Los otros |
Rosaura Barahona
14 Abr. 11
La otredad ha sido estudiada por filósofos, escritores y sociólogos. Es un tema que implica muchas cosas: la herencia cultural y personal, el sistema social en que se vive, los prejuicios del sistema y los propios, el momento histórico y la disponibilidad o interés para tratar ese asunto tan espinoso de manera abierta o para dejarlo como algo tácito que se conoce, pero no se discute.
EL NORTE trajo ayer algunos resultados de la encuesta nacional del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). El reportaje podría ser motivo de lectura y discusión en muchas aulas; la reflexión a que nos lleva contribuye a conocernos mejor o, por lo menos, a conocer mejor algo sobre nuestro País.
Discriminar significa separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra. El concepto no es negativo en sí mismo; lo negativo viene cuando al aplicarlo a los otros, es decir, a un grupo distinto al nuestro, los excluimos de nuestro grupo social y les damos un trato de inferioridad, con todo lo que eso implica.
Los mexicanos somos muy discriminadores, pero no lo aceptamos. Vea si no, el número de señoras de la clase media y alta que se pintan el cabello de rubio porque lo rubio, en su concepción del mundo, es mejor que lo castaño o negro. Eso, que parece un acto de mera frivolidad, no lo es tanto. A menudo esa actitud se refleja en el trato discriminatorio que dan a quienes pertenecen a una clase socioeconómica inferior a la de ellas y que, casi siempre, están a su servicio.
La encuesta señala las respuestas a la pregunta: "¿Estaría dispuesto o no a que en su casa vivieran personas...?", y luego viene una lista no exhaustiva: lesbianas, homosexuales, con vih/sida, extranjeras, con ideas políticas diferentes, de otra religión, con una cultura distinta, de otra raza, con discapacidad. Puros otros.
En el último punto, bajo discapacidad, entran muchas cosas: los ciegos, sordos, mudos, parapléjicos, jorobados, cojos, mancos, obesos, con parálisis cerebral, autistas, con síndrome Down... Los integrantes de nuestra sociedad ni siquiera les dan trabajo (salvo excepciones), ¿cree usted que les permitirá vivir en su casa, si son ajenos a su familia?
Me impresiona la certeza con la que los discriminadores emiten juicios como "Los negros y los indígenas son menos inteligentes que los blancos" y sólo sonríen cuando se les trata de explicar cómo, por siglos, los prejuicios y la discriminación aislaron a los otros, los excluyeron de la educación de calidad y los mal alimentaron y, por lo mismo, no se vale juzgarlos con los parámetros y las reglas de la sociedad dominante.
Quienes discriminan con frecuencia dividen el mundo en buenos y malos porque lo blanco y lo negro son más fáciles de ver que los grises. Del mismo modo, lo dividen en inteligentes y tontos. Ellos hacen la división y ellos son los inteligentes.
La discriminación arrebata "el derecho a tener derechos", como dice Alain Touraine en su libro "El Mundo de las Mujeres". Nosotros, que no somos los otros, nacemos con derechos que conocemos y ejercemos.
Los otros no saben que tienen derechos y, menos, que pueden ejercerlos. Cuando la sociedad que los discrimina los acepta como sus integrantes es sólo para que cumplan con su función social (sirvientes, obreros, trabajadores explotados en el comercio formal e informal, prostitutas...), siempre en beneficio del grupo con la voz y el poder.
"México no ha dado la importancia debida a luchar en contra de la discriminación, una de las principales raíces de la violencia actual en el País", dice el Conapred, y es que quienes discriminan no ven la discriminación como violencia (lo es).
Algunos municipios quieren empadronar a los prietos que trabajan ahí. Eso es violencia discriminatoria: los blancos son todos buenos, pero los prietos son sospechosos de ser potenciales delincuentes, de modo que les sellan un papel (en lugar del brazo), para ser aceptados. Qué vergüenza escuchar esas propuestas en esta ciudad "de avanzada".
Y aquellos creyentes que faltan a la dignidad de esas personas, van al templo los domingos y repiten: "Todos somos hijos de Dios e iguales ante su mirada". Pero como ellos no son Dios, dicen una cosa y hacen otra.
