martes, enero 18, 2011

Monterrey, el vuelco


Monterrey, el vuelco
 
Jesús Cantú 

MÉXICO, D.F., 17 de enero.- En 1999, la revista Fortune designó a Monterrey como la ciudad latinoamericana más atractiva para hacer negocios; en 2002, en vísperas de la visita del presidente estadunidense, The New York Times la catalogó como modelo; en 2005, la revista América Economía la ubicó como la urbe más segura, y todavía en 2007 quedó posicionada como la tercera mejor ciudad para hacer negocios en América Latina.

Apenas en marzo de 2001, el entonces gobernador del estado, Fernando Canales, declaró: “A mí el narco me hace los mandados”. Y en 2008, Luis Carlos Treviño Berchelmann, entonces procurador general de Justicia, y Aldo Fasci, a la sazón secretario de Seguridad Pública, le respondían a un enviado de un diario texano que Nuevo León estaba blindado, que jamás padecería la inseguridad y el clima de violencia que se vivían en Tamaulipas.

Todo eso se derrumbó en muy pocos meses, particularmente en 2010: En un informe, la Secretaría de la Defensa Nacional –según difundió en noviembre el diario regiomontano El Norte– identificó a Monterrey y a otros ocho municipios del estado entre los 19 de mayor riesgo para los militares (los otros 10 se encuentran en Tamaulipas). El hecho es que en esos 19 municipios las fuerzas castrenses recibieron 91 de los 128 ataques que sufrieron de enero a octubre de 2010. 

En 2010, conforme a los datos de la Procuraduría de Justicia estatal, se cometieron 828 homicidios dolosos. El vocero estatal en materia de seguridad, Jorge Domene, declaró que 361 de ellos estuvieron vinculados a las luchas entre los distintos grupos del crimen organizado y que en los enfrentamientos habrían muerto 30 personas inocentes. Una estadística dada a conocer por El Norte estableció que en los tres años previos (de 2007 a 2009) se habrían cometido 813 homicidios, es decir, que el promedio anual durante ese trienio fue de 271 homicidios, mientras que en 2010 ese número se triplicó.

El vuelco es dramático, y eso se percibe en la ciudad. La vida nocturna ha disminuido notablemente. Zonas completas –como el denominado Barrio Antiguo, equivalente al centro histórico en otras ciudades– están desoladas, lo que contrasta con el continuo e intenso ajetreo que se observaba hace apenas unos meses, en los que la vida no se detenía un minuto del jueves por la noche al domingo por la mañana.

El 11 de abril de 2010, el rector del Sistema Tecnológico de Monterrey, Rafael Rangel Sostman, aventuraba algunas explicaciones a la comunidad congregada en el Estadio Tecnológico tras el asesinato de los dos estudiantes que cayeron abatidos dentro de las mismas instalaciones universitarias. Decía que Monterrey, como muchas otras ciudades a nivel mundial, había “logrado su desarrollo con base en valores y principios tales como el respeto a las personas y a los derechos humanos, la cultura del esfuerzo y la honestidad, la justicia, la integridad, la equidad, la cultura del trabajo y el ahorro, la superación de la persona a través de la educación, y la educación como camino para crecer y desarrollar una sociedad más equitativa, solidaria y democrática.
“Pero –contrastaba– hoy nos encontramos ante una sociedad en que, lamentablemente, se promueven y viven valores muy distintos a los anteriores: consideramos el éxito individual como única meta en la vida, queremos lograr nuestros objetivos a través del mínimo esfuerzo, tenemos los hábitos del dispendio y del consumismo, buscamos la riqueza como único fin, vemos la educación como vehícu lo para satisfacer exclusivamente necesidades personales, como lograr mayores ingresos monetarios.”

Y puntualizaba: “Nos hemos vuelto ciegos, sordos e indiferentes ante la pobreza, la injusticia, la falta de oportunidades, la desigualdad y el desempleo, y vemos todas estas anomalías como algo natural y normal en nuestra sociedad: nos hemos puesto un velo en los ojos”.

La autocrítica también pasó por las universidades, al señalar que los esfuerzos se centraron en “preparar a nuestros alumnos exclusivamente para que tengan una alta empleabilidad con fines monetarios y de éxito profesional, y muchas veces ni eso lo hacemos bien; pero lo más importante es que damos muy poca relevancia a nuestra misión de formar verdaderos ciudadanos que asuman su responsabilidad social y política para cambiar este país”.

Para concluir: “En otras palabras, la inseguridad que padecemos es el resultado de que hemos degradado nuestros valores y principios, y hemos aceptado esta degradación como algo natural”.

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