Saynez: dichos ominosos
Editorial de La Jornada 
El pasado martes, en  una ceremonia de graduación de cadetes de la Heroica Escuela Naval, en  Antón Lizardo, Veracruz, y en presencia del titular del Ejecutivo  federal, Felipe Calderón, el secretario de Marina, almirante Mariano  Francisco Saynez Mendoza, arremetió contra organizaciones defensoras de  derechos humanos, a las que acusó de caer 
en el juego perverso de los criminalesy las caracterizó como
utilizadas
los grupos delictivos (que) tratan de manchar el prestigio y buen nombre de las instituciones. En coincidencia, el mismo día, el subsecretario Enlace Legislativo de Gobernación, Rubén Fernández, negó que el esclarecimiento de las violaciones a los derechos humanos cometidas en el contexto de la estrategia en curso contra la delincuencia requiera de una comisión de la verdad porque, a su juicio,
tenemos instituciones que procuran la verdad. por
Ambas declaraciones configuran una preocupante actitud gubernamental  de rechazo a mecanismos de fiscalización social de los abusos  gubernamentales y de protección a los derechos humanos que resultan, en  circunstancias como las que padece actualmente el país, indispensables, y  reafirman el escaso o nulo interés del Ejecutivo federal por el respeto  a las garantías individuales.
En lo inmediato, las afirmaciones del almirante Saynez Mendoza  llevaron a diversas organizaciones de derechos humanos a retirarse de la  mesa de trabajo sobre seguridad que mantenían con la Secretaría de  Gobernación, en vista de la falta de disposición oficial a entender la  labor de tales grupos.
No era para menos. Fuera del gobierno federal, nadie ignora que la  política calderonista de seguridad pública y combate al narcotráfico no  ha logrado acercarse a sus objetivos pero, en cambio, ha multiplicado la  violencia y las violaciones a los derechos humanos por parte de las  corporaciones policiales de todos los niveles y por las fuerzas armadas.  Como ejemplo de ello, la propia dependencia que encabeza Saynez Mendoza  carga con señalamientos, documentados por Amnistía Internacional y la  Comisión Nacional de los Derechos Humanos, por la muerte de civiles,  desapariciones forzadas, torturas y uso excesivo de la fuerza.
Ciertamente, como lo dijo el martes el titular de la Secretaría de Marina 
no se requiere violar la ley para hacerla cumplir, pero hay datos contundentes que indican la falta de capacidad o de voluntad de las corporaciones gubernamentales para ceñirse a ese precepto; por el contrario, la instauración de la guerra que el Ejecutivo federal libra actualmente se ha traducido en una proliferación de atropellos y abusos contra la población en general, agravando con ello el patrón que ha caracterizado al gobierno mexicano desde administraciones anteriores. Recuérdese, al respecto, la barbarie policial exhibida en tiempos de Vicente Fox en los conflictos sociales de Lázaro Cárdenas, Oaxaca y San Salvador Atenco; las masacres campesinas perpetradas durante el sexenio de Ernesto Zedillo y los abundantes asesinatos políticos –de opositores, en su gran mayoría– que caracterizaron al gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
En la presente administración los abusos gubernamentales y la  impunidad subsecuente han alcanzado grados sin precedente, y ello hace  especialmente necesario el trabajo de organizaciones, movimientos y  activistas dedicados a promover el respeto a los derechos humanos y a  denunciar las violaciones a éstos. En tal circunstancia, es inaceptable  que se pretenda descalificar y hasta criminalizar, desde el poder  público, a tales instancias humanitarias y sociales, con el pretexto de  que le hacen el juego a la delincuencia, porque de eso a la abierta  persecución hay muy poca distancia. Si existe un solo caso en el que se  presuma la colusión de un grupo de derechos humanos con la delincuencia,  el deber del gobierno es denunciar tal presunción y fincar los cargos  que correspondan ante un juez o tribunal. Pero deslizar la sospecha  sobre el conjunto de los actores sociales comprometidos con la vigencia  de las garantías individuales hace pensar en un poder que busca ampliar  sus márgenes de impunidad, como lo hicieron, en décadas pasadas en  América Latina, las dictaduras militares, las cuales caracterizaron como  enemigos no sólo a sus opositores y detractores políticos, sino también  a quienes denunciaban las violaciones a los derechos humanos.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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