martes, febrero 24, 2009

LUCHA DE CALLES, LUCHA DE CLASES1

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Escrito por Pietro Ameglio
Miércoles, 11 de Febrero de 2009 15:03

Hace un par de semanas escribíamos sobre los avances de la cultura del PAN-óptico y el Gran Hermano, acerca del orden social morelense en creciente construcción de mecanismos de control y castigo a sus ciudadanos, a partir de la siembra del aterrorizamiento colectivo. Nos referíamos a las recientes reglamentaciones y castigos oficiales estatales y municipales respecto a la prohibición de abortar y de participar menores de 16 años en manifestaciones públicas. Una aberración que avisábamos era la punta de un iceberg que crece a ritmos no vistos antes.

Una vez más, la realidad supera los pronósticos en México, ya que acaba de promulgarse un Bando del Cabildo de Cuernavaca donde se criminaliza, ahora no a los movimientos sociales de protesta, sino a los más débiles y empobrecidos del orden social (“vendedores de cruceros, calles, plazas…”), tratándolos como causa de la inseguridad y no como una consecuencia inhumana del modelo económico. En vez de plantearse seria y objetivamente la urgencia de cambiar este modelo -al que todas las voces ya acusan de fracaso por ser una máquina de fabricar desposeídos y destruir el medio ambiente-, se desvía la atención de la catástrofe a la víctima más débil: los excluídos. Llama la atención que el responsable de ese modelo en México, el sr. Carstens, todavía siga en su cargo cuando confundió un “catarrito” con una “pulmonía”, cuando en cualquier curso inicial de licenciatura (sea de medicina que de economía) estaría reprobado. Así, en nombre de una falsa seguridad de los que “más tienen” se hambrea más aun a los que “menos tienen”, que además representan a la cuarta pare de la humanidad y a la quinta parte de México que gana menos de un dólar al día. Hoy, 5 de febrero, día en que se celebra la constitución del 17 emanada de una lucha revolucionaria a favor de los más empobrecidos, es un buen día para reflexionar este tema social.

La paradoja está en que quieren eliminar de la calle, bajo el pretexto de nuestra seguridad, justamente a los que nos cuidan de la inseguridad que el gobierno promueve incesantemente: con las franelas nos ayudan a combatir la contaminación ambiental, en el estacionamiento del coche nos protegen de robos… Mientras, los verdaderos causantes de la inseguridad: narcos, bandas del delito organizado, PASA, funcionarios públicos de la seguridad y la economía, banqueros, andan sueltos.

No falta tampoco la doble moral que se hace transparente al querer disfrazar estas acciones represivas como motivadas por una defensa ante “la explotación de menores” o para protegernos de personas “que atraviesan la calle sin precaución, ocasionando un accidente”. Este paternalismo protector se trasluce también en la vieja táctica de la tortura conocida como “el garrote y la zanahoria”: junto a la cárcel de 36 horas está la oferta de “trabajo” que les hace el ayuntamiento de Cuernavaca. Además, por los medios masivos de comunicación y los ambientes cercanos universitarios y de organizaciones civiles, no nos consta para nada que haya habido un tal aumento en la cantidad de robos en los semáforos como para justificar dicha toma de medidas. Agradeceríamos mucho al señor Fernes Lombardini que hiciera públicas las estadísticas y datos duros al respecto.

Pero intentemos ir más a fondo con el análisis, aunque ya el racismo y el clasismo sean signos de gravísimo deterioro social y moral, y preguntémonos ¿por qué “limpiar las calles” y “polarizar” más a la sociedad? Partimos de la hipótesis compartida cada vez por más gente que el modelo de ordenamiento social que el actual gobierno federal ha escogido es el de la guerra, en muy diferentes formas y etapas según el territorio nacional. No podemos bajar la guardia ante la estrategia del régimen y creer que estas decisiones son sólo cuestión de clasismo o racismo, ellos actúan con inteligencia y planeación precisa.

En el bando se explicita una de las tácticas bélicas en que han decidido instalar a la ciudadanía: la “delación” (tenemos la “obligación civil de denunciar” a los delincuentes). Otras armas que se promueven para ensanchar esta polarización social son las del “castigo ejemplar” y la del “chivo expiatorio”. Pretenden así hacer cómplice a toda la sociedad de tamaña “bajeza moral”, para que después, ante hechos mucho más graves, nadie tenga fuerza moral ni material para levantar la voz.

Otro punto para reflexionar, tiene que ver con la concepción de trabajo que manejan las autoridades, y más profundamente con otro tema: no tienen ni idea de lo que son la pobreza y los empobrecidos. Ellas no consideran el trabajo en la calle como un “trabajo”, valga la redundancia, eso sólo puede explicarse por no haberse tomado nunca cinco minutos para escuchar la vida, razones y sacrificio que implica esa actividad, y por el pre-juicio social de fondo de creer que la gente hace estas actividades por flojera o desidia, y no por desesperación. Por lejos, la inmensa mayoría de los trabajadores de la calle se esfuerzan y sufren muchísimo más que cualquiera de nosotros en nuestros privilegiados “trabajos formales”. Esas personas son grandes ejemplos de dignidad y lucha social.

En lo personal estoy muy agradecido a los limpiavidrios, limosneros, vende dulces y chiclets, malabareros y payasos, etc. que hacen más humana mi estancia en esta Cuernavaca tan agredida por las políticas oficiales urbanas. Cada vez que puedo les “solicito sus valiosos servicios” y siempre llevo en mi coche monedas, fruta o dulces según sea la identidad y el servicio ofrecido. Estoy agradecido a todos esos trabajadores de la calle que nos ayudan, con su trabajo, a hacer más humana nuestra vida. Saludo a mi amiguito que vende chocolates en la esquina de Teopanzolco y San Diego y no puede estudiar; a mis amigos de años que malabarean en los semáforos de Gobernadores; a los amables limpiavidrios de La Luna; a la señora del crucero de Chedrahui y la del Vergel que vende chiclets y tiene a su bebé en una cajita de cartón en el camellón; a la anciana que vende periódicos en Plan de Ayala. Verdaderos ejemplos de dignidad ciudadana y vergüenza del modelo económico neoliberal globalizador.

Resulta urgente activarnos en la reserva moral morelense ante estas acciones de la derecha institucional, que no son más que nuevas vueltas de tuerca al plan de guerra, disfrazado de “moralización pública”, que están instalando en nuestro país. No se puede dejar pasar tamañas inmoralidades públicas ni esperar que cualquier partido político haga algo en serio. Es tiempo de juntos limpiar vidrios y vender chiclets en la calle; de cerrar Loma Mejía; de quitar la estatua de Cortés de Teopanzolco…antes de que sea tarde.

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