García Luna, el que engañó al Presidente
MIGUEL ÁNGEL GRANADOS CHAPA
Para mi hermana Emelia, en su tránsito.
Algún blindaje protege al secretario Genaro García Luna del desprestigio ante el Presidente de la República, que le significara pérdida de su confianza. El tres de septiembre el Ejecutivo supo que su colaborador le había mentido y lo había arrastrado a una explicación falsa, mas el hecho pareció no importarle. Pero es el caso que ahora se sabe públicamente de tal engaño y el huésped principal de Los Pinos no podrá quedarse tranquilo ante la situación, como se ha quedado durante un mes.
La noche del primero de septiembre, ya tarde (al punto de que algunos medios, los que cierran temprano sus ediciones, perdieron la nota y otros apenas pudieron insertar un párrafo con la nuez del asunto), la Secretaría de Seguridad Pública informó que Roberto Campa Cifrián había renunciado al secretariado ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. El comunicado que García Luna agradeció al renunciante “su entrega y valiosa aportación al secretariado ejecutivo durante su gestión”, y “le deseó el mayor de los éxitos en sus nuevos proyectos”.
Una explicación en términos semejantes debe haber transmitido el Secretario a su jefe, porque al día siguiente, en entrevista radiofónica con José Cárdenas, el Presidente reprodujo esa versión y aún adelantó que esos nuevos proyectos de Campa serían interesantes. No faltó quien imaginara, en este espacio así ocurrió, que esos proyectos incluían la presidencia del partido Nueva Alianza, lo que suponía que Elba Gordillo, manager de Campa, le había impuesto ese nuevo destino, como le había conseguido este del que se marchaba intempestivamente. Apenas 10 días atrás, el 21 de agosto, el ex candidato presidencial había leído, en su carácter de secretario del Consejo Nacional de Seguridad Pública, que derivaba de su posición en el Sistema Nacional de lo mismo, los 75 compromisos que integran el acuerdo nacional por la seguridad, la justicia y la legalidad.
Mas el tres de septiembre, Campa escribió a Calderón para acusar a García Luna de falsear la situación… y de paso para desmentir al propio Presidente. La carta a que tuvo acceso Reforma, que la publicó en su edición de anteayer, viernes tres de octubre, exactamente un mes después de remitida y recibida dice lo siguiente:
“Ante diversas versiones, me veo obligado a dirigirme a usted para aclarar que el lunes primero de septiembre no presenté mi renuncia al cargo de Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Esa información es falsa.
“No obstante, dada la importancia de la noticia y pensando siempre en el mejor interés de la República y la adecuada marcha del Gobierno que usted preside, estoy haciendo llegar al presidente del Consejo Nacional de Seguridad Pública mi ‘renuncia irrevocable’ con fecha 1 de septiembre.
“El manejo de los hechos y lo sucedido hasta el día de hoy, solamente revelan lo que permanentemente ocurrió.”
En alusión a los proyectos personales de Campa que el comunicado de la SSP mencionó y a los que también se refirió Calderón la carta explica:
“Deseo reiterarle que hasta el día de hoy no tuve ningún otro proyecto personal que no fuera servir al mejor desempeño de mi cargo; jamás, ni ahora ni nunca, servirme del cargo.
“Señor Presidente, con base en mi experiencia política y administrativa, hice mi mayor esfuerzo por fortalecer el Sistema y consolidar el Consejo”.
Desconocemos la reacción presidencial ante esa comunicación. No sabemos si se entrevistó con el remitente para ahondar cara a cara en las circunstancias que dieron lugar a la misiva y para que le precisara qué fue lo que “permanentemente ocurrió” entre el despedido (en ese momento todavía no renunciante auténtico) y el Secretario. O si Calderón prefirió hablar con éste y reprocharle el engaño y fue persuadido de que era Campa quien mentía. Quizá Calderón no calibró la importancia del engaño, o lo atribuyó a mínima rivalidad burocrática no obstante que en el caso del responsable de la seguridad pública, la transparencia de su conducta debe ser exigida en toda circunstancia, nimia o relevante. El hecho objetivo es que García Luna sigue en su puesto, lo que habla de que cuenta con la confianza presidencial, que se ha evidenciado desde el principio de la Administración aún con perjuicio de la relación entre el propio Presidente y, por ejemplo, su procurador de justicia, quien ha sido disminuido en la contienda competencial.
