viernes, enero 27, 2012

Los desaparecidos en Nuevo León.

LOS FAMILIARES. Oziel Jasso Maldonado (izq.) y Jesús Victor Llano Cobos afirman que los efectivos militares se llevaron a la fuerza a sus familiares sin mencionar el motivo de su detención.
LOS DESAPARECIDOS EN NUEVO LEÓN.

 El Norte, Daniel de la Fuente, Monterrey, Nuevo León, México (27 enero 2012).- Jesús Víctor Llano Cobos se encontraba esa tarde del jueves 23 de junio del año pasado en su base de taxis, situada en Carretera Nacional y Cuauhtémoc, en Sabinas Hidalgo, cuando llegó un convoy con 20 camionetas muy grandes, color plomo, repletas de efectivos de la Marina.

El hombre de 47 años, robusto y de gafas, miró con curiosidad al montón de elementos, muchos encapuchados, que bajó de los vehículos y, empuñando sus armas de alto poder, entró a toda prisa al Hotel La Quinta de este municipio ubicado a poco más de 100 kilómetros al norte de Monterrey.

Al poco tiempo, los militares regresaron, subieron a sus vehículos y, cuando estaban por retirarse, Jesús vio que los oficiales iban propinando puntapiés a personas que llevaban acostadas en las cajas de las camionetas.

En eso, en la penúltima camioneta se percató que pasaron a un joven del asiento de adelante al de atrás.

"Ahí llevan a Junior", le dijo un amigo chofer de Transportes Tamaulipas, quien también observaba el operativo, en referencia al hijo de Víctor, como le dicen. El hijo lleva el mismo nombre y es taxista en la base familiar.

Sin medir consecuencias, Víctor corrió y se puso frente al vehículo: "¡Ése es mi hijo! ¡Entréguenmelo! ¡Somos taxistas!".

"¿Este culero es tu hijo?", le preguntó el marino casi con coraje.

"¡No somos esa clase de personas!", respondió, valiente. "¡Somos gente de trabajo, bájelo!".

El militar le dijo que si su muchacho no tenía "nada que ver", lo traería de regreso.

"Si no tiene nada que ver, ¿para qué te lo llevas?", le alzó desesperado los brazos al ver que el contingente no se detenía, pero el militar ni contestó.

"¡Párense!", les gritó, "¡denme a mi hijo!", pero uno de los militares hizo señas para que el convoy continuara su camino.

Víctor miró entristecido alejarse la camioneta con su muchacho, de 23 años, visiblemente asustado, a quien de pronto le aventaron una sábana, lo obligaron a recostarse y le comenzaron a dar de golpes.


Antes de llegar al Ministerio Público de Sabinas, un amigo de Junior le dijo a Víctor que el taxi del muchacho se encontraba con las puertas abiertas frente al Hotel San Ángel, a donde había ido a llevar pasaje, un par de mujeres.

En ese lugar se había llevado a cabo un operativo al que llegó el mismo convoy de camionetas y dos helicópteros que no dejaban de sobrevolar la zona. Los marinos sacaron e interrogaron a empleados y huéspedes. A algunos se los llevaron.

Por eso, dice Víctor, al llegar, el Ministerio Público "era un lloradero".

"Todos estaban desesperados preguntando por su familiar, porque durante la madrugada los marinos estuvieron haciendo operativo, pero en casas.

"No sé cuánta gente se llevarían sólo ese día de lo de mi hijo, como 18 o 20, quizá más, pero ahí me enteré que se habían llevado a una señora de 54 años que vivía sola en su casa".

Víctor preguntó en la dependencia dónde estaban los detenidos por la Marina y le dijeron que fuera a la Séptima Zona.

Al llegar al Campo Militar, Víctor pasó al Ministerio Público.

"Lo han de tener como sospechoso", le dijeron.

"Es taxista", contestó.

"Pero traía un Jetta negro".

"'Y yo traigo un Tsuru gris, ¿y a poco por eso soy también delincuente?'.

En Sabinas no tenemos color para taxis, apenas ahora lo van a implementar, por lo que andaremos de blanco con una franja azul".

Pasaron los días y Víctor no paraba de ir de un lado a otro: Poder Judicial de la Federación, Ministerio Público Militar, Policía Estatal. A la Marina ya ha ido tres veces. Nada, ni huella.

Junior es uno de los tres hijos de Víctor. Le dejó una nieta de 3 años, por quien hoy vela en ausencia de su padre.

Al mirarla, el taxista guarda silencio, llora y le extiende los brazos para cargarla.


Cinco días después de la detención de Junior, Oziel Jasso Maldonado dormía en su cuarto al lado de la casa de sus padres, a las orillas de Sabinas Hidalgo, cuando escuchó un fuerte golpe en su puerta.

En medio de la oscuridad, el hombre de 37 años intentó incorporarse cuando la puerta fue abierta por varios hombres.

"¡No te muevas, no te muevas, ya te cargó la fregada!", le gritaron sin contestar a los gritos del hombre que no dejaba de preguntar qué pasaba. En eso, le aventaron a los ojos una luz azul que lo cegó momentáneamente.

Oziel, moreno, de cabello corto y bigote muy ralo, intentó taparse los ojos, pero alguien encendió la luz y hasta ese momento se dio cuenta por los uniformes que eran elementos de la Marina que le ordenaron acostarse boca bajo sobre la cama.

Entre palabras altisonantes le pidieron su nombre y lugar de trabajo.

"Eres halcón, culero", le dijeron en varias ocasiones, lo que él negaba.

"¿Dónde está el dueño del carro?", preguntaron los marinos en referencia al Stratus gris que conducía su hermano René Azael Jasso Maldonado, de 27 años, quien dormía con sus padres en la casa contigua, y Oziel entendió que se referían a Víctor, ya que su hermano también trabajaba para él al igual que Junior.

"En Sabinas", contestó.

"No te hagas pendejo", le gritó uno, en tanto otros revisaban el celular y un iPod. "El que lo maneja".

"Es mi hermano y está allá con mis papás".

Los marinos apagaron la luz y cerraron la puerta. Oziel, antes de mirar por la ventana, vio que eran casi las cuatro de la mañana.

Contó los mismos 20 vehículos que integraron el convoy que se llevó a Junior.

Oziel se percató de que entre ocho marinos sacaron a su hermano, quien iba descalzo, en shorts y sin camisa. A René Azael lo metieron a un vehículo y el convoy emprendió la retirada.

Cuando al fin salió, las camionetas se estaban alejando, mientras su madre no paraba de llorar.

"No se preocupe", dijo a la mujer. "Lo van a regresar. Yo he escuchado de otros a los que se llevan y luego luego regresan".

Sin embargo, recordó haber escuchado que otros también vuelven, pero muy golpeados.

Tras una rápida revisión, la familia se dio cuenta de que los marinos se habían llevado un celular descompuesto de la hermana, un autoestéreo también inservible, una caja con discos compactos y dos celulares de René Azael, uno de ellos Nextel.

Víctor, por su parte, argumenta que en su base de tres autos (que conducen él, Junior y René Azael) usan radio porque les resulta más barato pagar una cuota mensual por llamadas ilimitadas.

Oziel y sus padres emprendieron el mismo camino que Víctor en su búsqueda de Junior. Al poco, se encontraron a una empleada del Hotel San Ángel a quien también se llevaron, pero que los marinos soltaron a los tres meses en Ciénega de Flores no sin antes amenazarla: "Vale más que te escondas, no te queremos volver a ver por aquí, vete al sur".

