lunes, abril 15, 2013

Otilio I. Cantú González: El dolor cala... y muy hondo




Otilio I. Cantú González: El dolor cala... y muy hondo
Monterrey, N.L. El Norte, 14 Abr. 13
 

Innumerables veces en su vida terrenal, a través de casi 30 años, vimos feliz a Jorge Otilio, mi hijo. Una vida plena a lado de su familia, amigos, compañeros, maestros. Alguna vez quizá su angustia y tristeza fueron fuertes por motivos personales, lo que logró superar gracias a su entorno y a la presencia de la que sería el amor de su vida.

Nunca lo vimos tan feliz como aquel 2 de abril del 2011 cuando se casó con una joven maravillosa, ahora su viuda. Ese día Jorge Otilio cantó, bailó, bailamos, disfrutamos, lloramos, pero de alegría.

Qué ajenos estábamos aquella noche, hace ya casi dos años, de que 16 días más tarde lloraríamos inconsolables su muerte cuando un grupo de asesinos adscritos a la Secretaría de Seguridad Pública del Estado de Nuevo León, comandados por el capitán segundo de infantería, Reynaldo Camacho Ramírez, terminó brutalmente con su vida sin justificación alguna. Su preparación los aficionó a la guerra y a la muerte, al fin discípulos de Felipe Calderón.

Todavía están -y estarán por siempre- en nuestras mentes las risas y comentarios de los recién casados cuando el 10 de abril acudimos a recibirlos al aeropuerto.

Jorge Otilio llegó un poco agripado, sin embargo, no fue pretexto para que el día 14 acudiera a su centro de trabajo a saludar a jefes y compañeros y ver cómo andaba la chamba.

"Voy a descansar un poco", nos dijo, "pero siento que me necesitan y voy a ir antes de que terminen mis vacaciones.

"Mire, papá, así guardo unos días para después solicitarlos en alguna emergencia".

Era el único de mis cinco hijos que a su mamá, su papá y tíos nos hablaba de "usted", a pesar de mis intentos de que nos tuteara.

"No puedo, papá", decía. Él asumía que por respeto debería ser así.

Tomando medicamentos, aquel Lunes Santo del 18 de abril del 2011 se fue a trabajar.

"Mi suegra me dio una torta para que me la llevara en la mañana y me voy a ir en mi troca", nos dijo al despedirse la noche previa, antes de dormir.

Para irse al trabajo, alternaba tanto su ruta como mi carro, un Deville 2002, porque mi camioneta me fue robada a punta de metralleta en una farmacia de la Col. Contry cuatro meses antes por otro grupo delictivo con uniformes federales.

Esa mañana, Jorge Otilio decidió irse por la ruta Garza Sada-Las Torres, en donde fue a toparse 10 minutos después con un grupo de sicarios con uniforme y camionetas de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado que truncaron su vida en el momento más feliz, cuando apenas cumplía 15 días de casado, sin disfrutar aún de las fotos y videos de su boda.

En un acto de barbarie, estos despiadados y cobardes le cerraron sus ojos, le apagaron su sonrisa, pero no podrán nunca impedir que entre los suyos se le recuerde como fue: un hombre recto, sencillo, noble, preocupado por los demás y dispuesto siempre a ayudar.

Una persona está preparada para superar cualquier dolor, cualquier pérdida, menos la muerte de un hijo, sobre todo cuando sucede en la forma tan inhumana y cruel como fue el caso.

Los padres asumimos la asistencia de nuestros hijos cuando el atardecer de nuestras vidas llega, contar con su mano segura y fuerte en la cual uno se apoye para despedirse feliz con el deber cumplido. Aquí fue diferente. Nuestro Dios lo eligió y lo apresuró a su presencia.

Muy pronto su proyecto de vida se extinguió en el momento más importante de su existencia. Se lo truncaron unos asesinos a sueldo que hicieron todo lo posible por incriminarlo como delincuente, como sucede con miles de jóvenes a lo largo y ancho de nuestro País, y con la complacencia del Poder Judicial que parece estar a favor de los criminales que continúan en las calles cometiendo tropelías cuando las cárceles están llenas de pequeños infractores sin capacidad de defenderse.

Jorge Otilio era mi compañero, mi asistente, mi traductor en mi actividad profesional. En un abrir y cerrar de ojos, al irse prematuramente, me quedé desvalido con la sensación de un final oscurecido, desconcertado, implorando fuerza para subsistir.

Pronto, muy pronto, Dios y Jorge Otilio me enviaron esa fuerza y con el corazón destrozado y el ánimo menguado tuve que luchar: lo sigo y lo seguiré haciendo por su nombre, el de mi familia y el de tantos jóvenes más y sus familias que imploramos justicia que en este País se da a cuentagotas y de manera selectiva.

Todas las cosas que compartíamos juntos Jorge y yo tuve que transformarlas, dedicando ahora gran parte de mi tiempo en revisar las leyes y la justicia llena de impunidad, corrupción y deslealtades con una Constitución violada y pisoteada, sin que nada suceda.

El jueves 18 se cumplen dos años del asesinato de Jorge Otilio y continuamos como al principio, pero ahora con un juicio civil en el Juzgado No. 6 Penal Federal de Nuevo León, tal como debió ser desde el principio, sólo que el Tribunal Colegiado del Estado probablemente por desconocimiento -lo cual dudo- decidió enviarlo el 30 de junio del 2011 a la justicia militar, a todas luces anticonstitucional.

El caso se encuentra en etapa de instrucción con cinco militares en la prisión militar por homicidio calificado, pero dos en la calle por delitos no graves.

La verdad, al final, es que las leyes mexicanas se siguen aplicando a la interpretación personal por el Poder Judicial y los jueces en turno, incluida la SCJN.

Y ante esto, sólo resta enunciar lo que un autor anónimo escribió: si no defendemos nuestros derechos, perdemos la dignidad, y la dignidad no se negocia.


El autor es médico.

Su hijo, Jorge Otilio Cantú Cantú, fue asesinado por militares en Monterrey el 18 de abril del 2011.


otilio@cantu.com
 

No hay comentarios.: