Carmen Aristegui F. El Norte, 1 Ago. 08
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En tiempos de congoja, incertidumbre y descomposición, como los que hoy vivimos, debería prohibirse que poetas, escritores y dramaturgos se murieran. Más, si se mueren juntos. Qué desamparo. Dos figuras, queridas y entrañables, se fueron esta misma semana. Uno tras otro. Los dos después de largas despedidas. Después de largas enfermedades. Los dos, cada quien desde su pluma, contándonos su adiós. Narrando, paso a paso, cómo se desprende la vida de los cuerpos de quienes no se quieren ir.
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Alejandro Aura, poeta, actor, dramaturgo, escritor, promotor cultural y, desde hace casi año y medio a la fecha, autor incansable de su propio blog. El sitio que construyó para desplegar sus alas y, desde ahí, decir adiós. En ese lugar recibió 113 mil 100 visitas, desde el 20 de febrero de 2007 hasta la fecha en que esto se escribe, en un ejercicio de ida y vuelta con sus amigos, lectores, y el que por ahí pasara, para narrar la vida con poemas, reflexiones, confidencias. Murió a los 64 años, en Madrid, después de un cáncer, del que sus lectores conocieron detalles y dolores. Alejandro, el del "Hijo del Cuervo"; el de la mancuerna inolvidable con Andrés Bustamante, en la televisión de hace 20 años; el de los círculos de lectura; el que llevó alguna vez a Marcel Marceau a la plaza de Coyoacán y se armó un borlote.
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Alejandro, el de las mil historias. El poeta que, antes de irse, nos dejo su "Despedida". La dejó escrita y completa, en su propia dirección, para quien la quiera recorrer: www.alejandroaura.com.
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"Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,/ pedir los abrigos y marcharnos,/ aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo/ y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;/ se quedarán los demás, que cada vez son otros/ y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,/ también el hueco de nuestra imaginación se queda/ para que entre todos se encarguen de llenarlo,/ y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,/ como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo/ y luego, sin rencor, deja de estarlo.../ Nos vamos. Hago una caravana a las personas/ que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós".
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Víctor Hugo Rascón Banda nació en Uruáchic, pueblo minero de la sierra de Chihuahua. Abandonó la tradición familiar de 400 años. No fue ni minero ni gambusino. Lo que sí hizo fue convertirse en figura cimera de la dramaturgia nacional. Murió a los 59 años de una leucemia linfocítica crónica de la que investigó y supo todo de ella. Se desempeñó, indistintamente, como abogado, normalista, dramaturgo y, aunque parezca extraño, fue banquero por 25 años. "Siempre he sido el mismo... ¿quién?... Un bárbaro que vino del norte", escribió, alguna vez, en una autoentrevista que se realizó.
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Ahí reconoce como un momento decisivo en su vida el lunes 5 de septiembre de 1979, cuando entró al taller de Vicente Leñero -quien le cambió la vida- en el Cadac de Héctor Azar. "...Me contagié del teatro, enfermedad incurable".
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A Víctor Hugo lo eligieron y reeligieron, por unanimidad, como presidente de la Sogem. Lo eligieron y reeligieron, por unanimidad, como vicepresidente de la Confederación Internacional que reúne a 219 Sociedades Autorales en el mundo. Acababa de ingresar como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Premiado y reconocido, al final, también recibió el Villaurrutia de manos de la comunidad artística nacional.
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Cuando supo de su enfermedad, hace varios años, decidió mantenerla casi en secreto. Doce años así. Un día, inspirado en Sontag, Styron y Duras, decidió escribir un testimonio sobre lo que le ocurría. Escribió, en un libro, el diario de un condenado a muerte. "¿Por qué a mí?" (Grijalbo.) Un recuento vibrante, divertido, desgarrador, del que nadie escapa, sin una lágrima.
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"...¿Por qué a mí?, pienso, caminando por la avenida Chapultepec, y no aquel director teatral gordo, de doscientos kilos, alcohólico y fumador que viola todas las reglas de la salud y de la ética. "¿Por qué a mí?, pienso mientras cruzo por Florencia, y no aquel crítico gordo, fumador, bebedor, mala leche, que cree que heredó la ironía crítica de Novo, que odia a todo creador que no sea gay, que usa las páginas de las revistas y los diarios para destruir vocaciones. "¿Por qué a mí?, pienso al pasar por el Paseo de la Reforma, y no aquel crítico de cine que odia el cine mexicano y a sus creadores, cuya crítica destila pus y que no lleva una vida sana.
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"¿Por qué a mí?, y no al Mochaorejas, y los sacerdotes pederastas que agraden a tantos niños y que están enfermos del alma y del cuerpo, pienso al esperar el elevador. "Muchos años después, ante mi pregunta ¿Por qué a mí?, mi madre me diría ¿Y por qué no? ¿Te crees privilegiado? ¿Quién eres tú para estar a salvo de una enfermedad grave?, rompiendo mi soberbia".
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Víctor Hugo Rascón Banda y Alejandro Aura se van. Dejan para nosotros sus obras y el infinito hilo de la palabra.
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Descansen en paz.
