miércoles, septiembre 16, 2009

Héroes y fantasmas. La guerrilla mexicana de los años 70

    • NOTA: El libro Héroes y fantasmas. La guerrilla mexicana de los años 70, de Benjamín Palacios Hernández, se presentará el viernes 18 de septiembre a las 19:30 horas, en el Museo Metropolitano de Monterrey (antiguo Palacio Municipal)


HÉROES Y FANTASMAS*
La guerrilla mexicana de los años 70 (I)
Benjamín Palacios Hernández

15diario número 358, martes 1º de septiembre de 2009, www.15diario.com

“¿Por qué abandonaste las sendas holladas por el hombre y prematuramente, con escasas fuerzas pero con ánimo valeroso, osaste enfrentarte al dragón en su guarida? Indefenso como estabas, ¡ay!, ¿dónde se ocultaba la sensatez, ese escudo espejado...?”

Percy B. Shelley

“La misión última de todos los seres finitos dotados de razón es (...) la unidad absoluta, la identidad permanente, la plena coherencia consigo mismos”.

Fichte

Corría el año de 1977. Los días, los meses y los años se desgranaban, como paletadas de tierra en una tumba, sobre la humanidad de veintitantos hombres y una mujer presos en el antiguo penal de Topo Chico, en Monterrey, sobrevivientes de una guerra soterrada entre un Estado que actuaba con absoluta libertad para perseguir, ejecutar y desaparecer, y civiles que habían creído necesario agrupar sus convicciones en organismos armados.

Las ong’s eran un invento del futuro, y la prensa relativamente independiente y crítica un tema de la literatura fantástica. Los guerrilleros y sus actividades habitaban la nota roja en los periódicos, no las primeras planas y los encabezados. Salvo notables y muy escasas excepciones, no había articulistas de opinión que escapasen a la línea oficial que presentaba a aquéllos como asesinos y terroristas, agentes del (inasible) extranjero y traidores a la patria. Con precaria imaginación, alguna prensa imitaba a las películas del viejo oeste con insertos de: “se busca”, que exhortaban a la población a delatar a esos matones.

En un fenómeno insólito la reflexión vino de parte de los irregulares, primero que todos de un grupo de aquellos encarcelados en Topo Chico. Mediante una dolorosa revisión de su propio pasado inmediato, de su actividad, de sus concepciones y sus teorías –nunca de sus convicciones–, siete de ellos emprendieron lo que se conocería como la rectificación. De experiencias, orígenes y formaciones diversas, todos eran miembros de la Liga Comunista 23 de Septiembre, la más extendida y poderosa de las organizaciones guerrilleras mexicanas; al mismo tiempo la más “culta” y, en una paradoja sólo aparente, la más radical de todas ellas.

El proceso había empezado en diciembre de 1974, cuando les llega la noticia de la disolución de la Liga en su concepción original y su dispersión en pequeños grupos en alguna medida enfrentados entre sí, que empezaron casi de inmediato a deslizarse por la pendiente del militarismo, uno de los extremos, justamente –el otro: el “democratismo”–, entre los cuales la Liga había intentado desesperada e infructuosamente mantenerse en equilibrio.

Hasta aquel momento las largas condenas de varias decenas de años que pendían sobre los guerrilleros poco o nada significaban; tarde o temprano la Liga vendría a rescatarlos: a sangre y fuego –como efectivamente existió un proyecto frustrado durante el primer tercio de 1974– o mediante un intercambio. La noticia de la desbandada de la organización no sólo alejó sine die la eventual liberación: conmovió también las conciencias de los prisioneros forzándolos a preguntarse cómo y por qué la “organización revolucionaria definitiva” había sobrevivido apenas un año y unos pocos meses. La represión de los llamados órganos de seguridad del Estado, con todo y haber sido brutal y sin obstáculo legal alguno, no podía explicar por sí sola el resultado. A pesar del elevado número de guerrilleros muertos en combate o asesinados en la tortura, de los desaparecidos y encarcelados, la guerrilla mexicana y en particular la Liga Comunista 23 de septiembre, que enfrentó el peso principal de la represión, no habían sido aplastadas físicamente.

