jueves, junio 18, 2009

Nuevo León, Árbol de Todas Raíces (Rodrigo Guardado)

El asunto de la anulación del voto empieza a convertirse en gran debate nacional. El espectro de las opiniones que hemos escuchado (y que seguiremos escuchando) es amplio y continuará divergiéndose. En uno de sus extremos se apostan aquellos que, rasgándose las vestiduras, ven en la acción del voto nulo una atentado contra la democracia, revelando con ese gesto su desdén por la misma, pues el hecho de asistir a una casilla y marcar una boleta no representa ni a grandes rasgos la extensión de posibilidad que ésta tiene de ejercerse. En el otro colmo se abanderan aquellos que, adjudicándose el sino tristemente heroico de precursores del destino nacional al impulsar esta práctica (el voto nulo) demuestran en el acto uno de los grandes vicios por los que el régimen en el que vivimos no es uno democrático: el protagonismo y su degeneración política en la ambición por individualizar el poder.

Quienes sostienen que la iniciativa por anular el voto es una traición a nuestra historia y a nuestra patria, juzgándola como inútil y tendenciosa, la desaprueban y desprestigian queriendo emparentarla con el deseo perverso de los grandes partidos que se afanan en decepcionar a la ciudadanía, sopesando cubrir su cuota con eso que llaman “el voto duro”. Y decimos que es paradójico porque es precisamente a esos grandes partidos, y a sus subsecuentes (surgidos en el mismo contexto, e incluso con miembros intercambiables entre sus filas) a los que nos interesa manifestar públicamente una desaprobación ciudadana mayor.

Objetan además que perjudicará a los partidos pequeños con una distribución inequitativa y arbitraria. Se olvidan que quienes por años hemos sido víctimas de la más inequitativa y arbitraria distribución somos el resto de los que no formamos de un partido y que, por encima de eso, colaboramos a sostenerlos al votar por ellos. Es probable que, al final, todas estas opiniones tengan un poco de razón, pero de momento ninguno la tiene toda y (lo que es más importante) no tienen nuestra razón, ni nuestra aprobación ni nuestro apoyo. De nosotros, quienes también formamos parte de ese todo al que aspira a representar la democracia. Una verdadera democracia, si lo es, no puede sustraerse del referente que asienta el hecho de nuestra disidencia, el papel que efectivamente juega nuestra abstención activa. (No sólo es nuestro derecho anular el voto; no sólo es nuestro deber ahora que da vergüenza seguir señalando una injusticia tan obscenamente evidente. Se trata además de que es nuestra necesidad: da hambre no tener de veras a quien elegir, sin cometer en el acto la legitimación de aquellos que nos han traicionado. No votar por ellos no traiciona a la patria; no votar por ellos pretende subsanar (mediante el rechazo explícito) el corazón de toda una nación por ellos traicionada.

No podemos formar parte del cáncer cuando pretendemos extirparlo –y es evidente que nuestro país está enfermo. No es fortuito que estemos reunidos todos aquí y, que al mismo tiempo, y sin concertarlo, estén reuniéndose tantos en otras partes del país. Nadie quiere perder su tiempo y, menos en el contexto de una crisis económica mundial. No es fortuito el ejército desplegado en las calles, no es fortuita el alza vertiginosa en los asesinatos y secuestros. Y así como es desaforado y ofensivo a la inteligencia, el tamaño de las promesas huecas de los candidatos… es proporcional al de la incertidumbre que han generado y al de la sed de justicia que (les consta) padecemos. No es posible negar que tenemos sed de justicia y de democracia, es cierto: pero lo nuevo es que confiamos menos en su capacidad para saciarla, que en su facultad para extender esta ignominia –No nos importa quién gane o pierda: ninguno de ellos nos representa.

Por estas y otras razones coincidimos con la iniciativa de anulación. Ya sea votando por “Papanatas” o por “Esperanza Marchita”, dejando la boleta en blanco o cruzándola toda, o cualquier leyenda sobre ella: es igual. Lo que debe resultar realmente importante, no es el acto en sí, sino el proceso reflexivo que nos lleva a tomar una decisión de ese tipo (y los hechos que la preceden): no se trata de formas, se trata de fondos. Así mismo, no habremos de unirnos a los cantos victoriosos manifestados después de contabilizar el grado de abstencionismo o la enorme cantidad de votos nulos calculados al término de la elección. No, ésa no será una victoria nuestra, porque de algún modo representa nuestra derrota. En esos momentos estaremos presenciando, tal vez, el inicio del fin de una de las prácticas democráticas que tanto hemos defendido y por la que muchos de nuestros ancestros dedicaron su vida. Pero es una situación inevitable: traidores seríamos si nada hiciéramos, si no fuéramos responsables ante esta nueva época, donde los ciudadanos debemos ser tomados en cuenta.

Ahora bien, a las voces que se alzarán demandando una crítica constructiva y confrontando el carácter pesimista de nuestra participación, preguntarán: ¿y ustedes qué proponen? Podríamos, al inicio, no responder. Nuestro silencio puede representar nuestra postura, y esto para que comprendan que no gastaremos más tinta ni saliva con quienes nos impugnan. Ni una gota más.

Deseamos que este encuentro constituya un verdadero apoyo, para que, a partir del 6 de julio, nos permita comenzar a trabajar de manera colectiva, solidaria, responsable, disciplinada y ciudadana, en pos de una nueva nación que en realidad nos incluya a todos y todas. Empeñamos nuestra voz y nuestra palabra en ello.

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