Las filtraciones de Wikileaks sobre los cables del Departamento de Estado y el affaire en torno a su fundador, Julian Assange, encarcelado en Gran Bretaña, siguen produciendo ruido mediático. Umberto Eco describió el hecho como un
escándalo aparente, dada la hipocresía que gobierna las relaciones entre los estados, los ciudadanos y la prensa. A modo de ejemplo, ironizó escribiendo que las informaciones top secret sobre Silvio Berlusconi que la embajada de Estados Unidos en Roma enviaba a Washington eran las mismas que Newsweek había publicado la semana anterior.
No obstante, el cablegate (el Watergate de los cables) exhibe la tradicional política de presiones, chantajes, descalificaciones y la soberbia imperial de Estados Unidos, junto al servilismo de sus cipayos, pero con papeles. Lo que muchos sabían, pero de manera documentada. Allí radica la novedad. Con otro dato sustancial: no es información clasificada de las 16 agencias de la comunidad de inteligencia; son documentos más bien diplomáticos que de espionaje. Muchos imaginaban que el secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Ban Ki-moon era un pobre payaso o intuían que Felipe Calderón era un colaboracionista de la diplomacia de guerra de Washington, al frente de una república bananera
(como lo describió en un cable su amigo
Luis Camilo Osorio, actual embajador de Colombia en México); pero ahora eso es oficial y, a diferencia de otros archivos desclasificados, viene sin taches.
Sin embargo, persisten algunas dudas. ¿Por qué Wikileaks, descrita por Pepe Escobar como un paraíso artificial neobaudelaireano, donde se conjuntan anarquismo, libertarismo y altísima tecnología –y que en sus comienzos recibió apoyo económico de Associated Press, Los Angeles Times y Reporteros sin Fronteras, tres instrumentos reproductores de las fabricaciones ideológico-propagandísticas del Pentágono–, terminó pactando las filtraciones con el propio Departamento de Estado a través de los filtros impuestos por el cártel mediático conformado por The NewYork Times, Le Monde, The Guardian, El País y Der Spiegel, todos occidentales y afines al sistema capitalista que se critica? ¿Se trató en verdad, como se ha dicho, de una astuta estrategia para garantizar el máximo impacto mediático y poder exhibir a Estados Unidos como eje de una enorme conspiración autoritaria?
Si así fuera, ¿por qué el Pentágono no recurrió a la Doctrina Conjunta de Operaciones de Información, definida como el empleo integral, articulado, de la guerra electrónica, las operaciones de las redes de computadoras, las operaciones sicológicas, el engaño militar y las operaciones de seguridad, para eliminar a Wikileaks de la red? ¿No pudo o no quiso?
Por distintas razones político-ideológicas, lo anterior ha inducido a algunos medios como Granma y analistas como el viejo halcón Zbigniew Brzezinski a especular que se trata de información sembrada por sectores de inteligencia vinculados a los neoconservadores, interesados en manipular el actual proceso interno estadunidense para perjudicar al gobierno de Barack Obama y obtener algún objetivo específico. Verbigracia, el regreso de la extrema derecha al poder. También se ha manejado que podría obedecer a una campaña de desinformación del Mossad israelí.
En la jerga periodística, la expresión carne podrida
alude a la filtración de información-desinformación por un servicio de inteligencia a un medio. Las fugas de información han formado parte esencial de las operaciones de guerra sicológica y las acciones encubiertas, que echan mano de la propaganda a través de la utilización de un sistema estable de estereotipos, mitos, clichés y burdas falsificaciones que a diario son inoculados a la opinión pública por los medios. Información
fabricada muchas veces con el aporte
de soplones y vasallos, como los que ahora exhibe Wikileaks, con el antecedente de que ya antes fueron publicados informes rigurosamente secretos
de la Agencia Central de Inteligencia y el Pentágono.
En el marco del fenómeno Wikileaks podríamos estar asistiendo en la coyuntura a un proceso complejo, contradictorio y caótico de reideologización
de la política exterior estadunidense, reflejo de agudas discrepancias y luchas político-ideológicas en su seno. En la etapa, lo ideológico predominaría sobre lo propagandístico. La diferencia entre las campañas ideológicas y las propagandísticas corresponde a la relación entre la estrategia y la táctica ideológicas, y refleja la jerarquía de las metas a largo y a corto plazo de las actividades ideológicas.
El contenido de las campañas ideológicas suele ser heterogéneo. En conexión con las tesis claves, centrales, existen orientaciones periféricas, que pueden parecer más o menos independientes, pero conservan una vinculación orgánica con la campaña fundamental, en cuyo cauce se desarrollan. Por ejemplo, la amenaza terrorista, el populismo radical, la guerra al narcotráfico, las campañas pro derechos humanos vinculadas al Premio Nobel. Los medios masivos cumplen un papel clave en la preparación de la campaña ideológica, pero sobre todo en la creación del telón de fondo ideo-sicológico ante el que posteriormente se representa la campaña ideológica oficial
de la administración estadunidense, vía su gigantesco aparato propagandístico.
Pretender matar al mensajero es otra muestra de hipocresía. Sin querer ser concluyentes, pensamos que las filtraciones anónimas a Wikileaks provienen del riñón de la burocracia estadunidense y obedecen a una dura lucha de poder en el seno de la plutocracia imperial. En las matrices de opinión divulgadas se prioriza a los enemigos
de Washington. Lo que no quita que, como apunta Rosa Miriam Elizalde, ninguna estrategia de resistencia debería desdeñar el conocimiento y la apropiación de las nuevas tecnologías, el valor de la transparencia informativa y el ciberespacio como ámbito de acciones ofensivas y defensivas. Ergo, de la Internet como arma de lucha popular emancipadora.
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