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En tiempos de congoja, incertidumbre y descomposición, como los que hoy vivimos, debería prohibirse que poetas, escritores y dramaturgos se murieran. Más, si se mueren juntos. Qué desamparo. Dos figuras, queridas y entrañables, se fueron esta misma semana. Uno tras otro. Los dos después de largas despedidas. Después de largas enfermedades. Los dos, cada quien desde su pluma, contándonos su adiós. Narrando, paso a paso, cómo se desprende la vida de los cuerpos de quienes no se quieren ir.
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Alejandro Aura, poeta, actor, dramaturgo, escritor, promotor cultural y, desde hace casi año y medio a la fecha, autor incansable de su propio blog. El sitio que construyó para desplegar sus alas y, desde ahí, decir adiós. En ese lugar recibió 113 mil 100 visitas, desde el 20 de febrero de 2007 hasta la fecha en que esto se escribe, en un ejercicio de ida y vuelta con sus amigos, lectores, y el que por ahí pasara, para narrar la vida con poemas, reflexiones, confidencias. Murió a los 64 años, en Madrid, después de un cáncer, del que sus lectores conocieron detalles y dolores. Alejandro, el del "Hijo del Cuervo"; el de la mancuerna inolvidable con Andrés Bustamante, en la televisión de hace 20 años; el de los círculos de lectura; el que llevó alguna vez a Marcel Marceau a la plaza de Coyoacán y se armó un borlote.
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Alejandro, el de las mil historias. El poeta que, antes de irse, nos dejo su "Despedida". La dejó escrita y completa, en su propia dirección, para quien la quiera recorrer: www.alejandroaura.com.
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"Así pues, hay que en algún momento cerrar la cuenta,/ pedir los abrigos y marcharnos,/ aquí se quedarán las cosas que trajimos al siglo/ y en las que cada uno pusimos nuestra identidad;/ se quedarán los demás, que cada vez son otros/ y entre los cuales habrá de construirse lo que sigue,/ también el hueco de nuestra imaginación se queda/ para que entre todos se encarguen de llenarlo,/ y nos vamos a nada limpiamente como las plantas,/ como los pájaros, como todo lo que está vivo un tiempo/ y luego, sin rencor, deja de estarlo.../ Nos vamos. Hago una caravana a las personas/ que estoy echando ya tanto de menos, y digo adiós".
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Víctor Hugo Rascón Banda nació en Uruáchic, pueblo minero de la sierra de Chihuahua. Abandonó la tradición familiar de 400 años. No fue ni minero ni gambusino. Lo que sí hizo fue convertirse en figura cimera de la dramaturgia nacional. Murió a los 59 años de una leucemia linfocítica crónica de la que investigó y supo todo de ella. Se desempeñó, indistintamente, como abogado, normalista, dramaturgo y, aunque parezca extraño, fue banquero por 25 años. "Siempre he sido el mismo... ¿quién?... Un bárbaro que vino del norte", escribió, alguna vez, en una autoentrevista que se realizó.
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Ahí reconoce como un momento decisivo en su vida el lunes 5 de septiembre de 1979, cuando entró al taller de Vicente Leñero -quien le cambió la vida- en el Cadac de Héctor Azar. "...Me contagié del teatro, enfermedad incurable".
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A Víctor Hugo lo eligieron y reeligieron, por unanimidad, como presidente de la Sogem. Lo eligieron y reeligieron, por unanimidad, como vicepresidente de la Confederación Internacional que reúne a 219 Sociedades Autorales en el mundo. Acababa de ingresar como miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Premiado y reconocido, al final, también recibió el Villaurrutia de manos de la comunidad artística nacional.
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Cuando supo de su enfermedad, hace varios años, decidió mantenerla casi en secreto. Doce años así. Un día, inspirado en Sontag, Styron y Duras, decidió escribir un testimonio sobre lo que le ocurría. Escribió, en un libro, el diario de un condenado a muerte. "¿Por qué a mí?" (Grijalbo.) Un recuento vibrante, divertido, desgarrador, del que nadie escapa, sin una lágrima.
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"...¿Por qué a mí?, pienso, caminando por la avenida Chapultepec, y no aquel director teatral gordo, de doscientos kilos, alcohólico y fumador que viola todas las reglas de la salud y de la ética. "¿Por qué a mí?, pienso mientras cruzo por Florencia, y no aquel crítico gordo, fumador, bebedor, mala leche, que cree que heredó la ironía crítica de Novo, que odia a todo creador que no sea gay, que usa las páginas de las revistas y los diarios para destruir vocaciones. "¿Por qué a mí?, pienso al pasar por el Paseo de la Reforma, y no aquel crítico de cine que odia el cine mexicano y a sus creadores, cuya crítica destila pus y que no lleva una vida sana.
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"¿Por qué a mí?, y no al Mochaorejas, y los sacerdotes pederastas que agraden a tantos niños y que están enfermos del alma y del cuerpo, pienso al esperar el elevador. "Muchos años después, ante mi pregunta ¿Por qué a mí?, mi madre me diría ¿Y por qué no? ¿Te crees privilegiado? ¿Quién eres tú para estar a salvo de una enfermedad grave?, rompiendo mi soberbia".
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Víctor Hugo Rascón Banda y Alejandro Aura se van. Dejan para nosotros sus obras y el infinito hilo de la palabra.
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Descansen en paz.
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