22 Oct. 08
Hubo una vez, no hace muchos años, que la Señora Sociedad Civil se paseaba por el ágora empujando agendas y forjando cambios. Luego se difuminó aunque, a últimas fechas, ha reaparecido ocasionalmente acicateada por la inseguridad; en otros temas sigue ausente. ¿Regresará?
En tiempos de crisis, las sociedades buscan liderazgos y propuestas innovadoras. Me brinco la inevitable y obvia referencia a Barack Obama para ubicar al lector en Islandia, la nación europea más zarandeada por la crisis financiera.
En un espléndido texto sobre los acontecimientos en aquel país, John Carlin ("El primero en caer", El País Domingo, 19 de octubre del 2008) plantea la fórmula salvadora de una empresaria islandesa, Halla Tomasdottir: "No es el fin del capitalismo como algunos dicen. Es el comienzo de un capitalismo mejorado, dirigido no por las mujeres solas, claro que no, sino guiado por un concepto más femenino de la vida", el cual consiste "en pensar más a largo plazo, trabajar más en equipo y tomar en cuenta no sólo las ganancias inmediatas de los inversores, sino valores más amplios, como el bienestar de la sociedad en su conjunto".
Bien por los liderazgos femeninos... siempre y cuando sean modernos, porque algunas crinolinas dan miedo. Pero la crisis mexicana es tan sistémica y profunda que requiere de un amplio abanico de propuestas y acciones renovadoras que rara vez se transforman en políticas, porque en México siempre ha sido muy, pero muy difícil involucrarse en la vida pública.
La alternancia incrementó los obstáculos porque significó una redistribución masiva del poder económico, político y coercitivo. Al resquebrajarse el presidencialismo centralista y autoritario se beneficiaron los gobernadores, un puñado de monopolios y oligopolios sindicales y patronales y los cárteles del crimen organizado. Los menos beneficiados hemos sido los ciudadanos que carecemos de una representación adecuada porque la burocracia de los partidos se entretiene en la disputa de cargos y presupuestos.
Esa redistribución de poder es uno de los factores tras la desaparición de la acción organizada de la sociedad que floreciera en la década de los años 90. También cuenta un error de cálculo gravísimo; la señora supuso que sus temas (justicia social, equidad de género, derechos humanos) se transformarían en políticas cuando partidos diferentes al PRI llegaran al poder. No sucedió, pero la sociedad sí se fracturó.
Unos se refugiaron en la cómoda postura de denunciar a los nuevos gobiernos contaminados todos por el virus del poder. Otros migraron a la política o a los gobiernos y, con algunas excepciones, fueron engullidos por los usos y costumbres de esa galaxia. Estarían después quienes dieron un brinco y establecieron nuevas formas de relación con la autoridad y se profesionalizaron en temas muy concretos. Las traumáticas elecciones presidenciales del 2006 provocaron un cisma transversal que provocó la aparición de dos señoras: una de izquierda y otra de derecha.
Así pues, la acción de la sociedad organizada no desapareció sino que vive una metamorfosis inacabada. Ante la sacudida extraordinaria que vive el planeta, ¿podrán las señoras volver por sus fueros y empujar nuevas prácticas e ideas? Sería absurdo esperarse a julio del 2009 para emitir el voto y premiar o castigar en la urna a los partidos. Es tiempo para lo que Jean Cohen y Andrew Arato llaman la "política de la influencia, es decir, la presión indirecta sobre el sistema político que se ejerce apelando a la crítica, a la movilización y al convencimiento".
Las acciones prioritarias para esta coyuntura son tres: la inseguridad, las consecuencias de sacudidas financieras y económicas y las imperfecciones de la democracia. La seguridad es el asunto que mejor se presta para una acción concertada de izquierda y derecha; en los otros, las dos corrientes ideológicas tienen planteamientos diferenciados.
El tema es demasiado amplio, complejo y relevante para agotarlo en esta columna pensada, más bien, para subrayar la urgencia de una mayor participación ciudadana en los grandes problemas nacionales y mundiales. La democracia en México sigue en construcción y aun cuando las resistencias y los riesgos son enormes, también hay grandes ventanas de oportunidad para la experimentación.
En este marco, los organismos de la sociedad civil deben asumir sin timidez su papel como sujetos históricos con características y méritos diferentes a los de los partidos. No basta con la protesta, se requieren propuestas (la idea la tomo de Marta Lamas) que vayan de lo general a lo específico, lo cual exige una mayor relación con los especialistas, tal y como sucedió en la década de los 90.
Es más fácil enunciarlo que lograrlo, porque el trabajo hormiga es reconfortante, pero puede ser frustrante en las condiciones mexicanas. Pero la única alternativa de participación fuera de los partidos es a través de esos organismos que persisten en la promoción del trabajo vecinal, en la exigencia de seguridad, en la protección del medio ambiente u otros derechos.
La lección es clara: en la lucha democrática, el éxito se obtiene con la investigación, la argumentación, la presión y el litigio jurídico. Los organismos cívicos tienen con qué dar esa pelea; sólo les falta decidirse, asumir su protagonismo y culminar un proceso iniciado hace décadas cuando empezaron de manera intuitiva una búsqueda todavía inacabada de su identidad.
Este trabajo se benefició de las investigaciones del Doctor Alberto Olvera, de la Universidad Veracruzana.
En tiempos de crisis, las sociedades buscan liderazgos y propuestas innovadoras. Me brinco la inevitable y obvia referencia a Barack Obama para ubicar al lector en Islandia, la nación europea más zarandeada por la crisis financiera.
En un espléndido texto sobre los acontecimientos en aquel país, John Carlin ("El primero en caer", El País Domingo, 19 de octubre del 2008) plantea la fórmula salvadora de una empresaria islandesa, Halla Tomasdottir: "No es el fin del capitalismo como algunos dicen. Es el comienzo de un capitalismo mejorado, dirigido no por las mujeres solas, claro que no, sino guiado por un concepto más femenino de la vida", el cual consiste "en pensar más a largo plazo, trabajar más en equipo y tomar en cuenta no sólo las ganancias inmediatas de los inversores, sino valores más amplios, como el bienestar de la sociedad en su conjunto".
Bien por los liderazgos femeninos... siempre y cuando sean modernos, porque algunas crinolinas dan miedo. Pero la crisis mexicana es tan sistémica y profunda que requiere de un amplio abanico de propuestas y acciones renovadoras que rara vez se transforman en políticas, porque en México siempre ha sido muy, pero muy difícil involucrarse en la vida pública.
La alternancia incrementó los obstáculos porque significó una redistribución masiva del poder económico, político y coercitivo. Al resquebrajarse el presidencialismo centralista y autoritario se beneficiaron los gobernadores, un puñado de monopolios y oligopolios sindicales y patronales y los cárteles del crimen organizado. Los menos beneficiados hemos sido los ciudadanos que carecemos de una representación adecuada porque la burocracia de los partidos se entretiene en la disputa de cargos y presupuestos.
Esa redistribución de poder es uno de los factores tras la desaparición de la acción organizada de la sociedad que floreciera en la década de los años 90. También cuenta un error de cálculo gravísimo; la señora supuso que sus temas (justicia social, equidad de género, derechos humanos) se transformarían en políticas cuando partidos diferentes al PRI llegaran al poder. No sucedió, pero la sociedad sí se fracturó.
Unos se refugiaron en la cómoda postura de denunciar a los nuevos gobiernos contaminados todos por el virus del poder. Otros migraron a la política o a los gobiernos y, con algunas excepciones, fueron engullidos por los usos y costumbres de esa galaxia. Estarían después quienes dieron un brinco y establecieron nuevas formas de relación con la autoridad y se profesionalizaron en temas muy concretos. Las traumáticas elecciones presidenciales del 2006 provocaron un cisma transversal que provocó la aparición de dos señoras: una de izquierda y otra de derecha.
Así pues, la acción de la sociedad organizada no desapareció sino que vive una metamorfosis inacabada. Ante la sacudida extraordinaria que vive el planeta, ¿podrán las señoras volver por sus fueros y empujar nuevas prácticas e ideas? Sería absurdo esperarse a julio del 2009 para emitir el voto y premiar o castigar en la urna a los partidos. Es tiempo para lo que Jean Cohen y Andrew Arato llaman la "política de la influencia, es decir, la presión indirecta sobre el sistema político que se ejerce apelando a la crítica, a la movilización y al convencimiento".
Las acciones prioritarias para esta coyuntura son tres: la inseguridad, las consecuencias de sacudidas financieras y económicas y las imperfecciones de la democracia. La seguridad es el asunto que mejor se presta para una acción concertada de izquierda y derecha; en los otros, las dos corrientes ideológicas tienen planteamientos diferenciados.
El tema es demasiado amplio, complejo y relevante para agotarlo en esta columna pensada, más bien, para subrayar la urgencia de una mayor participación ciudadana en los grandes problemas nacionales y mundiales. La democracia en México sigue en construcción y aun cuando las resistencias y los riesgos son enormes, también hay grandes ventanas de oportunidad para la experimentación.
En este marco, los organismos de la sociedad civil deben asumir sin timidez su papel como sujetos históricos con características y méritos diferentes a los de los partidos. No basta con la protesta, se requieren propuestas (la idea la tomo de Marta Lamas) que vayan de lo general a lo específico, lo cual exige una mayor relación con los especialistas, tal y como sucedió en la década de los 90.
Es más fácil enunciarlo que lograrlo, porque el trabajo hormiga es reconfortante, pero puede ser frustrante en las condiciones mexicanas. Pero la única alternativa de participación fuera de los partidos es a través de esos organismos que persisten en la promoción del trabajo vecinal, en la exigencia de seguridad, en la protección del medio ambiente u otros derechos.
La lección es clara: en la lucha democrática, el éxito se obtiene con la investigación, la argumentación, la presión y el litigio jurídico. Los organismos cívicos tienen con qué dar esa pelea; sólo les falta decidirse, asumir su protagonismo y culminar un proceso iniciado hace décadas cuando empezaron de manera intuitiva una búsqueda todavía inacabada de su identidad.
Este trabajo se benefició de las investigaciones del Doctor Alberto Olvera, de la Universidad Veracruzana.
saguayo@colmex.mx
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