viernes, agosto 31, 2007

De la mediocridad a la descomposición de las expectativas

http://www.revistafortuna.com.mx/opciones/archivo/2007/agosto/htm/Opi_Mediocridad.html#

Marcos Chávez M.*

Si el inicio del mandato de Felipe Calderón Hinojosa fue grisáceo, el paisaje que circunda a su primer informe de gobierno se caracteriza por los gruesos y ásperos brochazos oscuros. Durante estos meses, Calderón ha sido incapaz de revertir su crisis de legitimidad, asociada a la turbia legalidad con la que se encumbró y que, una vez mancillado el estado de derecho, dejó en el imaginario colectivo la percepción de un golpe de estado instrumentado desde las catacumbas del poder. Además, ha agudizado su descrédito, tensado los conflictos políticos y agravado la polarización de la nación.

En cuanto al aspecto económico, el aparato productivo navega a la deriva, con el consecuente agravamiento de los problemas en el empleo formal, los ingresos reales de la población y la pobreza generalizada de las mayorías. La autoritaria privatización de los fondos de pensión y la unilateral propuesta calderonista de “reforma” fiscal han abierto nuevas áreas de conflicto para un gabinete inexperto e incompetente, convencido que el dios-mercado resolverá mágicamente los males nacionales sin la intervención estatal.

En cuanto al aspecto político, el ambiente se descompone rápidamente, ante la ineficiencia de las instituciones y la ausencia de un liderazgo fuerte y legítimo: sin el menor interés por negociar con los diferentes actores sociales ni tratar de restañar las fisuras ocasionadas por el sucio proceso electoral que violentó el estado de derecho y encumbró a Calderón, a costa de la pérdida de la credibilidad que mantiene y agranda la crisis de gobernabilidad. La desastrosa conducción de Felipe Calderón, nombrado rey por “decreto divino”, en un sínodo verde olivo nocturno, ha metido al gobierno y a México en un callejón sin salida.

En lugar de asumir el papel de un estadista, promotor de la democracia, Calderón ha preferido recurrir a las prácticas más rancias y decadentes del despotismo presidencialista: el manejo por decretos; la mano dura en contra de la oposición (más que un ejecutivo, resultó un hooligans); la escenográfica lucha en contra del narco para justificar la salida del ejército a las calles; su principal pacto con los grupos más retrógrados y brutales del antiguo régimen (la iglesia católica, los gobiernos de Puebla y Oaxaca, Elba Esther Gordillo); la permisividad a la violación de los derechos humanos; su escaso entusiasmo para combatir la corrupción de su antecesor (los “negocios” de la familia foxista, la megabiblioteca, Pemex, la Comisión Federal de Electricidad, las aduanas). A Felipe Calderón Hinojosa le quedó grande la presidencia.

En materia económica, el país naufraga y se mantiene en su estado de letargo iniciado en 1982, con el proyecto neoliberal de nación. La conducción económica de Calderón ha sido mediocre. Para ser precisos, es inexistente. El inicio calderonista transcurre sin crecimiento ni estabilidad macroeconómica. En sentido estricto, se define por un estancamiento desestabilizador.

Como ocurrió con el primer año del (des)gobierno foxista, el aparato productivo se paraliza, se desliza hacia la recesión y compromete la anodina meta anual de crecimiento prevista para 2007 (3.5 por ciento). Desde luego, todavía estamos lejos del desplome sufrido durante el arranque foxista, de la recesión y el estancamiento que se extendió desde el primer trimestre de 2001 hasta el tercero de 2002. Pero los síntomas de la desaceleración son ostensibles actualmente y estos podrían agravarse y extenderse durante más tiempo de lo estimado, si se considera la subordinación y la dependencia del ciclo económico estadounidense, cuya evolución es incierta, toda vez que aún no registra plenamente la magnitud de la crisis en el consumo privado y, en especial, en el ramo inmobiliario.

El escenario externo ha sido desfavorable para México. El crecimiento real de Estados Unidos en el primer semestre de 2007 fue de 2 por ciento, contra la tasa de 3.6 por ciento registrada en el mismo lapso de 2006, lo que representa la variación más baja para igual periodo desde 2001 (0.4 por ciento). En el primer trimestre la tasa fue de 0.6 por ciento, dato que contrasta con la esperada (3.1 por ciento) y registrada hace un año (4.8 por ciento). En el segundo trimestre fue de 3.4 por ciento, mayor a la tasa esperada (3.2 por ciento) y a la alcanzada en abril-junio de 2006 (2.4 por ciento). Fue el aumento más alto para los mismos meses desde 2004 (3.5 por ciento).

Además, no se observaron presiones inflacionarias. En la primera mitad de 2007 los precios al consumidor, en los que no se incluyen los alimentos, y los precios de la energía acumularon una alza de 1.5 por ciento. De manera anualizada (entre los meses de junio de 2006 y 2007) la variación fue de 2.2 por ciento. En 2006, ambos indicadores fueron de 1.9 por ciento y de 2.6 por ciento, respectivamente. La inversión empresarial no residencial subió 8.1 por ciento en el segundo trimestre. Pero la construcción de casas cayó 9.3 por ciento (en el primer trimestre lo había hecho en 16.3 por ciento). El consumo moderó su ritmo: 1.3 por ciento, contra la tasa de 3.7 por ciento del primer trimestre, mostrando su expansión más lenta desde el último trimestre de 2005 (1.2 por ciento). Su declinación no fue mayor debido al apoyo del gasto público federal (creció 6.7 por ciento, luego de una baja de 6.3 por ciento en el primer trimestre), las exportaciones y la ampliación de los inventarios de las empresas (6.4 por ciento).

La errática economía de Estados Unidos está amenazada por el fantasma de la crisis inmobiliaria que puede hundirla en aguda recesión. Aún sin esa explosión, varios analistas estiman que su crecimiento podría bajar a 2 por ciento en la segunda mitad de 2007. El Fondo Monetario Internacional ha desinflado su pronóstico para Estados Unidos: de un nivel anual de 2.9 por ciento en abril de 2006, a otro de 2 por ciento en julio de este año. El Banco Mundial la fijó en 1.9 por ciento. Los ajustes están justificados, pues los costos del colapso inmobiliario empiezan a emerger y ya se comparan con los sufridos durante la recesión de 1991-1992.

En junio, la venta de viviendas nuevas registró su peor caída desde enero: 6.6 por ciento, el triple de lo previsto. Comparado con el mismo mes de 2006, éstas se han desplomado un 22 por ciento. La compra de viviendas usadas bajó el 3.8 por ciento, retrocediendo hasta su nivel de hace cinco años. La insolvencia de pagos aumenta, junto con las quiebras y las ejecuciones de hipotecas, retroalimentando la oferta en un mercado saturado y afectando los precios de las viviendas, tendencia que quizá se mantenga hasta finales de 2008. La banca ha endurecido las condiciones de los préstamos hipotecarios y del crédito en general, reduciendo el número de compradores potenciales. Las constructoras Beazer Homes, Pulte Homes, Ryland Group y DR Horton arrojaron pérdidas en el segundo trimestre. Al iniciarse agosto, la American Home Mortgage, empresa especializada en créditos hipotecarios, anunció que tendrá que liquidar activos para evitar la quiebra, debido a la insolvencia de sus clientes menos calificados.

La precariedad inmobiliaria ya se reflejó en el mercado financiero local (bolsa y bonos) y podría comprometer el futuro de varios bancos, antes de contagiar al crecimiento. Si uno fuera morboso se deleitaría ante la crisis económica de un país caracterizado por el derroche consumista y las escenas de pánico de los especuladores que, como ratas asustadas, empiezan a desestabilizar y abandonar los mercados emergentes especulativos –México, Argentina, Brasil, entre otros– en busca de otros más seguros.

En el primer año de Felipe Calderón, los indicadores económicos básicos de México se muestran débiles y con llamativos desequilibrios. En los dos primeros trimestres de 2007 la economía creció 2.6 por ciento y 2.8 por ciento para promediar una tasa semestral de 2.7 por ciento. En los mismos lapsos de 2006 lo hizo en 5.5, 4.9 y 5.2 por ciento, respectivamente. Actividades como la agropecuaria, las manufacturas, la construcción y el comercio se desaceleran. Las industrias textil, de la madera y otras manufacturas muestran síntomas recesivos. La del papel, química, minerales no metálicos, metálicas básicas, maquinaria y equipo declinan a diferentes ritmos. Sólo los sectores de la electricidad, transporte y servicios financieros guardan una dinámica aceptable, aunque generalmente su comportamiento sigue con algún rezago la tendencia de las otras actividades, por lo que, en los siguientes meses, empezarán a contraerse. Con esa dinámica, la economía se desvía de su meta anual (3.5 por ciento) y corre el riesgo de ubicarse cerca de la tasa de 2 por ciento, alejándose definitivamente del ritmo de crecimiento potencial y socialmente aceptable (6 por ciento).