Nada parece mellar esa confianza. Ni informes procedentes de círculos gubernamentales relacionados con el combate a la delincuencia que cuestionaron la idoneidad de García Luna cuando se preparaba su nombramiento, ni la cada vez más difundida y ampliada información sobre su manejo de la Secretaría y la protección a sus allegados. Ni la movilización de agentes adscritos a la SSP, ya sea pertenecientes a la AFI o a la PFP, ni la rotunda indagación periodística de la reportera Anabel Hernández en la revista digital Índigo Media, que se origina en Monterrey a las órdenes de Ramón Alberto Garza, sobre Luis Cárdenas Palomino, mano derecha de García Luna.
O el Presidente ha mandado verificar la información y hallado que todos son infundios, o le parece que el servicio que obtiene del Secretario importa más que sus máculas y es un costo que conviene en pagar. O quizá nombró a García Luna conforme a compromisos que no puede divulgar y está obligado no sólo a cumplir sino aún a no cuestionarlos.
Sea de ello lo que fuere, el caso es que la criminalidad, cuyo combate es el cometido principal de García Luna, “hierve y crece en torno nuestro”, como escribiría sobre otros temas Alfonso Junco. En esta semana, montada a caballo entre septiembre y octubre, la demencial espectacularidad delincuencial se situó en Tijuana. Para infortunio de esa ciudad en la esquina noroeste de la República, las atrocidades del crimen organizado no son extrañas ni infrecuentes. Aún así, lo ocurrido entre el lunes 29 de septiembre y el viernes tres de octubre alcanzó cimas impensables de osadía y crueldad. En esos cinco días fueron asesinadas más de treinta personas. A cinco de ellas se les introdujo en tambos para disolver sus cuerpos en ácido sulfúrico, y a siete se les arrancó la lengua. Todo lo cual se hizo acompañar por moralejas, mensajes didácticos que buscan corregir conductas, so pena de que la barbarie se dirija a otros destinatarios.
En la línea que se ha reproducido a lo largo y ancho del País, la muerte en esta semana llegó a Tijuana en paquete. El lunes pasado fueron hallados, por un lado, 11 cadáveres, y cinco por otro. El jueves el paquete fue de nueve. Se presume que los primeros fueron asesinados a bordo de los vehículos de donde tiraron sus cadáveres, una vez cumplida la faena. Los del jueves fueron torturados, obligados a hincarse con las manos atadas o esposadas a la espalda y muertos de certeros balazos en la cabeza, situado el tirador a su espalda. En todas las jornadas macabras los cuerpos de las víctimas estaban acompañados por mensajes, destinados a las autoridades o a bandas rivales. Se teme que la oleada haya continuado y siga en los próximos días.
Desde que era territorio, hasta la mitad del siglo pasado, Baja California ha sido atosigada por la violencia criminal, asociada antaño principalmente al juego y al contrabando. Desde hace casi tres décadas el narcotráfico domina la escena, en ostentosa vinculación con las autoridades. Esa evidencia contó en el ánimo de los votantes que pudieron en 1989 elegir a un Gobierno surgido de la oposición, del que se esperaba la contención del crimen o por lo menos la fractura de la complicidad de funcionarios con delincuentes.
Nada de eso ha ocurrido. Pero no sólo por abulia o complicidad de autoridades locales, como denunció el general jefe de la región militar al que se trasladó fuera de Baja California, sino también por defectos semejantes de las fuerzas federales. Hace dos meses fue detenido en Los Ángeles el delegado de la AFI en esa entidad, con medio millón de dólares en efectivo, luego de que se había salvado de un atentado en su contra. Al parecer el superior de ese agente, muy probablemente delincuente, no sabía de quién se trataba, no obstante la delicadeza de la misión que le confió. Ese jefe, antes y ahora, responde al nombre de Genaro García Luna, el que engañó al Presidente.
El pasado presente
Se cumplieron 40 años, el jueves, de la matanza de Tlatelolco, la bárbara agresión de militares, algunos de ellos vestidos de civil, contra una multitud de personas inermes que no se habían reunido no para tomar alguna oficina gubernamental, no para acuartelarse en preparación de agresiones futuras que emprenderían las más aguerridas, sino sólo para ejercer sus derechos de estar juntas y hacer sonar sus protestas y peticiones. Cuatro décadas después, las calumnias que difundió el Gobierno en descargo suyo y fueron reproducidas por el conservadurismo cerril, respecto de una conjura para derribar al Gobierno (y como dice ahora con descaro senil el entonces secretario de Gobernación Luis Echeverría, aún para asesinar al presidente Díaz Ordaz) para lo cual se habían repartido armas a no pocos estudiantes, que las dispararon contra soldados. Ninguna de esas atrocidades ha podido ser comprobada, por la sencilla razón de que no tuvieron nunca sustento en la realidad.
