Por José Emilio Pacheco
Eran las seis y diez.
Un helicóptero sobrevoló la plaza.
Sentí miedo.
Cuatro bengalas verdes.
Los soldados cerraron las salidas.
Vestidos de civil, los integrantes del Batallón Olimpia
– mano cubierta por un guante blanco – iniciaron el fuego.
En todas direcciones se abrió fuego a mansalva.
Desde las azoteas dispararon los hombres de guante blanco.
Disparó también el helicóptero.
Se veían las rayas grises.
Como pinzas se desplegaron los soldados.
Se inició el pánico.
La multitud corrió hacia las salidas y encontró bayonetas.
En realidad no había salidas:
la plaza entera se volvió una trampa.
– Aquí, aquí Batallón Olimpia. Aquí, aquí Batallón Olimpia.
Las descargas se hicieron aún más intensas.
Sesenta y dos minutos duró el fuego.
– ¿Quién ordenó todo esto?
Los tanques arrojaron sus proyectiles.
Comenzó a arder el edificio Chihuahua.
Los cristales volaron hechos añicos.
De las ruinas saltaban piedras.
Los gritos, los aullidos, las plegarias bajo el continuo estruendo de las armas.
Con los dedos pegados a los gatillos le disparan a todo lo que se mueva.
Y muchas balas dan en el blanco.
– Quédate quieto, quédate quieto: si nos movemos nos disparan.
– ¿Por qué no me contestas? ¿Estás muerto?
–Voy a morir, voy a morir. Me duele. Me está saliendo mucha sangre. Aquél también se está desangrando.
– ¿Quién, quién ordenó todo esto?
– Aquí, aquí Batallón Olimpia.
– Hay muchos muertos. Hay muchos muertos.
– Asesinos, cobardes, asesinos.
Son cuerpos, señor, son cuerpos.
Los iban amontonando bajo la lluvia.
Los muertos bocarriba junto a la iglesia.
Les dispararon por la espalda.
Las mujeres cosidas por las balas, niños con la cabeza destrozada, transeúntes acribillados.
Muchachas y muchachos por todas partes.
Los zapatos llenos de sangre. Los zapatos sin nadie llenos de sangre.
Y todo Tlatelolco respira sangre.
– Vi en la pared la sangre.
– Aquí, aquí Batallón Olimpia.
– ¿Quién, quién ordenó todo esto?
– Nuestros hijos están arriba. Nuestros hijos, queremos verlos.
– Hemos visto cómo asesinan.
Miren la sangre. Vean nuestra sangre.
En la escalera del edificio Chihuahua sollozaban dos niños junto al cadáver de su madre.
– Un daño irreparable e incalculable.
Una mancha de sangre en la pared, una mancha de sangre escurría sangre.
Lejos de Tlatelolco todo era de una tranquilidad horrible, insultante.
– ¿Qué va a pasar ahora, qué va a pasar?
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