En el primer trimestre de 2006 el consumo total aumentó 8.4 por ciento y en el mismo lapso de 2007, 2 por ciento; el privado pasa de 6.4 a 3.5 por ciento; el público de 7.3 a -3.9 por ciento; la formación bruta de capital de 13 a 4.9 por ciento; y las exportaciones de bienes y servicios de 13.8 a -1.6 por ciento.

De enero a abril de 2006 la inversión bruta fija creció 10.7 por ciento y en el mismo lapso de 2007, 5.5 por ciento; la inversión en maquinaria y equipo total pasa de 13.8 a 8.5 por ciento; la nacional de 6.4 a 6.1 por ciento; la importada de 17.5 a 9.5 por ciento; y la construcción de 7 a 1.8 por ciento. En parte, la desaceleración interna se debe a los estragos derivados de Estados Unidos, mercado donde se realiza el 67 por ciento de nuestro comercio exterior y el 83 por ciento de las exportaciones.

En el primer semestre de 2006 estas últimas crecieron 21.6 por ciento, de manera acumulada. En el mismo lapso de 2007 lo hicieron en apenas 4.3 por ciento. Las petroleras pasaron de 44.2 a -9.2 por ciento, y las no petroleras de 17.9 a 7 por ciento. Dicho deterioro de las cuentas externas y del crecimiento también se explica por la sobrevaluación real cambiaria (26 por ciento), explicada por el esfuerzo desinflacionario de Guillermo Ortiz, titular del banco central.

Lo curioso es que la tendencia declinante de la producción, la inversión y el consumo no han servido para abatir la inflación, que se proyecta hacia la tasa anual de 4 por ciento, ligeramente distante de la patológica meta de 3 por ciento, que quita el sueño a Guillermo Ortiz, quien delira por apretar el cinturón monetario (altos réditos) en el cuello de aquellos indicadores (además de contener los aumentos salariales) y asfixiarlos un poco más en aras de alcanzar el caro objetivo. ¿A quién le importa el crecimiento y el empleo formal? A Ortiz no.

También es llamativo que la anemia productiva sea acompañada del rápido deterioro de las cuentas externas. La balanza comercial pasa de un superávit por 581 millones de dólares en el primer semestre de 2006 a un déficit por 5 mil millones de dólares en el mismo lapso de 2007. El superávit de la cuenta corriente del primer trimestre de 2006 (873 millones) se trastoca en un déficit (2.8 mil millones) Así, el saldo negativo comercial se proyecta por arriba de 10 mil millones de dólares al cierre de 2007, y el corriente tiende hacia los 20 mil millones, como se estima oficialmente. Por su parte, las finanzas públicas, aunque superavitarias en la primera mitad del año, resienten los efectos de los menores ingresos petroleros (6.2 por ciento en términos reales: 13.6 mil millones de pesos), cuya aportación en el total cayó de 36.1 a 33.2 por ciento.

Como es natural, la falta de crecimiento afecta la creación de empleos formales y robustece los “informales”, que le generan cólera a Guillermo Ortiz –como buen cínico, omite decir que en gran medida es responsable de ese fenómeno, debido a la política monetaria restrictiva que instrumenta– porque no pagan impuestos y demandan servicios sociales (aunque nada dice de los trabajadores expulsados del paraíso neoliberal mexicano que se van a trabajar en calidad de esclavos a Estados Unidos, porque esos ya no son incómodos aquí y, además, proporcionan divisas con sus remeses –23 millones de dólares en 2006 y 11.5 en el primer semestre de 2007– y apoyan a sus miserables familias, igualmente víctima del neoliberalismo).

El total de desempleados oficialmente reconocidos por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (que en realidad pueden ser dos o tres veces más) pasó, en lo que va del calderonismo, de un millón 601 mil a un millón 748 mil (147 mil más). Los subocupados de 3.8 millones a 3 millones 267 mil (258 mil más). En total, ambos pasaron de 4 millones 609 mil a 5 millones 15 mil (406 mil más). Los “informales” que tanto molestan a Guillermo Ortiz suman 11 millones 393 mil, equivalente al 26.9 por ciento de los ocupados (la mitad de estos son sacrificados por la “flexibilidad laboral” y no reciben prestaciones sociales, nada más para aumentar la rentabilidad de las empresas). Como es de preverse, ninguno ha mejorado su ingreso real en la era del gobierno de la “estabilidad, el crecimiento y el bienestar”.