La mujer les contó que tuvieron a todos los detenidos tres meses en un hotel llamado California, ubicado en Miguel Alemán, Tamaulipas, y que eran muchísimos, pero que supo que Junior se encontraba ahí porque los marinos le gritaban: "¡Eh, taxista! ¡Comida!", y él contestaba un lacónico "A'i voy" a la hora de la comida.

De René Azael, les dijo, no supo nada.

"Nos contó que la cosa era así todos los días: golpiza, baño y comida", cuenta Víctor. "Dijo que a ella le dieron cachetadas y que, tras inyectarle algo, lo que la hacía sentirse mal, como rara, le decían que la iban a soltar en Reynosa para que los "rivales" fueran por ella.

"También le decían: '¿Sabes quiénes somos?', a lo que ella contestaba: 'los soldados'. 'No', le decían.

'Los marinos', insistía ella.

'Tampoco', se burlaban. 'Somos del Cártel del Golfo'".

Posteriormente a su liberación, la mujer abandonó muy perturbada Sabinas Hidalgo.

Al saber esto, Oziel y Víctor fueron al California, pero ya no estaban los marinos ni sus detenidos hospedados en los cuartos. Encontraron el negocio rodeado de los bultos con arena que suelen utilizar los militares, y un letrero en su fachada: "Se abrió nuevamente".

Alguien les dijo que la Marina se había llevado a los detenidos a Reynosa, pero al llegar al Ministerio Público Federal les comunicaron que ahí la milicia no llevaba detenidos y les indicaron el nuevo lugar donde la Marina estaba destacamentada: Nueva Ciudad Guerrero, Tamaulipas.

No habían llegado aún a las puertas del cuartel cuando varios marinos les apuntaron con armas.

Dijeron que buscaban a unos detenidos en Sabinas Hidalgo, pero los soldados contestaron que ellos no hacían detenciones.

Después, que nunca habían ido a Sabinas.

"Y es mentira, porque aquí los ves que pasan de noche, por las madrugadas", afirma Víctor, desesperado.

La misma respuesta recibieron en el cuartel que tiene la Marina en San Nicolás de los Garza.

En la Procuraduría estatal no les dan razón de nada y hasta un abogado al que le pagaron 9 mil 200 pesos, Francisco Javier Vázquez, no les contesta el teléfono.


Antes de ser taxista, René Azael trabajó en una ferretería, después en una agencia de autos y más tarde en una compañía refresquera.

Llegó hasta segundo de prepa.

Junior, también también con estudios, gozaba de su pequeña hija y disfrutaba ser taxista como su padre.

Víctor sabe que se enfrentan al estigma que tienen los militares en el sentido de que algunos taxistas se dedican al "halconeo", pero sus vidas modestas y sus vecinos hablan de ellos como gente que no se mete en líos en un pueblo que, como muchos, tiene un problema muy grave de delincuencia, pero también temor de las fuerzas federales.

"Estos hombres vienen, hacen y se llevan gente, y ni siquiera dicen por qué", argumenta el dueño de la base de taxis.

"Están actuando arbitrariamente. Nuestros seres queridos no están desaparecidos: se los llevó la Marina".

De hecho, recuperaron el testimonio de un hombre que, privado de su libertad por los mismos marinos, cantó varias canciones infantiles para que le creyeran que era profesor de preescolar y no delincuente.

El hombre fue liberado con el dolor de dejar a su tía, también privada de su libertad, con la Marina.

Acompañados de sus familias, desoladas ante los meses de ausencia, Oziel y Víctor piden que sus parientes sean liberados.

"Ya pusimos denuncia en la Comisión Nacional de Derechos Humanos", enumera Víctor. "Ya escribimos a Presidencia, ya nos entrevistaron de New York Times y de una estación de radio en Washington. ¿Qué más quieren que hagamos?".

Oziel hace un llamado al Presidente Felipe Calderón. Él, afirma, como jefe de las Fuerzas Armadas, tiene que ayudarles a que les digan cómo están sus familiares y por qué los detuvieron.


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