las guerras mundiales obligaron a franceses y británicos al reclutamiento masivo de africanos y asiáticos, que pudieron, a costa de su sangre, conocer Europa. En la I Guerra Mundial, Inglaterra movilizó a 943 mil hindúes. Francia, a 928 mil vasallos. La II Guerra Mundial terminó de liquidar los imperios coloniales, obligando a la repatriación de millones de europeos. La descolonización cerró un ciclo y abrió otro, inesperado, el de la emigración de los ex siervos a las ex metrópolis.
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En América, el crack de 1929 hizo que EE.UU., pusiera fin a la época dorada de la inmigración. Si de 1899 a 1914 había recibido 15 millones de emigrantes, entre 1930 y 1945 sólo permitió el ingreso de 650 mil. El grifo se reabrirá con la nueva edad de oro derivada de los ingentes beneficios que le dejó la II Gran Guerra. Latinoamérica siguió recibiendo emigrantes, sobre todo de España e Italia. En Europa, el crecimiento de los años 60 y 70 requirió abundante mano de obra de Europa del Sur y el Mediterráneo. En 1974, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), había 574 mil españoles y 1 millón 37 mil italianos en los países más ricos de Europa.
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En el Tercer Mundo, el neoliberalismo impulsado por el dúo Reagan-Thatcher en los años 80 tendrá un efecto devastador, acrecentado por la corrupción y el despilfarro y por una deuda externa colosal que ha empeñado su futuro. La destrucción de la Unión Soviética y del bloque socialista asestó otro golpe demoledor, pues los países pobres perdieron mercados seguros y una ventajosa asistencia económica y técnica.
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Con el fin de la Guerra Fría los países ricos redujeron drásticamente la ayuda al desarrollo, impusieron el derribo del aparato estatal y obligaron a privatizar empresas y recursos naturales en provecho de sus multinacionales. El efecto ha sido un aumento atroz de la desigualdad en el mundo y la concentración de la riqueza en un número cada vez más reducido de personas y empresas.
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El hundimiento de los países pobres cambió la dirección de los flujos humanos. Latinoamérica, por siglos receptora de emigración, fue convertida súbitamente en región emigrante. Desde los años 80, decenas de millones de latinoamericanos han sido forzados a emigrar. Las cifras muestran la magnitud del fenómeno. El 23% de los mexicanos, el 15% de salvadoreños y el 11% de dominicanos vive en EE.UU. En 2000 había 35 millones de "hispanos" por 21.9 millones de 1990. Hoy suman 39 millones, creciendo 1.3 millones por año sólo en aporte migratorio, sin contar su tasa de natalidad, la más alta de EE.UU.
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La emigración ha cambiado las relaciones entre Latinoamérica y EE.UU., más allá de lo que permiten ver las relaciones formales. Las remesas de los emigrantes constituyen el pilar que sustenta unas economías en ruina que tienen en ellas su tabla de salvación. Las remesas representan el 43% de las divisas de El Salvador, el 35% de las de Nicaragua y el 21% en Ecuador (a lo que deben sumarse las remitidas por los emigrados a otros países y a Europa).
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México recibe más de 6 mil millones de dólares de dinero fresco y el país no estalla gracias a la emigración. Cuando en 2001 Bush amenazó con una expulsión masiva de inmigrantes ilegales, México crujió y los presidentes centroamericanos volaron raudos a EE.UU., a pedir un indulto. Si la expulsión se daba, sus economías se desplomarían como naipes y los países reventarían, pues carecían de capacidad para acoger a los expulsados.
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EE.UU. ha quedado preso en su propia trampa. Con Latinoamérica arruinada tras un siglo de expolio, debe optar entre tragar sin respiro el alud migratorio del sur o, si cierra sus puertas, ver a la región sumirse en el caos, lo que suscitaría una multiplicación exponencial de las riadas migratorias. Si eso ocurriera, enfrentaría dos infiernos, no uno. Como no se vislumbra un cambio de política, en 2050 EE.UU. tendrá 100 millones de hispanos y será el mayor país hispanohablante del mundo tras México. La integración continental no se daría por el ALCA sino vía migración, con un EE.UU., latinoamericanizado, algo que aterra a no pocos blancos. California, con un 52% de hispanos, ha sido retomada. Y siguen llegando.
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Europa se encuentra inmersa en un camino similar y debería verse en el espejo de EE.UU., para conocer su futuro inmediato. Esta sitiada fortaleza colinda con África, Europa del Este y Asia, regiones pobres cuando no paupérrimas, con elevadas tasas de natalidad, particularmente África y el Magreb. De los 50 países más pobres del mundo, 35 están en África, continente que tendrá, en 2050, 1.700 millones de habitantes, de ellos 120 millones magrebíes. En África se juntan las desdichas del mundo: superpoblación, enfermedades, hambre, corrupción, guerras y desertización. La marea africana apenas está comenzando.
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Ninguna medida represiva podrá detener ese aluvión como demuestra el caso de EE.UU., y la propia experiencia europea. EE.UU., construyó un muro de 150 kilómetros de largo en su frontera con México, ha extendido alambradas y sofisticados sistemas de detección en otros centenares de kilómetros, quintuplicado el gasto y el número de policías y lo único que ha logrado ha sido aumentar el número de inmigrantes muertos (unos 3 mil por año) y favorecer a las mafias. El creciente número de ilegales fallecidos en el "corredor de la muerte", en Arizona, llevó al gobierno mexicano en 2001 a distribuir 200 mil mochilas de supervivencia entre quienes se adentraban por aquella mortal zona desértica.
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La única alternativa visible para aminorar el fenómeno, hasta hacerlo controlable, es modificar los términos de intercambio y crear condiciones que hagan viable los países. Será inevitable condonar la deuda externa que ahoga las economías y convertirla en ayuda al desarrollo, creando mecanismos internacionales que impidan su malversación por las oligarquías y gobiernos corruptos.
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El proteccionismo agrícola y comercial deberá dar paso a un sistema que favorezca las exportaciones de los países pobres (el aumento de un 1% de las exportaciones incrementaría un 20% la renta del África subsahariana), aumentando también las inversiones para expandir el mercado laboral y arraigar a la población. Las multinacionales deberían ser sometidas a sistemas de control contra la explotación laboral, el traslado de beneficios y la especulación, para evitar la descapitalización humana y monetaria.
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No menos importante, impedirles fomentar guerras pues, como afirma el Banco Mundial, muchas de ellas son provocadas para controlar yacimientos minerales, como ocurre en África. Cambios, en fin, que desactiven la causa fundamental de la emigración que ha sido, desde siempre, una huida de la miseria para buscar una vida decorosa y digna.
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Parecerá utópico o quimérico, pero no hay otras soluciones a mano. El capitalismo global ha devastado por siglos continentes enteros. Mientras los expoliados no pudieron emigrar, las potencias coloniales vivieron su sueño. Hoy es imposible sostenerlo. Como EE.UU., deberán escoger entre propugnar un sistema internacional menos desigual e injusto, adoptando las medidas que haga falta, o ver su fortaleza asaltada por mareas incesantes de los condenados de la tierra. Su avanzadilla ya está aquí, señalando el camino desde dentro.

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