El cartel de una manifestación de inmigrantes ecuatorianos –son más de 700 mil en España, que llegaron después de la dolarización de la moneda de su país– decía: “Estamos aquí porque ustedes estuvieron allá”. Es una afirmación sintética sobre la relación entre colonizadores y colonizados, entre globalizadores y globalizados.
La conocida como Directiva de la Vergüenza –así caracterizada en una carta del presidente Evo Morales en que pide a los gobiernos europeos no aprobarla– refleja un viraje general hacia la derecha en Europa, de tal forma que, al mismo tiempo que fue aprobada la durísima legislación contra los migrantes, la duración de la jornada de trabajo aumentó a más de 48 horas semanales, incluidas las horas extra. Ahora la jornada debe ser negociada directamente entre patrones y trabajadores, pudiendo llegar hasta las 78 horas, más del doble de las 35 horas aprobadas hace dos décadas por Francia.
En ciertas regiones la policía tiene la posibilidad de detener a cualquier persona, sin acusarla, por el término de 42 días. Algunos servicios secretos están autorizados para violar, sin la debida autorización judicial, los correos electrónicos. Los migrantes indocumentados pueden ser detenidos hasta por 18 meses. Los niños pueden ser enviados a países distintos a los de su origen. El gobierno italiano envió al Parlamento un proyecto de ley por el que se habilita el castigo hasta con cuatro años de prisión a los inmigrantes indocumentados. Autoriza, también, a la policía a expulsar a los gitanos. Francia, de su lado, fijó cuotas de extranjeros para ser expulsados cada año, número ascendente conforme pasa el tiempo.
En Inglaterra se aumentó de 28 a 42 días la detención sin acusación formal de los sospechosos de terrorismo. En Francia se autorizaron los interrogatorios a los sospechosos durante seis días sin participación de abogados, mientras las normas que regulan los aeropuertos se volvieron secretas.
La misma España –es el país que regularizó la situación de centenares de miles de extranjeros– representa el caso más evidente de discriminación. Por un lado, tolera a los latinoamericanos –blancos que hablan español y practican religiones occidentales–, al punto de haberlos reclutado para hacer la guerra en Irak y Afganistán, con uniformes españoles. Al mismo tiempo, rechaza a los africanos, que arriban diariamente a sus fronteras, especialmente desde Marruecos, Senegal y Mauritania. Solamente en este año llegaron 12 mil 260 que fueron rechazados.
Los legalizados lo fueron cuando la economía española crecía, la población disminuía y nadie quería hacer trabajos no calificados. Pero ahora, cuando llegó la recesión, cierran las puertas a los inmigrantes.
“El mensaje europeo es claro –escribe un columnista español–: inmigrantes, no; petróleo, pase, por favor.” En otras palabras, libre comercio, pero en una sociedad que considera a los seres humanos mercaderías; éstos –o éstas– son excluidos(as) de las leyes generales. Las mercaderías pueden y deben circular libremente, los seres humanos, no.
Los seres humanos –en este caso inmigrantes– están acompañados por las ideas. El norte globalizador envía sistemáticamente sus interpretaciones sobre el mundo –mediante los grandes medios de comunicación masiva, la Internet, el cine, sus casas editoras, etcétera– hacia el sur globalizado, que no tiene cómo difundir sus percepciones acerca del mundo visto desde la periferia.
No es necesario recordar que aquí siempre aceptamos a los migrantes europeos, sin ninguna política de cuotas. Pero las reacciones son inmediatas: en una oportunidad García Márquez anunció que no permitiría más la venta de sus libros en España si se les imponía la obtención de una previa visa de ingreso a los colombianos. Ahora, Hugo Chávez anuncia que dejará de venderle petróleo a los países que apliquen la Directiva de la Vergüenza. El Mercado Común del Sur condenó expresamente la medida. Migrantes sin papeles invadieron en París los centros que debían atenderlos. Los marroquíes aprovecharon que los españoles seguían en la televisión el cobro de penales –con los que su selección derrotó a la italiana– para saltar (en Ceuta y Melilla) los muros de las fronteras en grandes cantidades.
La frontera entre derecha e izquierda nunca ha sido tan clara como en lo referido a política migratoria. Porque ellos estuvieron aquí, hay tantos de nosotros allá.
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