Lunes, 25 Agosto, 2008
Bety Paredes tiene razón. No sólo al anunciar algo que tampoco es un hallazgo, que no hay presente ni futuro con Calderón, sino al rechazar la tosca, tosquísima, sentencia lapidaria que Alejandro Martí le clavó como una estaca a los funcionarios vampíricos que no funcionan. Si se llegara a poner en práctica tamaño ultimátum, no quedaría nadie para apagar la luz y cerrar la puerta. México sería un triste páramo desprovisto de los burócratas que por generaciones nos han divertido medrando del presupuesto, con la misma pasión con la que los oportunistas se van a colgar de la medalla de la implacable María del Rosario Espinoza, ahora convertida en la nueva Corregidora por Televisa y TV Azteca, fieles a su tradición de patrioterismo cursi.
La presidenta del PRI sabe que un México sin políticos buenos para nada sería como una flor sin aroma. Además, si toda esa bola de ceros a la izquierda se hicieran el harakiri laboral, nomás nos iban a deprimir porque ni de veladores iban a encontrar chamba.
Más allá de las evaluaciones tremendistas que se desprendieron del Consejo Nacional de Seguridá y de la certeza de que ninguno de esos irresponsables no van a hacer nada para impedir que el país sea una sucursal de la New’s Divine, me sigue pareciendo increíble que estas cosas sucedan. Me explico. Si al ciudadano lo único que le interesa es no vivir aterrorizado por la delincuencia y que firmaría un cheque en blanco para la venta de Pemex y hasta de Teotihuacan y Chichen Itzá a la Halliburton si a cambio le devolvieran la tranquilidad, ¿por qué los gobiernos no han concentrado sus energías y recursos en ese tema? Ya no digamos porque les importe la ciudadanía –digo sería injusto exigirles tanto–, sino por lo menos para asegurar su voto en las próximas elecciones. Qué güeyes, el único asunto que de veras importa y que de ser atendido les redituaría en popularidad contante y sonante, es el único que les ha valido madre. Y es lógico; cuando tienes 80 guaruras que te protejan...
Por eso no hay que comprender a Jelipillo cuando reparte las culpas entre todos (¿Y yo por qué?, me pregunto citando al gran impune como le llama Monsiváis) y nos invita a regodearnos en el alzheimer colectivo pero selectivo. Seguramente para Calderón los juicios de Nüremberg fueron rudeza innecesaria.
Pero Bety, tú tranquila, nadie va a renunciar. Ni que estuvieran locos. Si al reconocer que “la vara está muy alta” comenzaran a cundir las dimisiones, sería una de las señales inobjetables del fin del mundo.
jcalixto@milenio.com
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