Cabía entonces indagar, pensar y reflexionar en el otro polo: el de la propia organización, en sus teorías, en el sustento teorético de su actividad y, a fin de cuentas, en su concepción misma. Este esfuerzo de auto revisarse, de estudiar y repensar los hasta entonces considerados fundamentos inamovibles de una organización que ellos concebían, sin duda alguna, como preparada y destinada a la victoria, fue llevado a cabo en las peores condiciones imaginables: en el aislamiento físico y anímico de la cárcel. Producto de ello fueron varios documentos, la absoluta mayoría hasta ahora inéditos. Quizá el más ilustrativo de todos sea el extenso ejercicio testimonial que aquí se ofrece por primera vez –cuyo título de trabajo es Los siete de Topo Chico–, generado cuando aquel proceso de reflexión autocrítica estaba casi concluido.

Su origen es un proyecto presentado por Abraham Nuncio, quien por aquellas fechas había ido a conocerlos a la cárcel. Él les planteó la idea, arguyó sobre la importancia de que expusiesen su versión y les presentó entonces un guión, compuesto por el índice, que aquéllos deberían “llenar”. Los testimonios fueron grabados, poco a poco e individualmente, en algún rincón relativamente aislado del Topo Chico. Ellos constituyen un documento único en la historia, aún por escribir, de la guerrilla mexicana. Con estilos diversos y diferencias la mayoría de ellas de matiz, los autores –encabezados por Gustavo Hirales Morán– coinciden en una autocrítica que, en aquellas condiciones y en esa primera fase, aparece naturalmente incompleta y en proceso de maduración. Las rutas individuales del desarrollo de ese pensamiento conducirían a algunos de ellos a concepciones diferentes, incluso enfrentadas. Pero esta historia escapa a los marcos y los propósitos de esta investigación, si bien algunas muestras de ella podrán encontrarse en la introducción.

La historia del movimiento guerrillero en México es prácticamente inexistente. En otros países, regularmente, primero aparecen las historias particulares y después surgen novelas sobre el tema. Paradójicamente en nuestro país ha ocurrido lo contrario: existen algunas novelas de mayor o menor fortuna editorial mientras que la historia del fenómeno, a más de 40 años de su eclosión, sigue sin escribirse.

Se trata, ya nadie lo discute, de un periodo de fundamental importancia para comprender tanto el desarrollo posterior del país como las transformaciones de su estructura política. La historia, como la naturaleza, tiene horror al vacío. Los huecos existentes en ella son llenados con cualquier cosa (las novelas, por ejemplo), y sobre esos vacíos se generan las consejas y las versiones más peregrinas. Es momento, entonces, de dotar de sustancia a esta historia, expulsando a la anécdota sin más, la incomprensión y los mitos.

En el estudio introductorio intento explicar los orígenes, y a partir de ellos sentar lasbases para comprenderlaactuación y la trayectoria de la guerrilla que encarnó destacadamente en la Liga Comunista 23 de Septiembre. El análisis se centra en los empeños que condujeron al propósito, el único en la historia de la guerrilla mexicana, de fusionar a los grupos armados dispersos que pululaban en diversas regiones del país y se detiene en su culminación: la fundación en marzo de 1973 de la propia Liga.

En estos esfuerzos unificadores jugó un papel fundamental el grupo de Raúl Ramos Zavala asentado en Monterrey, justo en el centro tradicional de “la reacción mexicana”. No es en modo alguno desdeñable, y sí por el contrario preñado de consecuencias teóricas, el análisis de las razones de que haya sido justamente Monterrey la cuna político-formativa no sólo de los precursores de la Liga (y de algunos otros grupos armados comunistas), sino también el principal semillero de sus dirigentes. Es este un estudio que sigue pendiente.

(*) Este texto, a publicarse aquí en dos partes, corresponde a la “Advertencia” que encabeza el libro del autor, publicado con idéntico título en mayo del año en curso por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León.


HÉROES Y FANTASMAS
La guerrilla mexicana de los años 70 (II)
Benjamín Palacios Hernández

15diario número 359, miércoles 2 de septiembre de 2009, www.15diario.com

Respecto a la existencia temporal de la Liga existen aún ahora diversas interpretaciones. La nuestra es que la Liga Comunista 23 de septiembre, como tal y en su concepción original, tuvo una vida que va de marzo de 1973 a abril-mayo de 1974.

