El campamento está instalado a la orilla de la carretera, al inicio del camino que llevaría a la mina. Diversas carpas brindan muy apenas el cobijo requerido ante las inclemencias del clima; es que en el desierto se vive los extremos: el sol agobiante te empuja hacia la sombra, pero en ésta, aún a esta hora, el frío es intenso, no queremos imaginarnos cómo será en las noches. Ahora es mediodía, hemos salido de Monterrey a las 8 de la mañana deteniéndonos apenas para tomar algo de alimento. Están en junta las mujeres, las viudas de Pasta de Conchos, y quienes les apoyan, fundamentalmente miembros del Partido de los Comunistas, simpatizantes o adherentes de la Otra, y algunos más, como nosotros, provenientes de organismos ciudadanos que nos interesa conocer, informarnos, a la vez que ofrecer la solidaridad de que somos capaces; amablemente somos recibidos y las mujeres nos dirigen sonrisas y miradas que nunca dejan de ser tristes aunque se asome en ellas un pequeño destello, quizá de esperanza.
En la carpa mayor, voluntarios están siendo instruidos sobre medidas de contingencia; son quienes habrán de entrar a la mina, no para hacer trabajos sino para constatar de nuevo que las condiciones sean propicias para la labor de rescate. La electricidad recién ha sido reinstalada, se ha echado a andar el sistema central de aire y ya no solamente el aire secundario. Quienes entraron la vez anterior pudieron hacerlo hasta la diagonal 15, encontrándose con una altura de agua de 80 cm. Ahora que tienen de nuevo energía eléctrica deberán desalojar dicha agua e intentar seguir adelante hacia la diagonal 17 donde se asegura deben estar los cuerpos de los trabajadores; pero ese trabajo lo realizarán otros mineros que, si laboran en tres turnos, se calcula que en 10 días podrán alcanzar el lugar indicado.
Nos interesa echar una ojeada, aunque sea de lejos, a las instalaciones de la mina; las mujeres no oponen ningún obstáculo, pero los compañeros hombres señalan que como los trabajos se están iniciando ya no les permiten que nadie se acerque. Las mujeres acatan en silencio, y nosotros también. Luego, con la voz y la vista bajas, ellas comentan entre sí:
-Hay que conseguir cascos para la gente que quiera entrar, porque sin cascos no se puede
-Sí, hay que conseguir… Yo tengo uno, pero no lo presto
-Yo tampoco
-Ni yo
-Ahí tengo el casco y las botas, pero no los suelto
-No
¿Cómo no entenderlas? Esos toscos aparejos son parte objetiva del vínculo entre ellas y quienes fueron tragados y no devueltos por la mina. De 19 mujeres, 10 están presentes siempre. Otras participan con la Pastoral Laboral; otras, las más, ya casi no actúan. Unas en la rutina doméstica y familiar y otras en la lucha habrán de intentar disipar el dolor de la ausencia pero también de la ineficacia gubernamental, de las mentiras de la empresa, de la poca voluntad de ambas instancias para dar respuestas a la razonable demanda de rescate de los cuerpos.
Hay quienes llaman crimen industrial a la tragedia de Pasta de Conchos. Hay quienes se quejan de la especulación y la tendencia a la creación de teorías conspiratorias. Lo que nadie puede negar es que en México hay más sucesos sin explicación convincente de los que serían normales en un país con credibilidad y con justicia para los habitantes.
Serán pronto 3 años y el caso está cerrado para la empresa y el gobierno. A nadie de ellos le importa que 63 cadáveres yazcan en las entrañas de la mina. En cualquier nación civilizada se habría buscado la forma de rescatar los cuerpos; con mayor razón, como parece ser, si las condiciones no ofrecen ya peligro para las labores al interior. Pero no en este país donde pasan muchas cosas y simultáneamente no pasa nada, donde hay demasiadas muertes y nunca ningún responsable, donde no existe rendición de cuentas ni respuesta a las contingencias por ligeras o graves que éstas sean; por lo tanto no es de extrañar la falta de credibilidad ante un sistema que protege de facto a quienes cometen fechorías o, en el mejor de los casos, errores, siempre y cuando los autores pertenezcan a los grupos privilegiados.
Ante la decisión de quienes inclinan el poder del estado dando la razón y el respaldo a las grandes corporaciones que los subvencionan, ante el no hacer nada de los que podrían hacer mucho, los huecos van intentando llenarse: la población protesta, los grupos vulnerados se organizan, otros más dan apoyo de distinto tipo. Los problemas diversos, los conflictos que redundan en perjuicio de los desprotegidos deben ser por ellos abordados y solucionados aprovechando la oportunidad para aprender la solidaridad de clase y la necesidad del trabajo conjunto. Si no se hace así y cada quien sigue tirando para su lado, el futuro no podrá ser construido en base a condiciones de equidad y justicia, continuará predominando la lógica irracional y destructiva del capitalismo voraz que seguirá encontrando aliados en la falta de unión de la población.
Como sucede en la mayoría de los casos, llegar a la idea de la necesidad de la unidad es fácil y casi inevitable; la unidad en teoría, pero llevar a cabo la unidad en la práctica ahí sí la tarea es titánica y las más de las veces imposible. Prácticamente todos los grupos en lucha aspiran, implícita o explícitamente, a que se dé la unidad, el apoyo, la solidaridad, en torno suyo. Pareciera que es connatural que todos pensemos que la causa propia es la más urgente, la abordada de la manera más congruente, la que merece ser apoyada en todo pero además bajo nuestros términos y condiciones. El presente caso, cerca geográficamente y con una causa tan elemental y neutral como la recuperación material de los restos para darles digna sepultura, podría dar la oportunidad de sumarse y empezar a forjar ese lazo solidario que una vez que nace no podrá ni deberá ser disuelto. Arrancarle a la tierra los cuerpos aprisionados significará también la victoria sobre una empresa y un gobierno que, incondicionales de la ganancia, no estuvieron dispuestos a conceder a los que fueron trabajadores el derecho de un decoroso entierro.
Para llevar a cabo los trabajos al interior de la mina, se requieren recursos humanos: ya hay mineros y hay voluntarios. También se necesita apoyo solidario para lo cual las viudas deberán promover la difusión local, regional, nacional de su lucha pero también la unidad entre las mismas mujeres; asimismo están dispuestas a buscar la unificación con organizaciones sindicales y otras resistencias, tanto en el ramo minero (Taxco, Sombrerete, Cananea) como externas a él (mencionan a la de los maestros, pero deberán extender la lista). Igual, se buscará que desde el aspecto jurídico se dé promoción buscando apoyo nacional e internacional, con la ayuda tanto de la Asociación Nacional de Abogados Democráticos como la Asociación Latinoamericana de Abogados Laboristas. Por último está la campaña para la colecta “Un peso por el rescate” para recabar fondos y llevar a cabo las labores que culminen en la solución a la petición de las mujeres: recuperar los cuerpos de los que fueron sus compañeros.
Hay muchos frentes de lucha abiertos. Los trabajadores, las diversas organizaciones, los académicos, el pueblo en general tiene un amplio espectro donde mostrar la solidaridad ciudadana y la defensa de los derechos humanos. La pelota está de nuestro lado.
meps.
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