jueves, octubre 30, 2008

ESTRATEGIA Y TÁCTICA


Laura Itzel Castillo, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del gobierno legítimo de México

El Gráfico el 29 de octubre de 2008

Es digna de análisis la cantidad de opiniones vertidas por los intelectuales orgánicos del régimen en la que se descalifica al presidente legítimo de México, Andrés Manuel López Obrador, por su oposición a la reforma energética aprobada por el binomio PRI-PAN y por un segmento de la izquierda.

Abundantes han sido los adjetivos: esquizofrénico, loco, estúpido, resentido, perdedor… La lista de injurias no cabe en este espacio. ¿Por qué tanto encono contra él? Porque le tienen miedo. Miedo a su talento, a su liderazgo, a su credibilidad y legitimidad, a su congruencia y honestidad. La lista de virtudes es igualmente interminable.

A López Obrador una y otra vez lo han dado por muerto —políticamente hablando—, pero ocurre que los muertos que vos matáis gozan de cabal salud. Si poseyera una milésima parte de los defectos que los analistas oficiales y oficiosos le atribuyen, simplemente no se ocuparían de él.

Alguna vez leí que un individuo enamorado no detecta los defectos del ser amado. Ocurre también a la inversa: alguien que odia tampoco observa las virtudes y talentos de la persona odiada. AMLO desata pasiones en ambos extremos. ¿Qué de raro hay en ello? La política es sentimiento, más que razón.

Lo llamativo es que algunos sesudos estudiosos de la ciencia política abdiquen de las herramientas y categorías de análisis aprendidas en la academia, y asuman el mismo “razonamiento elemental” del mexicano promedio, ese al que tanto desprecian por su baja escolaridad.

Y muchos ni cuenta se dan de este fenómeno —excluyo, desde luego, a los mercenarios de la pluma—. Eso sí: critican apasionadamente la pasión de los demás y descalifican desde la fe la fe de los otros. Obtienen primero las conclusiones y luego acomodan las premisas.

Clarifiquemos: la estrategia es el arte de ganar la guerra, mientras que la táctica estudia la forma de ganar batallas. Toda estrategia tiene como fin el triunfo. Para ello hay que superar las adversidades y doblegar las voluntades que se nos oponen. Y eso es lo que ha hecho López Obrador en materia petrolera.

Muchas de sus propuestas las asumió el gobierno usurpador y las aprobó el Congreso. Eso es gobernar desde abajo. ¿No era, acaso, lo que le pedían muchos de esos intelectuales orgánicos que hoy lo vapulean? Cierto que hubo avances, pero prevalecen las trampas y los vicios ocultos. Por eso la lucha sigue.

¿Compartir el triunfo de la reforma petrolera con Calderón? ¡Por favor! Eso sí que es no tener visión estratégica. Eso sí que es confundir la táctica con la estrategia. Eso sí que es apostar a ganar pequeñas batallas, no la guerra. Ante lo que viene —la lucha por la defensa de la economía popular—, la batalla por el petróleo es apenas el ensayo.

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