domingo, diciembre 03, 2006

Plaza Pública / Jesús Blancornelas

El Norte, 27 noviembre 2006.

Plaza Pública / Jesús Blancornelas

Hace nueve años la condena de los Arellano Félix sobre Jesús Blancornelas falló. El periodista potosino aprendió a buscar su propia libertad de prensa a pesar de los ataques que sufrieron sus más cercanos colaboradores y él mismo, y del soborno con que se le quiso callar
Miguel Ángel Granados Chapa

Jesús Blancornelas sobrevivió nueve años: se ordenó que muriera un día como hoy, el de 1997. Los hermanos Arellano Félix, Ramón particularmente, lo habían condenado. Y ese día, cuando el periodista y su guardián Luis Valero Lizaldi se dirigían al aeropuerto de Tijuana, atravesaron un coche en su camino, y balearon interminablemente la camioneta donde Valero cubrió con su cuerpo el del periodista. Al cabo del tiroteo, el guardia tenía 38 perforaciones y estaba muerto. Blancornelas pudo superar las cuatro lesiones que los atacantes le infirieron, una de ellas en un pulmón, distinto del que este jueves incubó a la muerte.
Veinte años atrás la vida periodística de Blancornelas había dado un vuelco. Reportero y director de diarios en Baja California (a donde había llegado en 1960, desde su natal San Luis Potosí) fue hartándose del convencionalismo de la prensa de Mexicali y Tijuana (y de Hermosillo): "Era una falsedad la existencia de la libertad de prensa. Nadie se atrevía a reprochar al Gobierno". Los que lo hacían, la pagaban. A él mismo le ocurrió: "En Mexicali me despidieron por criticar las altas tarifas de electricidad... En Hermosillo, nada más traté la sucesión presidencial y salí botado... Regresé a Tijuana. Escribí criticando al candidato a Gobernador. Era un militar sesentón. Acostumbrado a mandar y no a obedecer. A decir y no a escuchar. Debí renunciar".
En un diario fundado por él, y por Héctor Félix Miranda, el Abc, "tuvimos casi tres años de independencia", seguidos del golpe de noviembre de 1979: "No fuimos soportados. Nos inventaron una huelga. La estallaron a fuerza. Nos invadieron grupos de choque, la propia Policía contra nosotros, asaltaron el periódico. Nos dejaron en la calle. Y hasta me acusaron de cometer un fraude. Fui perseguido día y noche por la Policía. Mi familia y mis amigos vigilados".
El perseguidor era el Gobernador Roberto de la Madrid, frivolísimo amigo de su semejante José López Portillo. Para escapar a sus designios, Blancornelas se asiló en Estados Unidos. Desde San Diego volvió a la lucha, con un semanario cuyo nombre evocaba y contrastaba el malogrado Abc, que no sobrevivió en manos de sus detentadores. Hace mil 704 semanas apareció Zeta, ese periódico singular, tamaño tabloide, que concentró por su independencia el interés de los lectores tijuanenses y de todo el Estado.
Al mismo tiempo, sus investigaciones levantaban ámpula. A De la Madrid lo reemplazó Xicoténcatl Leyva Mortera. Aquél se enriqueció sin saciarse, junto con su familia. "En 1985, sin lugar a dudas, Xicoténcatl abrió las puertas al narcotráfico y el crimen en Baja California". En esa época se asentó en Tijuana Jorge Hank Rohn, al que la columna de El Gato Félix se refería con frecuencia, denotando una versátil relación personal. En la madrugada del 1 de marzo de 1987 se lanzó una ráfaga de ametralladora contra el domicilio de Zeta. Un renuente testigo, el velador de la casa que prefirió abandonar el empleo, pudo antes de hacerlo decir que dos hombres llegaron a bordo de una pick up Toyota color café, y que uno de los atacantes se tocaba con un sombrero tejano. El 23 de abril del año siguiente El Gato Félix fue asesinado: Los autores materiales "fueron tres guardaespaldas del ingeniero Jorge Hank Rohn. Le dispararon desde una camioneta Toyota color café (y uno de los tiradores) traía igual sombrero...".
Desde aquel momento, Blancornelas y Zeta insistieron en denunciar la impunidad del autor intelectual del crimen, protector ostensible de los criminales directos. (Todavía hoy, el hijo de Antonio Vera Palestina, jefe de seguridad en el hipódromo que entonces manejaba Hank, preso por el homicidio de Félix Miranda, cobra los dividendos de esa protección: forma parte de la escolta del Alcalde de aquella ciudad fronteriza). Se intentó sobornarlo. Le fue ofrecido trasladarse a Europa con toda la familia, "una casa en el lugar que escogiera, que pagarían los estudios de mis hijos; que me garantizaban pasarla bien toda la vida y que no faltaría nada. El profesor pagaría todo".
No sólo ese flanco mantuvo abierto con su negativa Blancornelas. Documentó poco a poco, sistemáticamente, el crecimiento de la banda de los Arellano Félix y sus nexos con las autoridades y aun el clero. El cúmulo de información reunida sobre esa banda tijuanense apareció en El cártel, un libro cuyo subtítulo es definitorio: "Los Arellano Félix: la mafia más poderosa en la historia de América Latina". Entre sus muchos materiales se incluye allí una tremenda requisitoria contra Ramón, uno de los conspicuos miembros de la familia, una carta publicada en el semanario y escrita por la madre de dos muchachos víctimas del capo. Esa y otras revelaciones sobre la banda abonaron el terreno para el atentado de hace nueve años.
Pero no terminaría allí la historia. En junio del 2004 fue asesinado Francisco Javier Ortiz Franco, editor jefe de Zeta. La infructuosa investigación sobre el brutal homicidio, cometido al mediodía, en calles céntricas de Tijuana, debió buscar a los matarifes entre los que están al servicio de la narcofamilia y los del heredero del profesor, pues Ortiz Franco se ocupaba en una reapertura del expediente sobre la muerte de El Gato Félix.
Antes que El cártel, en 1997 Blancornelas publicó El tiempo pasa. De Lomas Taurinas a Los Pinos, en colaboración con Ortiz Franco, Héctor Javier González Delgado y Adela Navarro Bello. Ella dirigirá el semanario, junto con Carlos René Blanco, hijo del fundador.

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