Foto: Blanche Petrich
Ejerzo mi derecho a permanecer en mi patria y a no seguir en el exilio injusto: Lucía Morett
Lucía Morett Álvarez –apenas un vendaje en el tobillo, una de las últimas secuelas que le quedan después de ser gravemente herida en el ataque colombiano al campamento de las FARC en Ecuador donde se encontraba el primero de marzo– le dio un fuerte abrazo de despedida a Samuel, el hombre de la seguridad del Estado que el gobierno de Nicaragua asignó para su protección durante los ocho meses que pasó en Managua.
Entró cargada de bultos al aeropuerto internacional, que ha recuperado el nombre de Augusto César Sandino. Se documentó en la ventanilla de la aerolínea que la llevó a El Salvador y después a México.
Flanqueada por Mary Chuy y Jorge, sus padres, ambos antropólogos, su abogado Hugo Rosas y dos legisladores del Partido de la Revolución Democrática, le dijo adiós a una situación de asilo informal que le impedía regresar a México.
Horas después mostraba sus documentos a sonrientes empleados de migración en la ciudad de México y cruzaba la puerta de arribos deslumbrada por los flashes de medio centenar de fotógrafos. Ahí estaban, para completar el escudo de protección, más legisladores perredistas, encabezados por la dirigente de Eureka, Rosario Ibarra de Piedra: Aleida Alavez, Cuauhtémoc Sandoval, José Jacques Medina.
Los flashes fueron la señal para que estallaran, entre los cientos de personas que la esperaban, las consignas y gritos de bienvenida. Entre ellos, Rita del Castillo, madre de Juan González, palpitaba: “ya viene nuestra niña”. El hijo de Rita, uno de los cuatro jóvenes muertos en Ecuador. Y estaba el papá de Chac, Fernando Franco, los de Soren Avilés, sus compañeros de la UNAM, el Comité del 68, los de Atenco, liderados por Trini del Valle. Al final de la valla, muy alejada de los reflectores, discreta como siempre, Ana María Ramírez, la mamá de Verónica Velázquez.
Ante todos ellos, pero principalmente para los periodistas, Lucía Morett hizo una declaración largamente pensada: “Ejerzo mi total derecho a permanecer en mi patria y a no seguir más en un exilio injusto al que me ha obligado gente con ánimos de revictimizar a quienes ya fuimos víctimas”. Lejos estaba aquella imagen de una estudiante llorosa, en silla de ruedas, que comparecía por primera vez ante la prensa en Quito, después de sobrevivir a un bombardeo que dejó en la selva amazónica ecuatoriana enormes cráteres y un gran círculo de árboles calcinados. Ahora estaba de regreso, casi un año después de dejar su país. La diputada Aleida Alavez le levantaba el brazo, por un retorno victorioso.
Ante la prensa, reiteró: “No tengo ninguna orden de aprehensión, nadie puede acusarme de nada”.
Horas antes, en el aeropuerto salvadoreño de Comalapa, su padre, Jorge Morett, pedía un instante de silencio en la mesa de un pequeño restorán donde un grupo de mexicanos pedía chile para acompañar las humeantes pupusas. Levantó su vaso de ron y, mirando las enormes sonrisas de su mujer y su hija, brindó “por éste que ha sido el viaje más feliz de mi vida”.
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