Existen sin embargo quienes sostienen que la Liga sobrevivió hasta ya entrados los años 80, e incluso algunos la prolongan hasta fechas tan tardías como 1990-91. Lo cierto es que, en nuestra opinión, en ese extendido periodo lo que sobrevivía eran tres o cuatro desprendimientos de la agrupación original –lo que Gustavo Hirales llamó en su momento “los restos del naufragio”–, cada uno de los cuales reclamaba ser “la auténtica” Liga.

Fue este, también, el lapso de mayor desenfreno de las tendencias militaristas incubadas ya en la propia Liga y manifestadas incluso en sus actas de fundación. Y no es de extrañar: destituida su dirección nacional, muertos en combate, desaparecidos o encarcelados sus principales dirigentes y con el cerco cada vez más estrecho y la feroz persecución policiaca, la reacción de los sobrevivientes era fatalmente natural.

De este modo la desconfianza y la psicosis de la “infiltración” se instalaron entre los combatientes que seguían vivos y libres, y su actividad cada vez más se reducía a la mera sobrevivencia y al contra-ataque exactamente en los mismos términos que la represión del Estado: ojo por ojo y diente por diente.

Lo que el lector tiene ahora en sus manos forma parte de una investigación de más largo alcance sobre el movimiento armado mexicano de la primera mitad de los años setenta, y, conviene insistir en ello, en particular acerca de su principal y más importante expresión organizada: la Liga Comunista 23 de Septiembre.

El proyecto de esa investigación “mayor” apunta más allá de donde ésta se detiene. Comprende tres partes más: La crítica de las armas y La caída: causas y manifestaciones, las dos primeras. La tercera y última estaría dedicada a adelantar algunas conclusiones que, forzosamente, dado lo inexplorado del tema, han de presentarse como provisionales. De todo ello se encontrarán aquí, de cualquier modo, apuntes de alguna manera detallados y desarrollos parciales.

Dificultades de diverso tipo han contribuido, durante un lapso ya bastante largo, al aplazamiento de la conclusión del trabajo en su planteamiento y extensión originales, de modo que decidí, como ya he dicho, hacer un corte en la cobertura temporal, y por consiguiente también temática, de mi objeto de estudio.

Este se detiene justamente en la fundación de la Liga para que pueda conservar una unidad que de otro modo –interrumpiéndose por ejemplo en el rastreo e interpretación de su intensa actividad– perdería al dejar abierto el desarrollo de la propia investigación, por no dotarla de un punto de llegada ciertamente todavía parcial, pero coherente.

Por lo demás, esta medida obligada por las circunstancias se sustenta también en una esperanza: que su publicación traiga consigo la apertura de los diques que, aún ahora, siguen conteniendo la abundante y rica información detrás de los labios de los sobrevivientes dispersos en los lugares más insospechados.

Muchos de ellos, a los que entonces no conocía personalmente, poseen información más abundante que la que en su momento pude recabar sobre eventos particulares, reuniones y operativos. Con su concurso y disposición para hablar –aunque parezca increíble, después de más de tres décadas algunos aún se muestran renuentes para proporcionar nombres y datos–, podremos consolidar los cimientos y añadir nuevos pisos a esta historia en construcción.

Paradójicamente la historia real de la guerrilla mexicana de los años setenta ha enfrentado también el fenómeno opuesto. Si bien algunos protagonistas de ella prefieren callar y olvidar, algunos de aquellos que formaron parte de lo que nosotros llamábamos nuestra periferia –pasada la época en la que haber sido guerrillero o haber tenido contacto con ellos era peligroso o por lo menos inconveniente, cuando por el contrario ello empezó a otorgar cierto status– se han mostrado más que dispuestos a hablar e incluso testimoniar sobre “su participación”. Especulando y tomando ventaja, precisamente, de que esa historia no ha sido aún escrita, han sembrado en un terreno abonado por la desinformación documental y hecho florecer, así, sus propias “hazañas”.

La construcción de la historia del movimiento armado mexicano de aquella época, entonces, que natural e inevitablemente se enfrenta a la dificultad representada por la diversidad de las concepciones y los juicios retrospectivos de sus actores, encara también un obstáculo bifronte e internamente contrapuesto: ex-guerrilleros que prefieren ocultar su pasado, y “ex-guerrilleros” que se lo inventan.