14 Abr. 11
La otredad ha sido estudiada por filósofos, escritores y sociólogos. Es un tema que implica muchas cosas: la herencia cultural y personal, el sistema social en que se vive, los prejuicios del sistema y los propios, el momento histórico y la disponibilidad o interés para tratar ese asunto tan espinoso de manera abierta o para dejarlo como algo tácito que se conoce, pero no se discute.
EL NORTE trajo ayer algunos resultados de la encuesta nacional del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred). El reportaje podría ser motivo de lectura y discusión en muchas aulas; la reflexión a que nos lleva contribuye a conocernos mejor o, por lo menos, a conocer mejor algo sobre nuestro País.
Discriminar significa separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra. El concepto no es negativo en sí mismo; lo negativo viene cuando al aplicarlo a los otros, es decir, a un grupo distinto al nuestro, los excluimos de nuestro grupo social y les damos un trato de inferioridad, con todo lo que eso implica.
Los mexicanos somos muy discriminadores, pero no lo aceptamos. Vea si no, el número de señoras de la clase media y alta que se pintan el cabello de rubio porque lo rubio, en su concepción del mundo, es mejor que lo castaño o negro. Eso, que parece un acto de mera frivolidad, no lo es tanto. A menudo esa actitud se refleja en el trato discriminatorio que dan a quienes pertenecen a una clase socioeconómica inferior a la de ellas y que, casi siempre, están a su servicio.
La encuesta señala las respuestas a la pregunta: "¿Estaría dispuesto o no a que en su casa vivieran personas...?", y luego viene una lista no exhaustiva: lesbianas, homosexuales, con vih/sida, extranjeras, con ideas políticas diferentes, de otra religión, con una cultura distinta, de otra raza, con discapacidad. Puros otros.
En el último punto, bajo discapacidad, entran muchas cosas: los ciegos, sordos, mudos, parapléjicos, jorobados, cojos, mancos, obesos, con parálisis cerebral, autistas, con síndrome Down... Los integrantes de nuestra sociedad ni siquiera les dan trabajo (salvo excepciones), ¿cree usted que les permitirá vivir en su casa, si son ajenos a su familia?
Me impresiona la certeza con la que los discriminadores emiten juicios como "Los negros y los indígenas son menos inteligentes que los blancos" y sólo sonríen cuando se les trata de explicar cómo, por siglos, los prejuicios y la discriminación aislaron a los otros, los excluyeron de la educación de calidad y los mal alimentaron y, por lo mismo, no se vale juzgarlos con los parámetros y las reglas de la sociedad dominante.
Quienes discriminan con frecuencia dividen el mundo en buenos y malos porque lo blanco y lo negro son más fáciles de ver que los grises. Del mismo modo, lo dividen en inteligentes y tontos. Ellos hacen la división y ellos son los inteligentes.
La discriminación arrebata "el derecho a tener derechos", como dice Alain Touraine en su libro "El Mundo de las Mujeres". Nosotros, que no somos los otros, nacemos con derechos que conocemos y ejercemos.
Los otros no saben que tienen derechos y, menos, que pueden ejercerlos. Cuando la sociedad que los discrimina los acepta como sus integrantes es sólo para que cumplan con su función social (sirvientes, obreros, trabajadores explotados en el comercio formal e informal, prostitutas...), siempre en beneficio del grupo con la voz y el poder.
"México no ha dado la importancia debida a luchar en contra de la discriminación, una de las principales raíces de la violencia actual en el País", dice el Conapred, y es que quienes discriminan no ven la discriminación como violencia (lo es).
Algunos municipios quieren empadronar a los prietos que trabajan ahí. Eso es violencia discriminatoria: los blancos son todos buenos, pero los prietos son sospechosos de ser potenciales delincuentes, de modo que les sellan un papel (en lugar del brazo), para ser aceptados. Qué vergüenza escuchar esas propuestas en esta ciudad "de avanzada".
Y aquellos creyentes que faltan a la dignidad de esas personas, van al templo los domingos y repiten: "Todos somos hijos de Dios e iguales ante su mirada". Pero como ellos no son Dios, dicen una cosa y hacen otra.
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