Guillermo Almeyra
A Barack Obama le dieron el Premio Nobel de la Paz mientras conducía dos guerras y media (Irak, Afganistán, Cuba). Acaba de
ganárselode nuevo ordenando bombardear Libia sin permiso del Congreso y desde suelo brasileño, aunque Brasil se opone a esta aventura. El pretexto –una
intervención humanitariapara salvar vidas humanas– es de un cinismo atroz. Los bombardeos no salvan vidas sino que las siegan y por sí mismos ni imponen la paz ni hacen caer a ningún gobierno, porque para eso se necesita que el gobierno-blanco sea superado en tierra por una fuerza militar opositora.
O sea, que la operación
humanitariaesconde en realidad la decisión de echar del poder a Kadafi con las tropas imperialistas, que vendrían detrás de los bombardeos… eso, si los diversos imperialismos se ponen de acuerdo. El otro pretexto –la dictadura de Kadafi– es igualmente cínico. A Estados Unidos las dictaduras de Arabia Saudita, Yemen, Qatar, Bahrein, los Emiratos árabes le van muy bien, como le iban muy bien Mubarak y Ben Ali, o Álvaro Uribe, en Colombia. Kadafi incluso era una pieza esencial de su dispositivo en el Mediterráneo y del reforzamiento de Israel, que bombardea diariamente a los palestinos. El problema comenzó cuando la rebelión democrática árabe, que pone en cuestión la dominación imperialista en la zona, los acuerdos de Campo David y la estabilidad del mercado petrolero, abarcó también a Libia, donde Kadafi había quedado solo después de la caída de sus amigos Mubarak y Ben Ali.
Allí se presentó ante el imperialismo una disyuntiva: o bien el imprevisible Kadafi, hasta entonces su aliado fiel, se imponía mediante un baño de sangre y, para reconstruir su poder, a lo mejor desempolvaba su nacionalismo de hace un cuarto de siglo (y las dos cosas le eran políticamente insoportables) o, por el contrario, vencía una coalición heterogénea que incluye, junto a monárquicos xenófobos, a nacionalistas antimperialistas y que se apoya sobre un deseo ardiente de democracia y de libertad que choca con los agentes del imperialismo y ex ministros de Kadafi vendidos, que también forman parte de esa coalición pero no la controlan.
La intervención militar, organizada mal y a toda prisa por los diversos imperialismos que tienen intereses divergentes en Africa, por consiguiente no estuvo tanto motivada por el deseo de apoderarse del petróleo libio. Antes que nada porque ese petróleo ya lo tenían desde hace casi 40 años Total, Eni, Shell y British Petroleum o Repsol, porque Kadafi les había dado concesiones y mantenido sólo una empresa estatal (que era la caja chica de su familia) y, segundo, porque la intervención militar sólo se empezó a discutir ante la insurrección democrática y nacional de todo el mundo árabe y es, en realidad, un intento de pesar militarmente haciendo presión en el eslabón más débil de esa rebelión generalizada: o sea, sobre una sublevación que tiene una dirección inestable y heterogénea y está colocada en una relación de fuerzas militares desfavorable, lo cual le permitiría al imperialismo intervenir con menor costo político local.
El atentado de la ONU y de los imperialismos que integran la OTAN contra la paz, la Carta de la ONU y la soberanía de Libia es una guerra contrarrevolucionaria y debe ser condenada con toda energía. Francia ahora trata de destruir los aviones que Sarkozy le vendió el año pasado a Kadafi y Estados Unidos las armas que le dio porque Kadafi sostenía a Mubarak, que a su vez sostenía a Israel. La guerra no era ni la única ni la mejor opción. Había, por supuesto, otros modos de impedir que Kadafi matase en masa a los rebeldes libios, Para empezar, impedirle vender petróleo (con el cual se hace más rico y se rearma), pero esa medida no la tomarán los imperialistas porque temen que aumente el precio del barril en plena crisis económica mundial agravada por el tsunami en Japón; por esa misma razón, China y Rusia se abstuvieron en la ONU, dando vía libre a los bombardeos que prefieren a las medidas políticas…
Ahora los rebeldes se oponen a una intervención de tropas extranjeras en Libia, pero los imperialistas sólo pueden lograr su objetivo mandándolas a combatir en el terreno, porque los bombardeos son ineficaces. El problema consiste en que los estadunidenses no pueden, políticamente, ocupar otro país más y sus aliados están divididos en cuanto quién se haría cargo de la operación y quién la dirigiría. Eso da tiempo para actuar. Con los libios –todos ellos–, el mundo debe rechazar esa intervención exigiendo una mediación de la Unión Africana y el ALBA, con tropas africanas neutrales de interposición entre ambas fuerzas, para garantizar un cese al fuego que permita preparar la convocatoria de una asamblea constituyente donde el pueblo libio decida democráticamente cuál será su gobierno. Sin embargo, la condición previa de esta pacificación debe ser el cese de los bombardeos criminales de Estados Unidos y sus cómplices, como Sarkozy que, para quitarle algunos votos a la extrema derecha en las elecciones francesas, mata árabes, o Berlusconi, que bombardea con pesar
a su socio en negocios, amigo y compañero de orgías para distraer de los procesos que le pueden costar el gobierno y llevarlo a la cárcel. Si fuese posible, sería necesario que una brigada internacional de paz, formada por jóvenes árabes, latinoamericanos y europeos, estuviese presente en el terreno como fuerza pacificadora para garantizar el cese al fuego. ¡Fuera el imperialismo de Libia! ¡El destino de Libia debe ser decidido por los libios y por el pueblo árabe! ¡Fuera los dictadores de Yemen, Bahrein, Qatar, Arabia Saudita, Libia! ¡Fuera la OTAN del Mediterráneo!
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