Rabia Contra la Máquina
Luis Hernández NavarroRage Against the Machine (Rabia Contra la Máquina, en español) es el nombre de un célebre grupo musical de rap metal. Surgido en Estados Unidos en 1990, fundió el hip hop, con el rap, el punk y el hard rock. Su objetivo, según Zack de la Rosa, su vocalista y letrista, fue construir un puente en el foso que divide el entretenimiento del activismo.
A pesar de que sus canciones tienen un mensaje claramente anticapitalista y contra la globalización neoliberal, la banda ganó dos premios Grammy y fue candidato a recibirlo en otras cuatro ocasiones más entre 1997 y 2002. Literalmente, su música fue una especie de himno del movimiento altermundista surgido a raíz de las protestas contra la Organización Mundial del Comercio (OMC), realizada en Seattle a finales de 1999. Su composición Wake up es parte de la banda sonora de la película Matrix y Calm like a Bomb (Calmado como una Bomba), de Matrix Reloaded.
La Máquina, dicen sus integrantes, “es la opresión de la gente en cualquier lugar, desde México a China o a Estados Unidos. La Máquina es la política que excluye a las personas del poder, mantiene a los pobres en su lugar y a los ricos en el regazo del lujo”.
El primer disco de Rage Against the Machine apareció poco después de los disturbios de la ciudad de Los Ángeles, en abril de 1992, y su tercer álbum, titulado The Battle of Los Angeles (La batalla de Los Ángeles), salió al mercado en noviembre de 1999, unos días antes de las erupción de Seattle.
Rage Against the Machine capturó y recreó, de manera anticipada, una de las fuerzas motrices de nuestra época: la rabia contra el sistema. No fue el primer grupo musical ni el único en hacerlo, pero sí uno de los más eficaces.
Se trata de una ira contra la máquina diferente a la tradicional oposición al poder de corte programático y razonado de los movimientos socialistas históricos; distinta a la resistencia (con frecuencia violenta) de los movimientos de liberación nacional contra las potencias coloniales. Es otra cosa: la explosión de furia de los de abajo, sin una propuesta política previa de transformación social o una ideología que justifique su acción. Es la cólera nacida del malestar, del desagrado, la indignación, la incomodidad, la frustración, el despojo y el maltrato de los poderosos. Es un profundo sentimiento de contrariedad que al exteriorizarse cambia el mapa político.
A través de la rabia un nuevo actor se ha descubierto y definido a sí mismo. Su furia puede tener contenidos antiautoritarios y anticapitalistas. Su ira es, indudablemente, una lucha por la dignidad entendida como el rechazo a aceptar la humillación y la deshumanización; como la negativa a conformarse; como la no aceptación del trato basado en los rangos, las preferencias y las distinciones, como la exigencia de ser juzgado por cualquiera.
Esa rabia contra la máquina hizo erupción en 1989 en Caracas, Venezuela, abriendo paso a un proceso de transformaciones continentales de largo aliento en América del Sur. Explotó en París, Francia, en 2005. Se hizo presente en las protestas callejeras de Budapest, en 2006. Se manifestó en los motines y manifestaciones de rechazo al alto costo en los precios de los alimentos en Haití, Mauritania, Yemen, Filipinas, Egipto, Bangladesh, Indonesia, Marruecos, Guinea, Mozambique, Senegal, Camerún y Burkina Faso.
El último eslabón de esta cadena de furia es la reciente revuelta de los jóvenes griegos, de entre 13 y 16 años de edad, que tomaron las calles y las comisarías de policía, para expresar su ira por el asesinato a manos de la policía de un muchacho de su edad. De aquellos que, como escribió en estas páginas Eugenia Apostolou, “vieron en el asesinato de Alexis sus horizontes ultimados”.
Hemos entrado de lleno en la era de la rabia, aunque en cada país las causas que la explican son únicas. Sin embargo, el hecho de que estas erupciones se produzcan regularmente por todo el planeta, lo mismo en países desarrollados que en naciones pobres, nos indica que estamos ante una nueva subjetividad política del radicalismo plebeyo y que hay en ellas elementos que les son comunes. La expropiación de los modos de vida y lo común, la generación de otras opciones de vida alternativas, el desarrollo de la cooperación y la resistencia, y la pretensión de imponer la disciplina clasista han creado un coctel social explosivo.
¿Cuáles son esos elementos? Básicamente seis. Primero, la creciente precarización y polarización social que el modelo neoliberal creó en todo el mundo. Desmanteló redes de protección social, adelgazó los sectores medios y fabricó una nueva camada de ricos inmensamente ricos. Segundo, la cancelación de un horizonte de bienestar o de ascenso social para muchos jóvenes; ellos son los nuevos desposeídos. Tercero, el divorcio creciente de los políticos profesionales y la democracia representantiva con respecto a amplias franjas de la población. Cuarto, las migraciones desde las antiguas colonias a las metrópolis, que ha creado una clase de trabajadores no ciudadanos. Quinto, la emergencia de lo plebeyo en defensa de lo común. Sexto, la autorganización en forma de red de los nuevos sujetos que expresan su cólera, facilitada por los teléfonos móviles y la Internet.
Para comprender esta nueva etapa vale la pena asomarse a la historia. El libro de Peter Linebaugh y Markus Rediker, La hidra de la revolución: marineros, esclavos y campesinos en la historia oculta del Atlántico ofrece un eficaz espejo para ver nuestro tiempo. La semejanza entre la epopeya de los niveladores que se dedicaban a destruir las cercas con los que se pretendía privatizar las tierras comunes, y la lucha de los Sin Tierra en Brasil contra las plantaciones de Syngenta son asombrosas.
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