“Alrededor de 15 mil personas –narra Raúl Jardón en 1968. El fuego de la esperanza—estaban en la Plaza de las Tres Culturas a las 5.30 de la tarde, cuando comenzó el mitin. En el tercer piso del edificio Chihuahua se encontraban ya los oradores designados por el Consejo Nacional de Huelga: Florencio López Osuna, de la Escuela Superior de Economía, quien habló en primer lugar, y David Vega, que fue el segundo orador, de la Escuela Superior de Ingeniería Textil; la maestra de ceremonias era Mirthokleia González Guardado, de la escuela Wilfredo Massieu, También estaban allí Sócrates Amado Campos Lemus, Gilberto Guevara Niebla, Eduardo Valle (quien iba a ser el tercer orador), Anselmo Muñoz y otros miembros del CNH.
Excélsior narró al día siguiente: ‘Entre los asistentes corrió el rumor de que había decenas de agentes policiacos vestidos de civiles entre ellos…en los edificios cercanos abrieron sus ventanas para observar… el primer orador observó que el movimiento continuaría a pesar de todo. Dijo que ya se había logrado algo importante: despertar la conciencia cívica… Subió otro orador… cuando iniciaba su discurso se anunció que en ese momento llegaban representantes de sectores amigos. Éstos fueron ovacionados… Dos helicópteros sobrevolaban la plaza… de pronto tres luces de Bengala aparecieron en el cielo. Caían lentamente, los manifestantes dirigieron, casi automáticamente, sus miradas hacia arriba. Y cuando comenzaron a preguntar de qué se trataba, se escuchó el avance de los soldados. El paso veloz de éstos fue delatado por el golpeteo de los tacones de sus botas’
‘Yo grité: muchachos, algo malo va a pasar. Ellos han lanzado luces. Me contestaron: ¡vamos, usted no está en Vietnam!, pero yo repliqué, cuando en Vietnam un helicóptero arroja luces es porque desea ubicar el sitio a bombardear’, escribió Oriana Fallaci.
‘Unos cinco mil soldados dispararon sus armas para provocar el pánico en la multitud… un colega gritó: ¿qué hora es?... eran las 18.10 horas’, reportó La Prensa.
‘Los soldados saltaron con sus ametralladoras y abrieron fuego inmediatamente, no al aire, no para amedrentar, sino contra la gente. Enseguida nos dimos cuenta de que en los tejados había más soldados con ametralladoras y pistolas… habían estado ocultos. Me helé…’, escribió Oriana Fallaci
‘Uno de los oradores, con voz entrecortada gritó: ¡No corran esto es una provocación!, dijeron los periodistas Augusto Corro y Ubaldo Ruiz.
‘Esto era imposible. El fuego graneado de ametralladoras, bazucas y mosquetones había provocado la psicosis, la pesadilla’, informó La Prensa.
‘Entonces, la Plaza de las Tres Culturas se convirtió en un infierno. Las ráfagas de las ametralladoras y fusiles de alto poder zumbaban en todas direcciones. La gente corría de un lado a otro. Muchos se arrojaron al suelo. Otros se protegieron en las escalinatas y vestigios prehispánicos’, señaló Excélsior.
‘Un tableteo cerrado de ametralladoras y máuseres partió de la calle de San Juan de Letrán tomando de espalda a la multitud… la descarga se interrumpió unos 15 segundos y entonces se escucharon disparos en el tercer piso del edificio Chihuahua’, reportó Edmundo Jardón Arzate.
‘Agentes secretos de varias policías estaban listos para arremeter contra los dirigentes huelguistas… en el tercer piso, donde los oradores habían arengado a la multitud contra el Gobierno, se vieron fogonazos. Al parecer, allí abrieron fuego agentes de la Dirección Federal de Seguridad y de la Policía Judicial del Distrito’, dijo La Prensa.
Tiempo más tarde se sabría, por revelaciones del general Marcelino García Barragán a Julio Scherer, que el Estado Mayor Presidencial preparó su propia operación, a cargo de militares vestidos de civil que dispararon contra la multitud y contra sus compañeros de armas, para crear la imagen de estudiantes agresores. Hoy nadie duda que al margen de la estructura formal de la Defensa, de Los Pinos partió la orden homicida.
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