sábado, abril 25, 2009

  • Militantes y simpatizantes

    Acentos

    Diego Petersen Farah

    2009-04-25•Al Frente

A María de las Heras

Uno de los pilares de la izquierda jalisciense (que a pesar del PRD todavía existe) fue el doctor Manuel Rodríguez Lapuente. Su barba blanca desde que era relativamente joven y su inseparable muleta con la que compensaba la polio que sufrió desde pequeño lo hacían inconfundible aun a la distancia. Era un hermano gemelo del doctor Atl, pero sus dotes no eran de pintor, sino de orador, con una gran voz y un todavía mejor sarcasmo. Su iniciación en la política fue de la mano de don Efraín González Luna, en el PAN, donde junto con Hugo Gutiérrez Vega (el poeta) y Alfonso Arreola (el legendario candidato del PDM) se convirtió en uno de los grandes oradores del partido. Siendo todavía muy jóvenes, los tres salieron expulsados del blanquiazul por rebeldes. Pero en realidad Manuel tuvo casi tantos partidos como esposas Enrique VIII. Pasó por el PRI, luego por el PMT de Heberto, el PSUM, el PMS, y finalmente el PRD. Una tarde al terminar un mitin en el que, como de costumbre, había sido el orador más destacado, se le acercó un joven universitario emocionado y le dijo: “Doctor, doctor, no soy militante del PRD, pero soy simpatizante”. “Qué suerte la suya —contestó Rodríguez Lapuente—, yo sí soy militante del PRD y cada día simpatizo menos”.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas 2008 de la Secretaría de Gobernación, sólo 4 por ciento de los mexicanos tiene mucha confianza en los partidos políticos, a pesar de que la misma encuesta dice que 7 por ciento de los entrevistados militan en algún partido; hay pues más militantes que simpatizantes, cada día hay más ciudadanos con el síndrome Rodríguez Lapuente en el mundo partidista. (Además del 4 por ciento que confía mucho en los partidos hay otro 19 por ciento que todavía confía algo, lo cual les da 23 por ciento de confianza, manque sea poquita, una cifra muy similar a la del resto de América Latina). Los partidos son hoy por hoy las instituciones de más baja credibilidad. No es una descrédito gratuito, se lo ganaron a pulso, paso por paso, votación por votación en la Cámara, de mal gobierno en mal gobierno y de traición en traición, a sus principios, a sus militantes y a sus pares.

Cuando sólo existía el partidazo y unos pequeños y pobres partidos de oposición, los partidos eran instituciones de los que se podía decir muchas cosas (de unos se decía que eran ladrones y de otros que eran ingenuos), pero eran respetados por sus propios militantes, que realmente creían en ellos, y por algunos más. Todavía en los años ochenta en la vida de cualquier barrio del país había presencia de los partidos. El PRI, entonces omnipresente, estaba vinculado, para lo mejor y para lo peor, a la vida de las comunidades. Entre la sede del PRI y la parroquia se articulaba la vida comunitaria. Por ahí pasaban las decisiones, las discusiones y la organización fuera para protestar, para apoyar o para festejar. Incluso los partidos minoritarios tenían presencia en los barrios. La lógica y la política eran territoriales. En un barrio había presencia del PSUM, que articulaba movimientos sociales, en otro del PST fuera para invadir un terreno o para promover vivienda, o del PAN vinculado a los movimientos sociales católicos. Los partidos eran instituciones con rostro.

La crisis de los partidos tiene que ver con el acceso al poder, pero sobre todo con el acceso al presupuesto. La forma en que hemos articulado la vida pública ha convertido a los partidos en auténticos negocios. Aun en la campaña más rascuache hay dinero, público o privado. Los “políticos profesionales”, es decir los que han hecho de esto su modus vivendi, saben que aun perdiendo la elección se puede ganar dinero y que el arte de la política consiste en estar siempre cerca de donde hay.

¿Va a hacer crisis el sistema de partidos en estas elecciones? Desgraciadamente no, pues aunque 77 por ciento de los mexicanos tengamos poca o nula confianza en los partidos, hay por lo menos 30 por ciento de ciudadanos a los que la forma de vida les va en la subsistencia de sistema de partidos. Con esos, y unos cuantos cumplidos más, se hará la elección del 5 de julio y habremos cumplido cabalmente con el rito democrático de acceso al poder. Así es la normalidad democrática, se podrá argumentar y no sin razón; en la mayoría de los países de democracia consolidada los niveles de abstencionismo ronda 60 por ciento. Pero estamos lejos de ser una democracia consolidada, en términos de instituciones, de formas de operación y, sobre todo, en la traducción de éstos en una mejor calidad de vida.

Los partidos tienen que cambiar su forma de relacionarse con la sociedad. Mientras la relación se limite a dame dinero para que te pida tu voto y en tres años sólo sabrás de mí por los escándalos que generemos, la cosa no va a cambiar, en todo caso tenderá a empeorar. De seguir las cosas por este camino los partidos tendrán votos interesados, dinero, mucho dinero público o corrupto, una sociedad que los desprecia, y militantes perfectamente intercambiables; de hecho, una buena parte ya lo son.

diego.petersen@milenio.com

No hay comentarios.: