Ricardo Rocha
Detrás de la Noticia
30 de octubre de 2008
Para unos fue una reforma petrolera melindrosa. En cambio, para otros se trata de una reforma amañada
Pues un poco de todo. Una reforma muy pequeñita para quienes querían Pemex en venta de garaje; esos que están dispuestos a vender su propia cuna y por supuesto que el ropero de la abuela; los que querían todo y ya afilaban sus colmillos y se frotaban las manos porque algo les habría de caer de una irrupción masiva de capitales foráneos en la todavía muy productiva industria petrolera.
Ni modo, no se les hizo. Ellos que querían hincarle el diente a todo: exploración, explotación, refinación, transporte y comercialización. Quienes ya compraban pemexitos arrojando los dados como si fuera aquel juego del turista: ¡lo compro, lo compro! Por supuesto que para ellos fue una reforma petrolera melindrosa porque no se atrevió a dar el paso a una “modernidad” privatizadora que generara ganancias gigantescas… para las grandes transnacionales, claro.
En cambio, para otros se trata de una reforma amañada que ocultó hasta las últimas instancias la ventana por la cual se colarán los ladrones de la privatización. Para evitarlo, ahí estaba el sellamiento de las celebérrimas 12 palabras (o 17, pues) de Andrés Manuel López Obrador: “No se suscribirán contratos de exploración o producción que contemplen el otorgamiento de bloques o áreas exclusivas”. Pero esa fue siempre una batalla perdida. Ninguno de sus adversarios podría estar dispuesto a ello: porque como lo han reconocido algunos panistas y priístas abiertamente, “si no, cómo se van a animar a invertir aquí”; finalmente ninguno de los que mandan en el PRI o en el PAN estaba dispuesto a darle a López Obrador una victoria política estruendosa.
También están los que piensan que se trata de una reforma verdaderamente histórica. “La más importante desde la expropiación en el 38”, Calderón dixit. Aquí también hay convicciones y conveniencias. En el primer caso, están en su derecho quienes de verdad creen que se trata de una reforma a profundidad y que cambiará el destino de Pemex y los mexicanos. Por partes. Primero hay que aclarar que de la propuesta calderonista original quedó muy poco. Que la reforma aprobada se construyó en las numerosas consultas en el Senado donde los argumentos contra la sospechosa urgencia por la privatización aplastaron a los tímidos y poco convencidos balbuceos de quienes fueron enviados a hacer el ridículo tratando de convencernos de que el capital privado era la panacea.
Si bien todos coincidíamos en que a Pemex le hacen falta cambios sustanciales, la diferencia estuvo siempre en que los recursos necesarios podrían salir del propio Pemex y no de la entrega al capital privado como posibilidad única. Por eso la totalidad de las encuestas mostraron el rechazo de la mayoría a una privatización anunciada.
Pero, sin duda alguna, el elemento más rescatable de estos 100 días decisorios es la movilización ciudadana. La misma que junto con la toma del Senado —que tanto escandalizó a las buenas conciencias— evitó un fast track legislativo que hubiera sido una puñalada trapera para el país. Ésta tan denostada y estigmatizada a pesar de no haber roto un solo vidrio. La que es condenada un día sí y otro también por los ignorantes de la historia y del 68 y de las marchas de médicos, maestros y ferrocarrileros. A ver, que nos enseñen sus libritos donde digan que los grandes cambios se producen en reunioncitas buena onda y entre pura gente decente. La misma que con pluma fuente en mano firma fraudes y como testigo de bodas del jet-set. Eso y la infiltración del narco en nuestros cuerpos policiacos sí les debería escandalizar.
Pero pa’ mí que perdieron.
Pues un poco de todo. Una reforma muy pequeñita para quienes querían Pemex en venta de garaje; esos que están dispuestos a vender su propia cuna y por supuesto que el ropero de la abuela; los que querían todo y ya afilaban sus colmillos y se frotaban las manos porque algo les habría de caer de una irrupción masiva de capitales foráneos en la todavía muy productiva industria petrolera.
Ni modo, no se les hizo. Ellos que querían hincarle el diente a todo: exploración, explotación, refinación, transporte y comercialización. Quienes ya compraban pemexitos arrojando los dados como si fuera aquel juego del turista: ¡lo compro, lo compro! Por supuesto que para ellos fue una reforma petrolera melindrosa porque no se atrevió a dar el paso a una “modernidad” privatizadora que generara ganancias gigantescas… para las grandes transnacionales, claro.
En cambio, para otros se trata de una reforma amañada que ocultó hasta las últimas instancias la ventana por la cual se colarán los ladrones de la privatización. Para evitarlo, ahí estaba el sellamiento de las celebérrimas 12 palabras (o 17, pues) de Andrés Manuel López Obrador: “No se suscribirán contratos de exploración o producción que contemplen el otorgamiento de bloques o áreas exclusivas”. Pero esa fue siempre una batalla perdida. Ninguno de sus adversarios podría estar dispuesto a ello: porque como lo han reconocido algunos panistas y priístas abiertamente, “si no, cómo se van a animar a invertir aquí”; finalmente ninguno de los que mandan en el PRI o en el PAN estaba dispuesto a darle a López Obrador una victoria política estruendosa.
También están los que piensan que se trata de una reforma verdaderamente histórica. “La más importante desde la expropiación en el 38”, Calderón dixit. Aquí también hay convicciones y conveniencias. En el primer caso, están en su derecho quienes de verdad creen que se trata de una reforma a profundidad y que cambiará el destino de Pemex y los mexicanos. Por partes. Primero hay que aclarar que de la propuesta calderonista original quedó muy poco. Que la reforma aprobada se construyó en las numerosas consultas en el Senado donde los argumentos contra la sospechosa urgencia por la privatización aplastaron a los tímidos y poco convencidos balbuceos de quienes fueron enviados a hacer el ridículo tratando de convencernos de que el capital privado era la panacea.
Si bien todos coincidíamos en que a Pemex le hacen falta cambios sustanciales, la diferencia estuvo siempre en que los recursos necesarios podrían salir del propio Pemex y no de la entrega al capital privado como posibilidad única. Por eso la totalidad de las encuestas mostraron el rechazo de la mayoría a una privatización anunciada.
Pero, sin duda alguna, el elemento más rescatable de estos 100 días decisorios es la movilización ciudadana. La misma que junto con la toma del Senado —que tanto escandalizó a las buenas conciencias— evitó un fast track legislativo que hubiera sido una puñalada trapera para el país. Ésta tan denostada y estigmatizada a pesar de no haber roto un solo vidrio. La que es condenada un día sí y otro también por los ignorantes de la historia y del 68 y de las marchas de médicos, maestros y ferrocarrileros. A ver, que nos enseñen sus libritos donde digan que los grandes cambios se producen en reunioncitas buena onda y entre pura gente decente. La misma que con pluma fuente en mano firma fraudes y como testigo de bodas del jet-set. Eso y la infiltración del narco en nuestros cuerpos policiacos sí les debería escandalizar.
Pero pa’ mí que perdieron.
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