jueves, enero 29, 2009


Davos-Platz, la montaña mágica
Alejandro Nadal
En 1924 Thomas Mann publicó su novela La montaña mágica, una poderosa reflexión sobre la burguesía europea, la enfermedad, la sexualidad y las tendencias destructivas de la “civilización”. El sitio en el que se desarrollan los acontecimientos es Davos, en ese tiempo dominado por el Waldsanatorium, especializado en curar enfermos de tuberculosis. Hoy esa pequeña ciudad alpina es la sede del Foro Económico Mundial y la ironía es inmediata: la economía mundial está muy enferma, pero no es seguro que vaya a encontrar su cura en Davos.

A pesar de que los indicadores económicos se deslizan cuesta abajo más rápido que los experimentados esquiadores en las pistas de Davos, los participantes en el Foro Económico Mundial buscarán remendar las cosas y relanzar una ofensiva ideológica. El tema de la reunión es colosal: “Moldear el mundo para después de la crisis”. Y el orden del día incluye rubros como la redefinición de las instituciones y sistemas. No está mal. Después de todo, los sistemas financieros y bancarios de Estados Unidos y de Gran Bretaña están al borde de la nacionalización.

Davos siempre ha sido presentada como la reunión más importante del planeta, a la que asistían los personajes más influyentes. Y cada año tuvimos que soportar un alud de propaganda mientras el mundo avanzaba inexorable hacia la crisis financiera, económica y ambiental. Lo cierto es que los ricos y famosos se durmieron en el timón del barco y ahora quieren convencernos de que pueden “moldear el mundo” para después de la crisis.

En Davos siempre se dijo que la globalización era la panacea, el camino natural, no había alternativas al neoliberalismo y estábamos en la época del pensamiento único. No importaban las crisis (México o Brasil, Tailandia o Rusia). Ni las malas noticias en el frente ambiental: emisiones de gases invernadero, deforestación, erosión de suelos, sobrexplotación de acuíferos o extinción masiva de especies. El mensaje que siempre salía de Davos era una variante de la visión del doctor Pangloss: sí, las cosas no están perfectas, pero estarían peor sin nuestra versión de la globalización.

Ahora que la peor crisis del mundo capitalista les explotó en la cara, a los habituados de Davos se les ha ocurrido una estupenda idea: encontrar la horma de la economía mundial que más le conviene al capital. Después de todo, el razonamiento es que el mundo seguirá siendo de los poderosos y su tarea en Davos consiste en definir los contornos de los nuevos pactos sociales que permitirán otro ciclo largo de acumulación de capital.

Los organizadores del Foro informan con orgullo que este año la mayor parte de los participantes serán políticos (incluyendo a Putin y Hu Jintiao, lo que dice algo sobre la redistribución de poder). Los financieros están demasiado ocupados salvando sus bonificaciones de retiro y no podrán asistir. Quizás no los van a echar de menos. El objetivo en Davos es delinear nuevos sistemas de regulación capitalista, quizás con tintes keynesianos y de social democracia, para seguir impulsando la ideología de la globalización. El príncipe de Lampedusa estaría orgulloso: que todo cambie para que todo siga igual.

No importa que la crisis apenas esté comenzando. En Davos se preparan la ceremonia de su funeral. ¿Es esto prematuro? Juzguen los lectores.

En Estados Unidos la política monetaria no está funcionando. A pesar de la tasa de interés cero y la flexibilización cuantitativa (las llamadas medidas no convencionales), el crédito sigue sin fluir. Por otra parte, la administración Obama está negociando un paquete de 825 mil millones de dólares y los republicanos le están regateando su voto. Pero ni siquiera es seguro que ese monto sea suficiente para reanimar a la economía.

La Unión Europea y Japón están en recesión. China ya acusa una fuerte reducción en su tasa de crecimiento. El Fondo Monetario Internacional, otrora tan optimista, considera que el mundo entero tendrá un crecimiento cercano a cero por ciento en 2009. Los participantes en el Foro de Davos no deben aventurarse en las pistas solitarias, no sea que los sepulte una avalancha de malas noticias económicas.

En La montaña mágica, el joven Hans Castorp toma el pequeño tren de cremallera para subir a Davos y visitar a su primo, internado en el sanatorio Berghof. Castorp no está enfermo, pero su corta visita se convierte en una estadía de siete años, a lo largo de los cuales conoce varios personajes. Uno de ellos es el radical Naphta, quien en un debate llega a exclamar: ¡lo que nuestra era necesita es el terror! Si las crisis desembocan en guerras, habría que tener presente la exclamación de ese personaje. Después de todo, esa profecía se hizo realidad en Europa a mediados del siglo XX. Ojalá el futuro no sea tan negro para después de esta crisis.

Los participantes en el foro de Davos, ricos y famosos, no se van a curar de nada. Mucho menos de la soberbia. Pero pueden vivir con las ilusiones de la montaña mágica. Después de todo, tienen la mejor crisis que su dinero les pudo comprar.

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