jueves, septiembre 06, 2007

Cambio de piel: ¿nuevo presidencialismo?



jueves, 06 de septiembre de 2007


MiradorRaúl Moreno Wonchee


Por primera vez, el informe presidencial fue presentado en la sede del Poder Ejecutivo y no en el Congreso de la Unión. Me refiero, por supuesto, al discurso anual del presidente en el que además de dar cuenta de su gestión, propone sus planes y propuestas y establece sus compromisos políticos y sociales con base en su visión del país y del mundo.


No se trata sólo del informe por escrito sobre la administración pública sino del informe político que como jefe del Estado y del gobierno tiene la obligación de rendir ante el Congreso y, por su conducto, a la nación.


Obligación del Ejecutivo correlativa al derecho del pueblo de ser informado de viva voz.Un día antes se había cumplido a medias el ritual, o mejor dicho el procedimiento constitucional y legal de entrega del expediente por el que el titular del Poder Ejecutivo informa al Congreso de las cuentas y los cuentos de su administración.


Un show, convenientemente acordado y bien montado por el PAN y el PRD y consentido por el PRI, permitió que desde el Congreso de la Unión y la Presidencia de la República se dijera a los cuatro vientos que se había cumplido con la Constitución y que por primera vez en veinte años la ceremonia había transcurrido sin interrupciones ni desfiguros de los legisladores sino en medio de cortesías y buenas maneras.


La cortesanía del pasado cedió su lugar a la cortesía y los legisladores aplicaron discrecionalmente la Constitución y la Ley Orgánica del Congreso hasta convertirlas en un manual de Carreño.


El Felipe Calderón entregó el mamotreto de las cifras y las gráficas a un Congreso que con la huída irresponsable de unos y la complacencia obsecuente del resto abdicó de representar a la soberanía nacional ante el Ejecutivo para vigilar su desempeño, acotar sus funciones y sustentar su investidura. Y que al impedirle al presidente presentar su informe desde la tribuna le ahorró la obligación política de rendir cuentas y asumir compromisos, se negó a sí mismo su condición de máximo interlocutor y le negó al pueblo el derecho de ser informado y de ser testigo de calidad de la relación entre los poderes.


La reunión del día siguiente en Palacio Nacional nada tuvo que ver con la Ley ni con la tradición. Los medios y sus agentes no desaprovecharon la ocasión para insistir en el prejuicio y la ignorancia como argumentos supremos al calificar la ceremonia como "priísta" (¿?) y alegremente pasar por alto el hecho decisivo y contundente que hizo del informe ya no un acto del Congreso en el Congreso y con las normas del Congreso, sino un acto convocado por el Ejecutivo en su sede, con sus propias reglas y con la ausencia de los cuerpos legislativos de la República.


Nadie en la tele, en la radio o en los periódicos advirtió, por ejemplo, que la primera fila estaba ocupada no por legisladores o funcionarios del Ejecutivo sino por los más prominentes capitalistas encabezados, pero por supuesto, por don Carlos Slim. Algún ingenioso comentarista tuvo la puntada de llamar "acarreados de cuello blanco" a los asistentes a Palacio, pero nadie observó que allí estuvo representada la base social del gobierno: el 5 por ciento de la sociedad cuya crema y nata logró con su dinero que en las elecciones presidenciales Calderón consiguiera una buena parte del 35 por ciento de los votos que finalmente obtuvo.


En su casa y rodeado de sus cuates Calderón dijo un discurso ventajoso y por lo tanto poco útil. Seguramente en el Congreso se hubiera cuidado de las ostentosas omisiones, inexactitudes y contradicciones en las que incurrió en Palacio pues hubieran tenido consecuencias muy distintas.


Omitió, por ejemplo, reflexionar sobre el proceso del que salió electo. En su momento, Salinas y Zedillo lo hicieron: el primero se comprometió a superar los tiempos del partido "casi único" y el segundo a garantizar la equidad electoral. Ambos cumplieron los respectivos compromisos derivados de sus palabras.


Calderón, en cambio, hizo mutis y su participación en la reforma electoral la hará a través de las maniobras y presiones del secretario de Gobernación que nunca pierde y cuando pierde arrebata.


Lo del domingo 2 podría representar el nacimiento de un nuevo presidencialismo mucho más autoritario por cuanto surgiría de la abdicación del Legislativo, carecería de correlato constitucional y no respondería a compromisos sociales.


Que sea excepción o regla dependerá de que los opositores no sólo lo parezcan sino que realmente lo sean. Que reconozcan y hagan valer a la Constitución como marco y cauce de la vida nacional antes de que en la confusión, el Supremo Poder Ejecutivo haga lo que se le dé la gana e instaure el felipato.

No hay comentarios.: