por Rogelio Ramírez de la O
(publicado en El Universal el 28 de mayo de 2008)
El gobierno está decidiendo aumentar los subsidios en un intento por evitar que el alza de alimentos y energía reduzca el poder de compra de la gente. Antes que intentar reordenar su estrategia económica para crear empleo, ha optado por la vía fácil de más subsidios a cargo del presupuesto público.
Aunque los subsidios son siempre necesarios y no hay ningún gobierno que no los otorgue a determinados grupos sociales o actividades que considera que debe apoyar, un país con bajo crecimiento económico, como México, no puede aumentarlos como hoy lo hace sin entrar en terreno peligroso. Antes que aumentarlos debería agotar las muchísimas posibilidades que tiene de acelerar el crecimiento económico.
Precisamente una evidencia de que la estrategia de crecimiento económico no es la correcta es que la economía no crea suficiente empleo. El ejemplo bochornoso del Instituto Mexicano del Seguro Social al aceptar que sus cifras de creación de empleo estaban infladas es sólo un recordatorio de este problema.
Si en lugar de inducir la creación de fuentes de empleo e ingreso para la gente recurrimos como sistema a los subsidios, a la larga debilitamos el potencial del país, pues el dinero de subsidios se consume y no se invierte. Sin darse cuenta, un gobierno que hace esto implícitamente admite que su estrategia de crecimiento no funciona.
En el año 2000 el capítulo de ayudas y subsidios en el Presupuesto de la Federación fue de 96 mil millones de pesos. En 2007 ya se había triplicado a 288 mil millones. Y en 2008 apunta a más de 330 mil millones. Este crecimiento es alarmante, aun cuando la intención sea apoyar a grupos de escasos recursos.
A los subsidios de los múltiples programas que ya venían creciendo en años pasados, hoy se suman los creados por el actual gobierno. Llama la atención la rapidez y por lo tanto la improvisación con la que se idearon y pusieron en marcha varios de estos programas. Es criticable la ausencia de intento alguno por antes reducir la enorme burocracia encargada de estos programas, en donde se consume gran parte de los recursos.
Pero lo que más llama la atención es que de este gobierno se esperaba que se ocupara del empleo y, más bien, estuviera en contra de los subsidios, por considerarlos populistas, como se escuchó en infinidad de ocasiones durante la campaña presidencial de 2006.
Ahora bien, hay un mundo de diferencia entre un gobierno que de antemano sabe que va a recurrir a los subsidios, pero los incluye como parte de una estrategia de reorientación de la economía hacia el crecimiento, y uno que, al darse cuenta de que no hay crecimiento, simplemente encuentra fácil aumentarlos.
Lo que hace posible esta expansión de los subsidios, así como el masivo crecimiento del gasto corriente del gobierno, es simplemente el precio del petróleo cada vez más alto. Lo que hace criticable su expansión es la falta de un programa articulado de crecimiento económico y en lugar de ello el uso de un recurso no renovable para sostener cierto nivel de consumo de grupos de población de manera artificial.
Al gobierno de Luis Echeverría, al igual que al actual gobierno, le tocó la mala suerte de enfrentar circunstancias mundiales que no entendió, como se desprende de su insistencia en una agenda económica que viene de la década de los 90. Es más, el paralelismo entre ambos momentos es irónico por la carestía de alimentos a nivel global, el aumento de las materias primas industriales, el desplome del dólar y el fin de una era económica de estabilidad.
Aun con una economía mucho más sólida y una población mucho menor y de mejor condición económica, a Echeverría no le tomó mucho tiempo perder y hacer perder a México en los dos frentes: el de la carestía y el de la estabilidad. El actual gobierno no podrá evitar que la carestía golpee a la población. La estabilidad sólo la podrá mantener mientras el precio del petróleo siga alto y el volumen de extracción no caiga. A eso no le debería apostar, porque la caída, cuando se presente, será brutal.
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