Además de algunas entrevistas directas con ex-compañeros de armas que me permitieron verificar ciertos puntos (fechas y acontecimientos particulares, principalmente), refrescar e incluso conocer otros olvidados o ignorados por mí, y también, en algunos casos, contrastar sus opiniones con las mías; además, asimismo, de una revisión y cotejo hemerográficos de la actividad previa a la Liga, de la Liga misma y de los grupos-secuela surgidos a raíz de su desmembramiento sobre todo en el área de Monterrey entre 1971-1976, he podido contar con cuatro textos sumamente valiosos, que se convierten en punto menos que invaluables si tomamos en cuenta la situación de penuria que, hasta ahora, continúa caracterizando a la documentación sobre la guerrilla mexicana: el original largamente inédito, ahora publicado aquí y al que estas líneas pretenden servir de introducción, del ya citado trabajo colectivo testimonial elaborado a iniciativa y con la coordinación de Abraham Nuncio, entre 1977 y 1978; una copia de las Cuestiones fundamentales, tal vez el único documento con pretensiones “programáticas” de la Liga, el cual después de un largo rastreo que me llevó varios años pude finalmente conseguir; A la luz de esta historia de batallas, análisis escrito en 1969, antes de la fundación de la Liga, por el que llegaría a ser el segundo en el mando, Manuel Gámez Rascón, y por último el que quizá sea el único ejemplar existente de las Actas –bien es cierto que casi completas– de fundación de la propia Liga Comunista 23 de Septiembre.

Quiero agradecer a mi hermana Lylia Isabel Palacios, a Rogelio Flores de la Luz, Javier Almaguer, Cecilia Saviñón, Marcelo Leija, Gerardo Escalera y Clara Eugenia Flores por haber realizado en su momento el rastreo y recopilación de notas tomadas de los periódicos regiomontanos (“El Norte” y “El Porvenir”, principalmente) de la época; a Elías Orozco Salazar, Gustavo Hirales Morán, Héctor Escamilla Lira y Carlos García Guerrero, por su tiempo, interés y disposición para ser entrevistados, por los recuerdos y por la información; y de nuevo a Hirales por haber vencido el tan común celo retentivo de documentos, haberme hecho saber de la existencia de las “actas de fundación” de la Liga y enviado su texto.

Todos ellos son, en distinto grado, no coautores pero sí copartícipes de este trabajo aunque, como siempre, la responsabilidad sobre las ideas, la forma y la calidad, es sólo mía.


LA GUERRILLA DE LOS 70:
UNA HISTORIA (AÚN) OCULTA
Benjamín Palacios Hernández

15diario número 368, martes 15 de septiembre de 2009, www.15diario.com


Allá arden los libros en la hoguera. ¿Qué has hecho para salvarlos? ¿Crees tú que basta con que te los aprendas de memoria? Acá se arrancan los intestinos de los cuerpos y se pisa los rostros con botas claveteadas. ¿Qué has hecho tú para impedirlo? ¿Piensas, por ventura, que conseguirás algo con esos sermones sobre el amor humano que predicas ante los sicarios armados hasta los dientes? ¿Que extingues el fuego porque le repitas los diez mandamientos?

El “anti-culto” al “culto”, Leszek Kolakovski

Al operar en todo el territorio nacional –con la excepción de los estados del sureste más allá de Oaxaca–, la Liga ha sido, entonces y ahora, la única agrupación armada “irregular” que no ha estado confinada a una región localizada. Fundamentalmente una estructura político-militar urbana, con sus centros principales de operación en Monterrey, Culiacán, Guadalajara y el Distrito Federal, intentó crear y mantener sus propios frentes y columnas de guerrilla rural.

Fracasadas las negociaciones con el Partido de los Pobres de Lucio Cabañas que buscaban establecer una coordinación entre ambas fuerzas, la Liga pudo en cambio sostener un núcleo guerrillero en la sierra de Chihuahua, que logró reclutar un pequeño número de indígenas tarahumaras y que, incluso, sobrevivió durante algún tiempo después de la desaparición de aquélla. Fue capaz también, como hemos visto, de crear otra columna en un lugar tan distante de esta zona como la sierra oaxaqueña.

