Jacobo Zabludovsky
12 de enero de 2009
Al salir al sol del Zócalo el reloj de Catedral marcaba las 11:00 y 40 reporteros rodeaban a Carlos Slim.
Todo empezó la víspera, cuando de Los Pinos llamaron a confirmar la invitación del Presidente para asistir a la firma de un Acuerdo Nacional a favor de la Economía Familiar y el Empleo. Contra mi costumbre, más por debilidad que por curiosidad, acepté.
Y ahí estaba yo el miércoles a las ocho de la mañana (“Preséntese una hora antes del acto”) en el laberinto de rejas metálicas con que tenían vallado el Palacio Nacional. Por la puerta del centro llegué al patio de la escalera monumental adornada a sus lados por grandes figuras de un Nacimiento cristiano. En la casa donde se promulgó la Constitución de 1857. En la que despachó y murió Benito Juárez. Al pie de los muros en que Diego Rivera relata las luchas de los mexicanos por romper sus cadenas y separar con claridad tajante las manifestaciones religiosas de la actividad estatal. En la sede tradicional, oficial y única del Poder Ejecutivo en este país supuestamente todavía laico. Signo de los tiempos. Y del respeto al lugar.
El salón de la Tesorería no es el más cómodo del mundo. Era patio interior. Abelardo Rodríguez, creo, ordenó techarlo con cierto toque folclórico de art deco. Un recinto sin ventanas en un palacio que tiene tantas. Me senté donde primero pude, pero una señorita me mudó a otro lugar cercano y céntrico. Se agradece. La falta de declive en el piso se compensa con una plataforma para la mesa de honor, varias filas de sillas detrás de ella, de frente a los invitados, y dos enormes pantallas de televisión.
Una voz pidió al respetable público tomar asiento. Éramos mil, más o menos. Qué capacidad de convocatoria vertiginosa. Los del pueblo, es un decir, aquí abajo. Con nosotros, elevando nuestro nivel económico, el ingeniero Carlos Slim. Arriba, los jefes de los tres poderes, miembros del gabinete presidencial, algunos gobernadores, dirigentes obreros y campesinos, empresarios de los llamados cúpulos, y en un extremo de la mesa principal el gobernador del Banco de México. Todo listo.
Recuerda el señor Calderón, al empezar su discurso, que fue en ese mismo recinto donde se firmó el Pacto Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, que en los 100 días del plazo para producir resultados arrojó un total de 150 policías muertos. Da a conocer el acuerdo. En su aspecto práctico abarca 25 puntos: congelamiento del precio de la gasolina, reducción de 10% al precio del gas LP, baja en los costos de la electricidad, créditos al campo, a la vivienda, a la industria. La mayoría de los recursos para aplicar las medidas provendrán de los excedentes de 2008.
El aplauso por poco dura más que los veintitantos minutos del discurso. Me dije se acabó, hora de irse. No sabía la que nos esperaba. Señoras y señores: hará uso de la palabra… Caramba, me seguí diciendo, un discurso más. Volví a sentarme. Terminó y antes de practicar la fuga, otra vez la voz, la resignación y la esperanza.
No recuerdo cuántos hablaron, aunque sí lo por ellos dicho, prescindible, resumido en tres palabras: gracias, señor Presidente. Traté de huir. Aquí nadie sale hasta que sale el Presidente, me advirtieron dos guardias mientras la voz iba diciendo los nombres de quienes firmaban el acuerdo. Uno por uno y el documento pasaba de mano en mano. Firmó cada secretario de Estado, incluyendo los de Marina y Defensa. ¿No será suficiente con la firma del Presidente que los nombró y responde por ellos? No, todos. Supongo que cada mañana, al llegar a sus despachos, firman la promesa de hacer lo que están obligados desde la aceptación de sus cargos.
Satisfecho el trámite, miré la puerta prometida cuando me vi preso en un territorio marcado por cintas, para dejar el paso al Presidente. Imposible moverse mientras el señor Calderón repartía abrazos a los abajo firmantes y luego se despedía de mano de quienes habían quedado a los lados de la vereda. No me tocó, yo estaba en medio de mi corraleta, lejos de las tentaciones.
Fue en ese instante, por primera vez en mi vida de periodista, que lamenté la ausencia del boletín: en menos de dos cuartillas la oficina de prensa de la Presidencia habría listado los 25 puntos, los nombres de los discurseros y signatarios y colorín colorado. Nos habríamos evitado la junta de notables y la reunión del politburó.
De explicar el contenido y los alcances de la ceremonia se encargaba, junto a las ruinas del Templo Mayor, el hombre que los periodistas buscaron por su credibilidad, el personaje sobresaliente del acto recién terminado y que en ese momento ejercía como secretario de Hacienda honoris causa.
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