domingo, junio 14, 2009

La realidad destrozada

Junio 13-09, REFORMA

René Delgado

El afán político de presentar la realidad como una larga cadena de "incidentes aislados" no puede ocultar ya lo evidente: la crisis nacional ha rebasado la capacidad de la clase dirigente para afrontarla y superarla.

Se entiende ese afán porque, de otro modo, dejar que la ciudadanía la entienda de conjunto y actúe en consecuencia, condenaría a la élite dirigente del país. Una dirigencia que, sobra decirlo, no protagoniza un juego de poder sino un juego de no poder.

Si la ciudadanía armara ese rompecabezas y resolviera actuar, esa clase dirigente perdería su condición. Por eso, en el afán de destrozar la percepción de la realidad, el gobierno y los partidos son iguales, por no decir cómplices: la comprensión ciudadana íntegra del problema no dejaría político con cabeza.

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Eso explica la vorágine y el vértigo de sucesos que, día a día, impiden ver y entender de conjunto la realidad: la suma de desastres, fracasos, desgracias y corruptelas que imposibilitan al país.

El desfile ininterrumpido de problemas satura la conciencia ciudadana y, de ese modo, se sofoca el coraje por transformar esa realidad. El principio de esa lógica es simple: si un clavo saca otro clavo, un problema o desastre oculta otro. Así, se neutraliza el esfuerzo ciudadano por cambiar la realidad nacional. No hay furia que dure, si cada semana se le cambia el motivo.

El arte de ese engaño exige cumplir tres condiciones. Presentar cada desastre o problema de un modo distinto, para crear la idea de que son cosas y casos distintos. Evitar a toda costa que la ciudadanía correlacione esos "incidentes aislados" y entienda que, en el fondo, no se sufren muchos problemas sino uno solo. Compartimentar la realidad para hacer creer que no hay vasos comunicantes en ella.

En esa escenografía montada por la clase dirigente, el olvido y la pérdida de la memoria resultan claves. Por eso el vértigo de sucesos con que se marea a la ciudadanía.

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Esa realidad destrozada o presentada en pedazos es fundamental para la clase dirigente: le garantiza su sobrevivencia.

La energía ciudadana pierde su fuerza porque corre de un problema a otro, sin entender qué ocurre. Sin memoria, todo se pierde. Nadie sabe si, finalmente, los hombres capturados por arrojar granadas contra la multitud el Día de El Grito en Morelia son, en verdad, los autores del atentado. Nadie recuerda a los mineros sepultados en las galerías de Pasta de Conchos. Nadie recuerda en qué gaveta están tantos hechos "atraídos" por la Procuraduría General de la República para ocultarlos. Nadie recuerda a los petroleros muertos en la plataforma. Nadie recuerda cómo las armas largas provistas a tal o cual policía municipal se usaron para proteger al crimen y no a la comunidad. Nadie recuerda el fuego que mató a los niños de la guardería.

En todos los ámbitos se practica ese ejercicio. El programa del primer empleo se transforma en una carcajada. La recuperación de la doctrina partidaria, en un pragmatismo sin par. La epidemia por la Influenza A H1N1, en un estornudo común y corriente. El catarrito económico, en una neumonía que el tiempo habrá de curar. El eslogan "vivir mejor", en un mal chiste. La oposición leal, en una transa. La oposición desleal, en un descontento subsidiado. Las ejecuciones de la semana, en una cifra más. La nueva Policía Federal, en un cambio de uniforme. La negligencia, en un imprevisible accidente.

No puede la clase dirigente con esa realidad y, entonces, la despedaza.

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En ese esquema, los tiempos de la clase dirigente son dos. Reconocen el pasado como un asunto sobre el cual no conviene volver, porque es una pérdida de tiempo. Anhelan el futuro como una aspiración a la que por ningún motivo se debe renunciar. Y el presente... el presente no existe. Nada para atrás, todo para adelante. No hay que ver lo que se hizo mal o no se hizo, hay que ver lo que se puede hacer aunque mientras no se haga nada.

Por eso, la campaña electoral se finca en dos ejes. No presentar logros, sino promesas. No proponer, sino oponer. La campaña del Partido Verde, en eso, es campeona: no rinde cuentas, nomás pide prestado. El presente no existe en la campaña.

Ahí es donde se explica el temor de la clase dirigente frente al movimiento por la anulación el voto: la deslegitima y, a la postre, pone en peligro su sobrevivencia.

Por eso, ante los anulistas, la clase dirigente tiene dos posturas. Una, los sataniza porque, dicen, van a destruir lo que con tanto trabajo se ha hecho. ¿Y qué se hizo? Un complejo y carísimo sistema electoral que, sin reforma política, privilegió a los partidos a costa de los ciudadanos. Se hizo un absurdo: se transparentó el voto, cuando no había ya qué elegir.

La otra postura de la clase dirigente consiste en darle un caramelo a los anulistas: ya ganaron, ya se debate qué hacer con el voto, ya se verá después cómo darle contenido a su reclamo, ahora no resta más que ir a votar. Sí, cómo no.

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Si los anulistas sucumben ante esas dos posturas, van a perder todo: el impulso generado y la posibilidad de darle un mayor contenido a la democracia. Dejar que la clase dirigente interprete después su inconformidad convertirá su esfuerzo en un pedazo más de la realidad destrozada.

La cuestión es simple, si la clase dirigente quiere anular a los anulistas debe mandar una clara señal hoy, no mañana. Se juega con la idea de que, justamente, a la nueva legislatura hay que imponerle la agenda de cambios para que la ciudadanía, verdaderamente, incida en la realidad. Se plantea esa posibilidad, como si hoy no hubiera una legislatura en funciones, siendo que los actuales diputados dejarán su función hasta el último día de agosto.

Este mes, antes de la elección, los anulistas deben sostener y aumentar la presión para que la actual, no la siguiente legislatura convoque a un periodo extraordinario con el único propósito de reducir el número de integrantes del Congreso de la Unión: menos diputados, menos senadores a partir del 2012. Hay tiempo para convocar y realizar ese periodo extraordinario y, a la vez, para establecer la agenda de cambios -reelección, revocación de mandato, candidaturas ciudadanas, etcétera- que podría desarrollar la siguiente legislatura.

La reducción del Poder Legislativo se puede realizar hoy. Ésa sí sería una señal clara de que la clase dirigente aunque sorda, no ha perdido del todo el oído. Esa señal haría pensar que esa dirigencia comienza a entender la realidad en su conjunto y, entonces, así sí se podría ir a ejercer el voto y no a anularlo.

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