La Liga Comunista 23 de Septiembre, que se mantendría en actividad durante un relativamente corto aunque intenso periodo hasta abril de 1974, fue también –como ya se ha apuntado– la menos militarista de las organizaciones guerrilleras del país durante la década de los setenta.

Ninguna otra pudo –y es de dudar que las de ahora puedan– exhibir en sus mismas actas fundacionales pasajes que afirman que “la necesidad de agitar a través de la acción militar, poniendo énfasis en eso, es una desviación terrorista”, o bien que la “forma fundamental de lucha que debe promover la organización es la lucha política y en segundo término la guerra de guerrillas” (Actas, p. 87; cfr., también, infra, nota 7).

No un papel menor en la configuración de esta característica desempeñó otra de las peculiaridades de la Liga, esto es, la importancia asignada por ella –al menos en sus primeros tiempos– a la formación teórica de sus militantes y a la elaboración también teórica de los problemas. Que sus teorías no hayan sido del todo sólidas y no todas racionales (¿cuál, de entre todas las agrupaciones y partidos no armados de la época lo era?) es un problema cuyas consecuencias habrán de discutirse en otro lugar.

Para el que aquí nos ocupa –el de mostrar los rasgos que confieren a la Liga su calidad de organización armada sui generis–, en cuanto a este punto un dato lo resume todo: una organización de combate que en su momento pudo ser acusada, por otros grupos guerrilleros, de... teoricista.

A diferencia de la parcialidad de uno u otro signo propia del propagandista más que del ideólogo, del “político” y no del historiador, los miembros de la Liga –y en general los integrantes del movimiento armado que dramatizó los años setenta– no debieran ser considerados ni como ángeles ni como demonios. También ellos, como todos nosotros, se parecieron más a su época que a sus padres.

Si ha de ser cierto que el oficio del historiador implica, en primer lugar, el esfuerzo por comprender, debería entonces ser obvio que en nada ayudan a sus propósitos aquéllos que –según la expresión de Thompson– leen la historia a la luz de una problemática posterior y no a la de aquélla en la cual los hechos ocurrieron.

Una lectura de la historia, tan frecuente y tan deletérea, que “sólo recoge lo que ha triunfado” en tanto que “las causas perdidas, los caminos muertos y los mismos vencidos son olvidados”, que hizo a Thompson proclamar la necesidad de rescatar a estos últimos de “una posteridad excesivamente condescendiente”, o excesivamente condenatoria, agregaríamos por nuestra cuenta.

Pero si la historia no fuese comprensión sino catalogación, si ella fuera algo así como el archivo fáctico y documental de la Suprema Corte de la Humanidad y el historiador una suerte de árbitro de las derrotas y las victorias, juez del error y el acierto y censor de las intenciones, aún así habría que levantar acta de los motivos de los enjuiciados.

En el caso, todos ellos podrían suscribir –no como excusa, sino como explicación– el encendido reclamo del anti-culto de Kolakovski.

A todos nos honraría, incluso como nación, que pudieran también rubricar la sentencia del Me-Ti: mi miedo es una debilidad que me concierne sólo a mí; mi muerte concierne a todos...

    • Este texto corresponde al epílogo del libro Héroes y fantasmas. La guerrilla mexicana de los años 70, que se presentará el viernes 18 de septiembre a las 19:30 horas, en el Museo Metropolitano de Monterrey (antiguo Palacio Municipal)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pensé que los comunistas se habian extinguido hace mucho tiempo, porque los intentos actuales son caricaturas. Y hacer caso a lo que escribe un personaje que se pasa 8 horas diarias en un chat virtual, seduciendo a damitas desesperadas para que lo mantengan, está para pensarse.

Anónimo dijo...

No se entiende que quiere este primer anonimo con tufillo a cenTavo,quiere que haya comunistas ¨reales¨
y no caricaturas.
O no quiere eso, ni reales ni caricaturas,(ni originales ni piratas).
como que cree que los comunistas no deben seducir damas, (desesperadas o no).Que yo sepa el comunismo no castra la libido.
Ademas los chismes no tienen credibilidad.(a las desesperadas se les seduce en cinco minutos).