Arnoldo Kraus
Privatizar la vida y dictar sus reglas ha sido uno de los dogmas equivocados de las instituciones religiosas, de los conclaves políticos, y, por supuesto, de las asociaciones usualmente delictuosas que juntas crean; ha sido también uno de sus leitmotiv (más equivocados) y una de las apuestas con las que han jugado toda la vida para usufructuar el poder. Han triunfado y han fracasado. Aunque siguen ostentando “demasiada” fuerza, cada vez con más frecuencia la sociedad logra meterles el pie, aunque nunca, lamentablemente, con la suficiente habilidad para producir daños irreversibles. Desde hace algunos años, los reclamos de librepensadores en contra de la apropiación de sus decisiones y de sus vidas ha sido constante; con el tiempo, las manifestaciones han crecido, no sólo en número, sino en variedad.
La apropiación, y en algunos casos la enajenación de la voluntad de las personas, ha sido uno de los principales instrumentos utilizados por el poder para acallar cualquier forma de disenso. Temas tradicionalmente tabúes, sobre todo en naciones donde por motivos económicos o culturales la opinión pública suele despreciarse, han logrado, cada vez con mayor vigor, romper las barreras del poder. En esos países, incluyendo México, hoy se discute, entre otros temas, acerca de los derechos de la mujer para abortar, de los enfermos terminales para solicitar eutanasia, de la homosexualidad como una forma normal de ser y de la implementación de matrimonios entre personas del mismo sexo.
El poder, contumaz hasta después de la muerte, apoyado en argumentos decimonónicos, vetustos y cubiertos de telarañas que impiden el diálogo, sigue luchando por la apropiación de las personas. El hartazgo de la sociedad es cada día más evidente; la ancestral apropiación del individuo, sobre todo, insisto, en países como el nuestro, es cada vez más cuestionada. Aunque el camino es largo, se avanza poco a poco. ¡Qué bueno sería presenciar más horcas como las que acabaron con el matrimonio de los Ceusescus!
Muestras individuales de saturación son los suicidios de pacientes terminales en Europa ante la sordera de sus gobiernos, el intento de ordenación de obispos mujeres y gays en la Iglesia anglicana, la boda reciente de dos octogenarias, de 87 y 83 años, en California –verdadero homenaje a la vida–, y la no menos evocadora historia de la escritora de viajes Jan Morris, quien 58 años después se ha vuelto a casar con Elizabeth Tuckniss, su primer esposo, con el que procreó cinco hijos y quien posteriormente decidió cambiar de sexo.
Muestra “masiva” de la saturación de la sociedad son las recientes marchas en muchas partes del mundo de lesbianas, gays y transexuales con el fin de reclamar igualdad. Igualdad que gana terreno, pero que también sigue perdiendo muchas batallas: por lo menos en siete países la homosexualidad se castiga con la muerte y en más de 80 se persigue judicialmente –no sé cómo sea la situación en la Cuba del Castro con el otro Castro; en la de Fidel se les hostigó y castigó con despiadada saña y con una falta de inteligencia y sensibilidad que ofendían por su vulgaridad.
Leer la vida y los cambios que imponen los tiempos debe ser lectura obligada de quienes tienen el privilegio de la voz. Los cambios generados por los avances del conocimiento imponen nuevas disecciones de la geografía de cada ser humano y de los mapas de la sociedad. Es muy lamentable el descuido del poder con respecto a los derechos de las personas. Es muy lamentable pero es comprensible. La apropiación de los individuos no requiere explicaciones: ni los pequeños ni los grandes dictadores atesoran dentro de sus bienes el diálogo o la razón.
Si hubiese que resumir cuáles son las metas más importantes de la ética diría que son dos: bregar por la justicia y luchar para que cada individuo aspire a la felicidad. La apropiación de los individuos es antónimo de esas metas: coopta al individuo, lo aniquila en vida al negarle la libertad y asesina: Hitler y Alemania utilizaron los triángulos rosas para estigmatizar a los homosexuales; 15 mil seres humanos fueron masacrados durante el nacionalsocialismo por ser homosexuales.
Leer la vida debe ser oficio. Leerla para cambiar y denunciar. Leer los deseos de las personas que bregan por su justicia y felicidad sirve. Sirve como argumento contra la nefasta apropiación del ser humano, sea quien sea el responsable de esta acción.
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