martes, agosto 21, 2007

PRD: Congreso decisivo


PLAZA PÚBLICA.
Miguel Ángel Granados Chapa.
El Norte, 16 Ago. 07.
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Como corriente mayoritaria, Nueva Izquierda tiene en sus manos en amplia medida el futuro del Partido de la Revolución Democrática, y salta a la vista la inconveniencia de que una sola corriente determine lo que esa agrupación puede y debe ser en la política nacional.
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Hoy comienza el décimo congreso nacional del Partido de la Revolución Democrática, que marcará su destino. Si sus militantes persisten en servirse a ellos mismos en vez de al partido y a los ciudadanos, el PRD vegetará como una fuerza política distante de la toma de decisiones.
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Si, por el contrario, imperan la autocrítica y la comprensión del papel que ese partido debe jugar en los próximos tiempos, resurgirá fortalecido y listo para gobernar y para contribuir a moderar, como quería Morelos, los excesos de la opulencia y la miseria (extremos cuya distancia es hoy el más grave y riesgoso problema del país).
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El PRD se encuentra hoy en varias situaciones paradójicas. Como resultado del gran éxito electoral a que lo condujo Andrés Manuel López Obrador (que implicó su propia victoria en la contienda presidencial, cuya consumación fue impedida por la manipulación del proceso) la bancada perredista en San Lázaro es la segunda más importante, y es la tercera en el Senado. Sin embargo, su estrategia, contraria a admitir la legitimidad del gobierno de Felipe Calderón, ha reducido sus márgenes y ha permitido al PRI ser el factor decisorio no obstante su menor peso numérico.
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Delineada tal estrategia por López Obrador, ha generado tensiones con las bancadas que, como las corrientes en general en el partido, no pueden darse el lujo de discordar de su líder, porque cancelarían su futuro. Las cifras electorales recientes muestran a las claras lo que puede ser el PRD sin el liderazgo de su ex candidato.
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La presencia del PRD ha declinado en sólo unos meses en grado tal que si esa tendencia persiste, en las elecciones legislativas de 2009 su presencia se achicará hasta hacerse imperceptible. Salvo, naturalmente, que el propio López Obrador, que no cesa en su proselitismo personal, imprima a la campaña de entonces ritmo y alcance semejantes a los del año pasado, para lo cual requerirá ser candidato a una diputación, combinando su postulación directa en un distrito tabasqueño o de la ciudad de México, con su colocación a la cabeza de la planilla de aspirantes a la representación proporcional.
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El PRD tiene que encontrar, entonces, una línea de vinculación productiva con López Obrador, que no lo haga pasivo dependiente de las decisiones de éste ni hallarse en riesgo permanente de abandonar la línea de conducta política y ética que ha hecho del ex Jefe de Gobierno capitalino el principal dirigente político de nuestro país.
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Aunque en el fondo algunas de las principales corrientes perredistas abominen de López Obrador, y viceversa, el reconocimiento de que se necesitan recíprocamente debe conducirlos al hallazgo de una fórmula de convivencia estimulante y eficaz.
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Para arribar a ese resultado el PRD debe resolver, y el Congreso que dura de hoy al domingo es el espacio para hacerlo, algunos de los problemas que arrastra desde su nacimiento en 1989 y los que han surgido desde que hacia 1996 dejó de ser un partido testimonial y se convirtió en una suculenta fuente de recursos financieros y políticos.
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Uno de esos problemas, generador de otros a su vez, es la virulencia del enfrentamiento interno entre corrientes. Con candor o hipocresía se pretendió alguna vez suprimir tales corrientes, como forma de homogeneizar el partido, de hacerlo pasar a una estructura unitaria dejando atrás el carácter de coalición de grupos e intereses con que surgió.
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Pero en vez de ser eliminadas, las corrientes proliferaron y se fortalecieron. Hacerlas coexistir, para aprovechar la energía que ofrecen las diversas visiones e intereses en una organización, es un desafío hasta ahora no abordado satisfactoriamente. Lejos de ello, el ahondamiento de la división interna es un riesgo permanente.
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No se llegará, ni ahora ni nunca, a la escisión formal porque quien la practicara dejaría atrás posibilidades de acción política eficaz, si contar con ellas es su móvil; o se privaría de recursos materiales que son los ansiados por una vasta proporción de los dirigentes del partido.
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La integración misma del décimo congreso, y eventualmente su funcionamiento en estos cuatro días, son evidencia de que si bien continúan existiendo varios "peerredes" ha amainado la tendencia de algunos a exterminar a otros en vez de convivir con ellos. El 15 de julio fueron elegidos 710 delegados al congreso en 18 entidades (en las catorce restantes acuerdos entre las partes hicieron innecesaria la elección). .
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Acudieron a las urnas cerca de seiscientos mil miembros del partido, que mayoritariamente votaron por la planilla de Nueva Izquierda, que obtuvo casi 370 mil sufragios y con ello unos 400 delegados a la cita de hoy, con los que dominarán el congreso. La elección fue impugnada más con fiereza política que con rigor legal, por lo que los resultados quedaron firmes.
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Desde que hace 10 años López Obrador, presidente del partido entonces, delegó en el secretario general Jesús Ortega la organización formal mientras él ponía énfasis en la movilización (que permitió al PRD sus primeros éxitos electorales), Nueva izquierda controla la estructura partidaria casi en todo el país y tiene peso determinante en las bancadas legislativas.
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Esa corriente, conocida como la de "los chuchos" (Ortega y Zambrano) tiene, así, en gran medida el futuro del PRD en sus manos, lo que ocurre con desmedro del resto del partido. Eso plantea la necesidad de que la dirección política perredista no esté sujeta, o lo esté en la menor medida posible, al peso de una sola corriente.

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