viernes, octubre 05, 2007

1968, Victoria pírrica

El Norte, 05-oct.2007.
Luis Eduardo Villarreal Ríos.
Presbítero de la Iglesia Católica desde 1981. Párroco en la Parroquia San Francisco Xavier, Guadalupe, NL. Arquitecto, UANL 68-73. Maestro en Sociología por la Universidad Iberoamericana desde 1998. Profesor en el Seminario de Monterrey. Profesor en la Facultad Libre de Derecho. Autor de México a fin de siglo, Chiapas, Democracia, Neoliberalismo, (1994); y Vida en Común, (2003).
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Los olimpiadas de octubre de 1968, precedidas del baño de sangre en la plaza de Las Tres Culturas en Tlatelolco, significaron, además de una victoria pírrica para el mal gobierno, el inicio del fin de la hegemonía priista. Pirro fue rey de Epiro en Grecia, invadió Italia en 280 a.C. y derrotó a los romanos. Pero su ejército quedó tan diezmado que, tras ganar la batalla, exclamó: "Una victoria más como ésta y estoy perdido".
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Fue tan grande el menoscabo de legitimidad del régimen diazordacista, que el aplastamiento del mitin estudiantil y magisterial fue en realidad una derrota para el nacionalismo revolucionario, cuya factura hubo de pagar más tarde. Con y a pesar de la feroz represión subsiguiente ("halcones", presos y desaparecidos políticos), la cual perduró por décadas, el reclamo democrático y la emergencia opositora marcaron la historia política del País. La reforma política (1977), la cual dio registro a partidos de oposición; la movilización ciudadana (1985), en auxilio a las víctimas de los sismos; la escisión del PRI (1988), y la posterior incidencia del cardenismo.El neopanismo que gravitó alrededor de figuras como "El Maquío", el alzamiento zapatista (1994) y la alternancia que implicó la salida del PRI de Los Pinos (2000). De alguna manera éstas son coyunturas deudoras del 68.
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En lugar de detenernos en aquella página negra de la historia, sobre la cual se ha escrito mucho y bien, lo importante ahora es decir que vivimos una nueva versión de guerra sucia contra opositores políticos y luchadores sociales. El terror que instauró el régimen priista durante 71 años continúa con los gobiernos panistas. Hoy se observan actos que se pensó desaparecerían con la alternancia, pero la verdad es que aún se criminaliza a los movimientos sociales.
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En los últimos siete años se han registrado al menos 100 desapariciones forzadas. Detenciones arbitrarias, torturas, cateos ilegales, órdenes de aprehensión sin fundamento jurídico, violaciones sexuales.
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Éstas son algunas prácticas que autoridades federales y estatales han empleado contra manifestantes -recordamos a los altermundistas en Guadalajara-, periodistas y luchadores sociales que se alzan contra la injusticia. San Salvador Atenco, Castaños, Oaxaca son nombres que no sólo evocan diversas latitudes de México, sino lugares donde la represión ha dejado huella. Todo lo cual, se quiere justificar, es asunto de seguridad nacional.
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El reclamo democrático, brutalmente reprimido por el Estado hace casi 40 años, sigue vigente hasta el momento. Una, que los responsables de la masacre gozan de total impunidad; otra, el autoritarismo alza de nuevo su garrote. Si los principales autores ya murieron o siguen sin castigo, y la represión está a la vuelta de la esquina, poca esperanza podemos tener de que se reconozca el daño y, mucho menos, que se repare.
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La memoria del 68, la terquedad del "no se olvida", no es un eco romántico de un lapso único en la historia; tampoco, el elogio enternecido de una inmensa comunión en el accionar social de estudiantes y maestros.
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La evocación del 68 es algo más que esto. Una herramienta necesaria para que la juventud de hoy, tomando nota de la generación que asumió la voluntad de cambiar este país, pueda resistir cualquier abuso de poder.
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El 68, además de un recurso de orgullo para sostener la resistencia, es registro puntual de la victoria inútil de la fuerza contra la razón, de la falsedad en la que se fincó la conspiración. Es deseo de que la imaginación llegue al poder.

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