El estancamiento, la resistencia desinflacionaria, la falta de empleo, la sobrevaluación cambiaria y el desequilibrio externo son responsabilidad de Felipe Calderón, Agustín Carstens y Guillermo Ortiz, entre otros, que no hacen nada para enfrentar esa crítica situación. Pero lo peor es que, al negarse a emplear las medidas anticíclicas tradicionales (relajamiento monetario y fiscal), que incluso se utilizan en Estados Unidos, reforzarán el declive de la economía. El país es víctima propiciatoria de la patología fundamentalista calderonista, que junto con el déspota colombiano, Álvaro Uribe, ha decidido convertirse en un tardío valladar del neoliberalismo latinoamericano y mantenernos sumisamente como vergonzante colonia estadounidense.

Si en el ámbito económico el balance del gobierno calderonista es deplorable, en el ámbito político el resultado es desastroso. Vicente Fox rápidamente acabó con el ingenuo respaldo social que tuvo al “derrotar” al priísmo y masacró las esperanzas de un cambio democrático y del abandono del neoliberalismo. Felipe Calderón ni siquiera contó con ese periodo de gracia, debido a la ilegitimidad con que llegó a la Presidencia al robarse la corona. Pero, en lugar de tratar de construir su credibilidad a través del consenso, el diálogo, la democracia y la promoción deliberada del bienestar, ha agravado su descrédito al tratar de reforzar la política despótica.

La sobredosis de neoliberalismo, la privatización de las pensiones de los empleados públicos y su propuesta de contrarreforma fiscal han agudizado el descontento, incluso entre los empresarios. Poco tiempo ha necesitado Calderón para comprobar que no tiene la experiencia ni la capacidad para enfrentar desafíos nacionales. Las acciones publicitarias empleadas para gobernar no sirven para encubrir esas carencias.

En lugar de tratar de ampliar su base social de apoyo, Calderón ha preferido aislarse de las mayorías y gobernar detrás de los sables que, a decir del general José Francisco Gallardo, prepararon el escenario para el irregular cambio de la banda presidencial y que ahora intervienen abierta y anticonstitucionalmente en la política nacional. Con un golpe mediático, la supuesta lucha en contra del narco y la necesidad de salvaguardar el orden público y la tranquilidad de las familias, Felipe Calderón, con la complicidad de la mayoría legislativa y del poder judicial, sacó ilegalmente a los militares a las calles para compensar su escasa legitimidad, amedrentar a la oposición y, eventualmente, utilizarlos para la represión política. Poco le ha importado la brutalidad que ellos han ejercido en contra de la población, situación típica observada en cualquier nación donde las fuerzas armadas imponen dictaduras o sostienen regímenes de dudosa legalidad.

Adicionalmente, en lugar de tender puentes y negociar con las fuerzas de oposición, ha preferido actuar como un hooligans y no como un jefe de gobierno. La grosera postura ante el gobierno capitalino, legalmente elegido y con un alto nivel de credibilidad, ilustra lo anterior. También optó por buscar el respaldo de los grupos más retrógrados y autoritarios para tratar de afianzarse, a cambio de su protección y el reparto de cuotas de poder: Elba Esther Gordillo, a quien le concedió varios puestos públicos; los priístas, a quienes les entregó el gobierno de Yucatán; y, próximamente, Baja California (a Jorge Hank Rhon). Además de que, hasta el momento, ha evitado la caída de los criminales y violadores del estado de derecho, los caciques de Oaxaca (Ulises Ruiz) y Puebla (Mario Marín); la iglesia católica; los grandes inversionistas nacionales y extranjeros; la familia foxista; etcétera.

Sin embargo, el pasado persigue a Felipe Calderón. La realidad es inocultable. Los escándalos de corrupción que empiezan a emerger en Pemex, la Comisión Federal de Electricidad, la megabiblioteca o las aduanas enturbian su mandato. También lo ensucian las evidencias del ilegal financiamiento de su campaña presidencial, que su desacreditado cancerbero del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde, no pudo ocultar. O su incompetente manera de enfrentar el chinogate. O su pasividad cómplice ante la violenta represión cometida por Ulises Ruiz en contra de los oaxaqueños, que ha cobrado varios muertos, hecho que ha provocado la intervención de Amnistía Internacional o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. José Luis Soberanes, bufón de Calderón y presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ha tratado de minimizar la crítica de los organismos internacionales, en consonancia con el troglodita Francisco Ramírez Acuña, el inútil secretario de Gobernación, exgobernador de Jalisco y violador de los derechos humanos de los tapatíos. Lo que no lograrán es evitar el descrédito mundial del calderonismo, que se sumará a su creciente debilidad interna, la descomposición de su mandato y de sus expectativas. Por si no fuera suficiente, la reaparición de los grupos guerrilleros obscurece el futuro nacional, al oponer la violencia-efecto de los de abajo a la violencia-causa gubernamental.

Calderón inició mal su mandato y él mismo se ha encargado de arruinarlo precipitadamente.

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