sábado, noviembre 28, 2009

Y la moralidad que presumen los panistas, ¿dónde queda?


El Partenon

El Norte, 27 noviembre 2009

Segundos antes de que todo sea devorado por el tsunami, aparece imponente en el horizonte una cortina de mar. Se anuncia: así de grande, de vasta, de indomable será la destrucción. En Nuevo León, la cortina se llama impunidad y está exquisitamente tejida con hilos de complicidad. En esta cena de gala nadie se atreve a dar el primer sombrerazo porque, al hacerlo, firma su propia condena. El que tenga la lengua larga, que tenga la cola corta, ¿verdad?


El domingo pasado, nos estremeció un reportaje de la Sección Local titulado "El baile de la niña", en el que presenta, descarnada como es, la explotación sexual infantil en la Ciudad. Nada quedó en su tintero. El reportero Osvaldo Robles nos llevó a El Partenón, un sórdido lugar, sin permiso de venta de alcohol ni registro legal, que oferta los cuerpos de 11 niñas a sus clientes. Una de las cuales ofrece cada noche sexo en vivo, frente a la pedofílica audiencia.


A veces dan ganas de arrancarse los ojos. A la mañana siguiente, el Alcalde de Monterrey, Fernando Larrazabal, dijo que analizaría el caso y que, tal vez en unas dos o tres semanas, podrían iniciar operativos para hacer valer el reglamento de alcoholes. El Secretario de Salud, Jesús Zacarías Villarreal Pérez, se lavó las manos: su dependencia sólo se encarga de revisar la salud de las personas que se dedican al sexoservicio. Los diputados dijeron que agravarían las penas al delito de lenocinio (ya estarán los proxenetas temblando).


Mención especial merece la respuesta del Procurador Alejandro Garza y Garza, quien al preguntarle si planea ordenar alguna revisión al prostíbulo contestó que "posiblemente habría que hacerla con posterioridad, (primero) habría que ubicarlos" (El Partenón está en la calle Villagrán 820, señor Procurador).


Ni el DIF, ni el Instituto Estatal de las Mujeres mostraron siquiera señales de indignación. El Gobernador estuvo toda la semana concentrado en justificar la deuda pública. ¿Qué les habrá ocurrido a las niñas de El Partenón luego del reportaje? ¿Habrán sido felicitadas por sus lenones por haber dado publicidad al negocio? ¿Habrán sido castigadas por hablar de más? Si viven o mueren no lo sabemos, porque no hay una sola autoridad en este estado que haya gritado ¡Vergüenza!, señalando a las autoridades cómplices.


Pero el miércoles, en el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres, las dependencias gubernamentales raudas y veloces entraron al aro de la simulación. Larry, su agente inmobiliario, prometió -qué más- un edificio para la atención de las mujeres de Monterrey (¡qué bien! ¡Otro elefante blanco para nuestra colección!). Como él, funcionarias y funcionarios salieron a condenar la adversa, injusta y desgraciada vida de las mujeres que sufren violencia: presentaron datos, se conmovieron, bla, bla, bla... pero ayer mismo, al apagarse las luces, las niñas desnudas salieron a bailar porque no hay una sola persona con autoridad que las quiera vestidas y protegidas.


La simulación de unos pocos nos enferma a todos. Por cobardía o avaricia se mantienen pasivos ante una situación que, al menos, por mera humanidad, debiera merecer una condena pública. Pero ni eso. ¿Quién será el dueño de El Partenón que tiene a todo el aparato burocrático domesticado? Se lo diría, pero el establecimiento no existe legalmente y, por lo tanto, no tiene ni dueño ni dirección. Su puerta abierta es un mensaje elocuente: no sólo las niñas bailarinas exóticas reciben un pago de "los dioses" de El Partenón.


Ante esta realidad, asumiendo que las autoridades están abandonando a su suerte a estas 11 pequeñas, es importante que, al menos, la ciudadanía conserve su capacidad de indignación y que llame cómplices a quienes, debiendo hacer algo, no lo hacen. Lo peor que les puede pasar a las víctimas de la trata es que comencemos a ver el hecho como normal y que reaccionemos ante casos semejantes con la indiferencia de las autoridades.


La impunidad no es sólo un crimen sin castigo, es también la ausencia de una condena social. Gritemos: ¡Vergüenza! y llamémosles cómplices.




ximenaperedo@yahoo.com.mx



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