sábado, julio 03, 2010

El día que el próspero Monterrey mostró su verdadero rostro



El huracán Alex, convertido en tormenta tropical al tomar tierra y azotar nuestra ciudad, entre muchas otras, y dejarlas devastadas, descubre los cimientos sobre los que está construida la prosperidad de Monterrey.

Es que si los humanos, la población se olvida, la naturaleza no. Los negociantes de la tierra con tal de ganarle terreno al medio ambiente y obtener ganancias desmontan, construyen, fabrican, instalan en sitios que no debieran, lugares que siendo públicos se privatizan para aumentar el capital de los que ya tienen demasiado pero que nunca se cansan de tener más.

El río Santa Catarina es la mayor parte del tiempo sólo el lecho de un río seco, no vivo, excepto en temporada de huracanes, cuando las aguas arrastran las canchas, mercados, casetas, y demás instalaciones que se colocan ahí, ya se sabe, de manera temporal y que se tiene la conciencia que se perderán con la venida de la corriente.

El resto de ríos y arroyos igualmente desbordados le cobraron la factura al hombre que construye en sus cauces o cercanías, factura que habrán de pagar generalmente la gente de a pie, los pobladores marginados, desconocedores de las rutas que el agua tiene para sí por siglos, o a sabiendas pero sin más opciones para vivir.

Pero también la población toda es afectada ya que las avenidas que desfogan una cantidad de tráfico considerable y que han sido construidas en los márgenes del río, han quedado desfiguradas, mordidas y desaparecidas por las fauces de una tormenta que juntó más agua que el Gilberto y el Emily juntos.

El crecimiento de nuestra ciudad está determinado por los intereses de desarrolladores protegidos siempre por el gobierno; urbe donde dominan el asfalto, el concreto; donde el desprecio a lo público se manifiesta en la reducción de áreas verdes y de absorción con el pretexto de que son matorrales o vegetación insignificante y bajo la sempiterna promesa de habilitación de nuevas áreas "mejoradas".

Estos fenómenos nos acercan a la naturaleza y nos hablan en un idioma que nos es ajeno normalmente: el respeto al medio en que vivimos. Vemos a la gente asomada a la devastación, con rostros de preocupación y asombro. No estamos acostumbrados a la voz de la naturaleza reclamando lo suyo. Es hora de hacerle caso.








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