Blanca Estela Flores, madre de Agnoldo Pavel Medina; secuestrado.
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SANJUANA MARTÍNEZ
Los privaron de su libertad, pidieron rescate y a ninguno regresaron: son los narcosecuestrados- desaparecidos, modalidad de violencia que genera multimillonarias ganancias al crimen organizado y a las autoridades coludidas; con 45 delitos diarios y más de 16 mil 500 casos al año, la cifra coloca a México en primer lugar mundial en secuestros.
Llegaron a las cuatro y media de la tarde con camión de mudanza, desprendieron la reja de la cochera y lo sacaron. “Se llevaron todo: camionetas, pantallas de plasma, computadoras, electrodomésticos, hasta los juguetes de los niños”, dice Blanca Estela Flores, madre de Agnoldo Pavel Medina, de 33 años, secuestrado-desaparecido el 2 de agosto del año pasado; por él pagó un millonario rescate y nunca lo regresaron.
Tiene 69 años, viste de negro con una camiseta que dice: “¿Dónde están?” La acompañan otras madres de familia, esposas, hermanas, abuelas, que en manifestación exigen resultados a las autoridades: “Dos días antes de entregar el rescate me lo pusieron en su Nextel. Escuché su voz. Me dijo: Hagan todo lo que les dicen, mamá, porque si no me van a matar. Y, efectivamente, se les dio todo lo que pidieron a los ocho días, pero nunca me lo devolvieron”.
Blanca Estela acompaña a un grupo de mujeres por la calle, grita con todos sus fuerzas, cierra los puños y clama desde lo más profundo de su ser con un lamento de voz desgarrado, inundado de lágrimas: “Pido un milagro sobrenatural, les pido a los que se lo llevaron, le pido al procurador, al Presidente, a Dios, que me lo regresen vivo; sus niños lo esperan, sus hermanos, su mujer… y yo, hijito de mi corazón” .
No puede continuar, se desvanece, otras compañeras la ayudan, se sienta. Toma agua. Respira profundo y empieza a hablar sin parar. Cuenta que ese día llegaron cinco hombres, uno encapuchado, los otros con la cara descubierta. Era lunes de mercado, las calles estaban llenas. Y había patrullas de tránsito de Guadalupe, Nuevo León, cuidando a los secuestradores. Lo sacaron en pantalón corto, amenazando a su mujer, Claudia Verónica: “Si lo denuncias, te vamos a matar con los niños”. Y saquearon la casa.
“Yo me sentía en un sueño. Así estuve dos meses”, dice Blanca Estela, hasta que a los dos meses se decidieron a interponer una denuncia en el campo militar de la séptima zona de Monterrey: “Nos sentimos vigilados, durante meses hemos tenido una patrulla en la esquina de la casa. Son los mismos, todos están de acuerdo”.
Añade: “Yo tengo fe, soy cristiana y por eso le pido al Señor un milagro sobrenatural para que me lo regrese, le digo: Padre, ¿por qué no me has contestado? No me dices nada, ¿por qué, Señor, no me contestas?” Y comenta que siente que su hijo está vivo porque lo sueña con frecuencia: “Es mi hijo menor; tengo ocho, pero él ha sido el más amado de todos sus hermanos. Buen padre, buen hijo”.
Agnoldo tenía un negocio de autoclimas, era hogareño; del trabajo a la casa y con muchos amigos, alegre. Blanca Estela hace recuento y recuerda cómo le ha cambiado la vida a toda la familia. Tiene 19 nietos, su esposo está enfermo de depresión, ya no sale. Y les dice que hubiera sido mejor que lo secuestraran en lugar de su hijo: “Yo rezo todo el día para que vuelva. Cuando como, pido por los secuestrados para que Dios les dé de comer, para que los alimente allí donde los tengan”.
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Próspera industria
Durante el presente año, sólo uno de cada 10 secuestros ha sido denunciados, según el “Informe sobre secuestro en México” del Consejo para la Ley y los Derechos Humanos, que sitúa a los estados del norte como los primeros en la estadística de este delito: “En ningún caso se ha recuperado a la víctima, no se ha localizado su cuerpo, por lo que permanecen como desaparecidos, pese a que en muchos casos han pasado ya tres años de su captura. El 60 por ciento de los casos ocurren en Tamaulipas, Chihuahua, Sonora, Sinaloa, Nuevo León”.
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